El arma recién accionada me tenía hipnotizado. La piel se me erizaba, la manos me temblaban y la mente se me perdía poco a poco en un lugar que no podía describir. Es tan frío, solitario e incomodo. No podía creer lo que había hecho, a lo que había tenido que llegar. Tengo un miedo indescriptible que solo puede ser comparado al momento en que te enfrentas a la muerte, o cuando eres la muerte misma.

Rememoro los segundos en que cometí el pecado, en que tuve la vida de una persona en mis manos y decidí desecharla como si no fuera nada, jugando a ser Dios. El celular en mi bolsillo se enciende sacándome del trance y entiendo que aún estoy en la habitación. Escondo el arma, respiro y contesto. El nombre en la pantalla me provoca una mueca. Más problemas.

Contesto con una voz fría, la voz al otro lado del móvil suena cansada. 'Está hecho', informo. Unos segundos tardan en contestar, una risa invade la linea y luego con un tono igual de cansado responde: 'Mañana a primera hora tendrás el dinero a tu cuenta'. Resoplo y corto. No hay nada más que decir, no se necesita hablar sobre otro tema. Me provoca nauseas.

Termino mirando al techo. ¿Qué he hecho? ¿A qué he tenido que llegar? Es una mierda. El sentimiento que me invade es de frialdad. No sé si es el mismo tormento que me hace delirar, pero juro que mis manos se encuentran bañadas en sangre, cubierta totalmente. Me impresiono, pero el toque de la puerta me hace volver en sí. Es mi hijo.

La fragilidad de su rostro, la sonrisa en su boca, el andar de su caminata. Recuerdo que todo lo que hago es por él y solo para él. No me importa en lo que me convierta siempre y cuando él se encuentre en la mejor situación. Se sienta a mi lado y toma mis manos, acunándolas como un manto sagrado que me aleja de todo mal. Es increíble la presencia que desprende. En estos momentos es cuando más lo necesito.

—No quería irme a acostar sin las buenas noches —confiesa y siento que se me rompe el corazón. Siempre tan atento.

—¡Sí!—responde con entusiasmo, puedo ver cómo los ojos se le iluminan.

Los dos nos retiramos a su habitación, lo acobijo y pongo todo el empeño en que sienta que tiene un padre que lo acompaña incluso en las noches más oscuras. Puedo notar que siente mi preocupación, mis inquietudes y dolores. Es increíble cómo los niños consiguen desnudar el alma sin que uno intente mostrar los verdaderos sentimientos. Cuando veo que ha caído profundo, me retiro a la habitación. Echo un vistazo al cajón donde se encuentra el arma, y por fin, cuando pensé que no iba a suceder, el vomito hace apto de presencia botando la asquerosidad del día.

La mañana se anuncia con los rayos del sol atravesando la ventana. Hago el esfuerzo violento para despertarme por completo recordando que hoy es el primer día del colegio. Por ahora solo tiene el uniforme y un cuaderno sin lápiz ni bolso. Pero cuando reciba el pago podré comprarle lo que necesita, lo que merece. El barrio es muy escandaloso por los amaneceres así que no es de sorprender que él ya se encuentre despierto. Le preparo un desayuno con lo poco que queda en la nevera y nos preparamos.

Una vez que finalizamos de desayunar salimos rumbo al colegio, él se adelanta y se distrae con algo en la calle. Termino de cerrar la puerta cuando un sonido de motocicleta capta mi atención, Mi propio sentido del peligro hace que piense lo peor, y este se cumple cuando volteo. Dos sujetos encapuchados se aproximan en la colina de la calle, ambos con armas visibles. No me da tiempo de reaccionar cuando los gatillos son presionados. No soy consciente del número de disparos que son expuestos al aire. Solo sé que cuando la ráfaga termina me encuentro intacto, sin ningún dolor.

Antes que pueda siquiera recobrar la respiración unas palabras envueltas en agonía me terminan de hundir en la desesperación.

Mi vista se nubla en rojo. Los labios se me secan. La piel se me paraliza. Solo puedo observar con asombro cómo las gotas a velocidad descomunal salen del cuerpo de mi hijo. Los vecinos se asoman pero no hacen nada, nadie hará nada. Brinco sobre él, haciendo un esfuerzo por detener los sangrados pero es muy tarde. No hay uno, ni dos, sino tres impacto de balas.

En el momento en que cierra los ojos siento cómo la muerte se presenta ante mí con una sonrisa burlesca.