República imaginaria

Había hecho un calor insoportable todo el día, llegué a la casa y me duché, no tenía hambre y me sentía postrado, cansado; me fui al cuarto, me acosté y me puse a leer un artículo de una revista, que hablaba de la utopía, creo que me dormí a los pocos minutos y llegaron algunas imágenes de algún lugar.

En un lugar imaginario, que no existe en ninguna parte, había un pequeño país, predestinado por la condición eficaz de su líder a ser el centro de atención del universo. En él todo sueño podía ser realizable, su gente era feliz, era todo lo que habían soñado. Los filósofos y eruditos del mundo entero se quedaban perplejos de como un pequeño país se había convertido en el modelo idóneo a seguir, marcando con luz propia el destino de su pueblo y el futuro para toda la humanidad. Los ciudadanos del mismo gozaban de lo más esencial para vivir.

Todos desempeñaban el trabajo de su agrado y su productividad era dividida en partes iguales. Tenían bastante tiempo para cultivar las artes y poder estás más con su familia, poder gozar juntos y poder compartir ideas para seguir creciendo y desarrollándose en una esfera social nunca vista. Allí habían prohibido palabras tales como: envidia, tristeza, egoísmo, corrupción, frustración, intimidación, asesinato, secuestro, hambre, descontento, inflación, manipulación, influencias, traición, todos los males estaban erradicados.

Habían llegado a ser comunidades igualitarias con el concepto llevado a la práctica, eran autosuficientes y así podían trazar una nueva vida, una nueva sociedad, un nuevo mundo, fundado racionalmente en lo que se destaca la abolición de todas las propiedades privadas, industrias, todo el dinero circulante que había sido el patrón de toda injusticia social.

Todo ciudadano tenía el derecho de viajar gratuitamente a cualquier ciudad de su país, todo estaba supervisado por las autoridades competentes, las cuales siempre estaban prestas para dar a poyo a quien lo necesitara. Mensualmente en cada hogar llegaban entidades del gobierno que les surtían a los ciudadanos, medicina, comida, ropas, artículos de limpiezas y todo lo requerido para que un hogar promedio pudiera mantenerse. Los domingos eran días de júbilo, en los que todo ciudadano podía gozar de un buen almuerzo hecho por la comunidad, como también beber y oír a los mejores artistas del medio.

Los niños en sus escuelas y colegios gozaban de todos los servicios, no les faltaba nada; no había quejas de ningún tipo, todo era perfecto.

De repente oí un grito, un sonido gutural era como un gruñido, pero entendible que me decía: “despierta MAMERTO, ya son las cinco y tienes que ir a hacer la cola, oí que llega la harina al negocio del chino. ¡Apúrate pues!

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