Familia es familia | Relato

La familia es familia, dicen algunas personas. Es un dicho popular que se ha extendido por generaciones y, aunque para algunos suene como una frase sagrada, para otro es un tormento. Eso es lo que creía Robert cuando recordaba quién era su padre. Un hombre seco, sin sentimientos, legua afilada, poca paciencia, sin moral y una forma discutible de realizar las cosas. Si de honestidad se tratara, seguramente Robert alegaría que no puede recordar cuándo fue la última vez que su padre mostró afecto hacia él. Tenía un recuerdo vago, muy vago, cuando eran unidos. En un campo, frente a una fogata, y su madre de testigo. Pero eso fue hace mucho, muchos años atrás.

Hoy en día no tenían contacto, y la única persona por la que podía confirmar que seguía vivo, se había ido hace un tiempo. Lo más doloroso para él fue cuando su padre no asistió al funeral de su madre. Nadie entendía qué pasaba por la cabeza de aquél hombre. Robert pensó en hacer una escena, reclamarle, pedir explicaciones, ¿pero realmente significaría algo? La verdad es que no, ese hombre había perdido los sentimientos y las ganas de mantener conexiones hace décadas. Un cascarón de odio, resentimiento. Poca moral y nula empatía. Incluso, durante unos segundos, quizás minutos, e incluso días, Robert llegó a pensar que ese hombre no tenía por qué representar la figura paterna en su vida.

Así que, cuando llegó la noticia Robert titubeó. Tomó la carta, dio un par de vueltas en la cocina, respiró hondo, caminó hacia la ventana más cercana, y miró el panorama. Vivía en el último piso de un conjunto departamental. En los alrededores yacían otros departamentos, pero desde su aposento se lograba mirar un vasto despliegue de casas, y un poco más allá, a duras pena y con esfuerzo, el océano. Robert sabía que estaba pasando por ese momento. En que tenía que mirar a través de la ventana, buscar la paz que tanto necesita, tomar decisiones y ser coherente.

Pero, ¿cómo se podía ser coherente con una persona como ese hombre? ¿Realmente se lo merecía? ¿Merecía su preocupación? Una parte de su ser, la racional, le gritaba que no. Pero, la otra, más sentimental, le susurraba que tenía que dejar atrás las acciones del pasado. Un susurro leve, pero audible a fin de cuenta.

La carta no era más que la noticia de la entrada de su padre a un centro hospitalario y un aviso de su estado de salud. No había ningún otro familiar que abogara por él. Su hijo, la persona que debería estar corriendo para tomar un avión y estar a su lado, dudaba. Qué gran conjunto y revoltijo de emociones tenía Robert en su mente.

Sin embargo, antes de tomar una decisión, recordó. Recordó con fuerza las últimas palabras de su querida madre, que, sobre todas las cosas era una persona digna de admirar. Pura, honesta y siempre fiel.

-Robert, te pido, que cuando tu padre caiga, las fuerzas abandonen su cuerpo, no lo dejes morir solo. No dejes que atraviesen los últimos minuto de su vida sin ver una cara conocida. Recuerda, mi niño, la familia es familia.

La familia es familia, susurró Robert. ¡Qué condenada frase! Después de darse por vencido, Robert tomó su abrigo, las llaves, y marcó al aeropuerto. Iba a despedir a su padre.