El whisky de bourbon se deslizaba de un lado a otro en el vaso de vidrio. El hombre que lo sujetaba, evidentemente borracho y cansado, tenía la mirada en las pequeñas olas que se formaban dentro del envase cuando lo deslizaba hacia la derecha y hacia la izquierda. Le recordaba un poco a su vida. Siempre chocando de extremo a extremo, nunca en el medio.
El cantinero, quien le había rellenado la bebida las últimas tres horas, lo miraba con una profunda decepción. Igual que todo aquél que se sentaba a su lado. Era muy ruidoso, conflictivo e inquieto. Buscaba problemas donde no los había y desafiaba a quien no debía. Luego de tomarse de un solo trago lo que quedaba del acaramelado whisky, se retiró. A duras penas se podía sostener sobre su propio eje, caminaba sin rumbo fijo apoyándose de las paredes y vidrieras de las tiendas.
Con un breve roce, un hombre lo empujó provocando que se tropezara sobre la acera. Quiso protestar, pero no tenía la suficiente fuerza. Sin embargo, miró a los causantes del empujón. Una pareja que ni se molestó en ayudarlo, iban agarrados de la mano y compartiendo risas cariñosas. Sonrío con un poco de asco, pero inmediatamente se percató de la mujer que acompañaba al sujeto. La conocía. Oh, la conocía muy bien.
Se paró con la poca fuerza que su cuerpo desprendió ante el odio y la furia. Los recuerdos abarrotaron su mente como un huracán que empieza su trayecto. Pelirroja, labios carnosos, rasgos finos, ojos purpuras delicados y un cuerpo lleno de curvas. La mujer más hermosa que una vez amó pero que también le rompió el corazón. De la peor manera, burlándose de él, de sus deseos, planes y fidelidad. Acabó con toda la confianza en su interior, lo volvió una bola de sufrimiento. Ella le dijo que lo amaba tantas veces que se lo creyó, hasta que descubrió que las palabras no valen nada cuando las acciones destruyen todo.
Borracho, pero sigiloso, siguió a la mujer y su pareja en todo el camino. La piel le hervía, el corazón se le exaltaba y las venas en los ojos se le teñían de sangre pura. Odio. Miserable odio es lo único que podía sentir. Se detuvo en una esquina cuando la pareja cruzó a una hermosa vivienda. Era ostentosa, acomodada, y la zona donde se encontraba podría decirse que es por encima del promedio. No como el apartamento donde él se quedaba. A duras pena lograba pagar la renta, el agua en un buen día duraba doce horas y la suciedad se comía las paredes.
Una mujer joven abandonó la vivienda cuando ellos entraron. Se escabulló hasta la ventana, donde podía ver a la linda pareja comer gustosamente. Él le daba de comer, ella le limpiaba la boca cuando se ensuciaba. Él la besaba con un hambre sorprenderte, ella lo recibía como si el mundo dependiera de ese beso. Parecían felices. Claro, todos pueden ser felices cuando el sacrificio es la felicidad de otro. Apagaron las luces y subieron hacia las habitaciones, supuso el hombre.
Después de unos minutos de revisar la casa, encontró la manera de escabullirse por la ventana del sótano. El sonido de su cabeza chocando contra la cerámica lo terminó de despertar, al igual que el sabor metálico de la sangre que escurría por la herida. Los ojos impregnado en rojo y el odio hacia la mujer lo terminó de levantar. Fue lo más silencioso posible hacia la primer habitación que encontró.
Con un cuidado inmenso incluso para un borracho, abrió la habitación. Ella a un lado, él a otro. Se acercó tan cerca como pudo al rostro soñoliento de la mujer. La mente le decía solo una cosa 'mátala, mátala, mátala'. La herida en el corazón que aún no había sanado, escupía odio, angustia, resentimiento. Únicamente debía balancear el cuchillo que tomó de la cocina hacia el cuerpo de la mujer y entonces la voz en su cabeza se silenciaría.
Subió el brazo lo más que pudo con el cuchillo en la mano. Un segundo sería suficiente y entonces acabaría con la vida de la mujer y con la voz en su cabeza. Con suerte también lo haría el vacío en su interior. Descendió el arma hacia el corazón de la mujer y el foco de luz llamado vida se desprendió de inmediato. Lo había hecho. Por fin acabó con la raíz de su sufrimiento.
Un lloriqueo como el de un... bebé, cautivó su atención. El mismo se encontraba en la cuna de madera. Se había despertado. Se levantó sobre el borde de la cuna y lo miró. Unos ojos azules tan fuertes como los de él y un cabello medio rojizo como los de su madre. Había un parecido inquietante en ambos, no como en los rasgos afroamericanos del sujeto que ahora era su pareja.
La voz en su mente se calmó pero no de la forma que esperaba. En el momento que los ojos vidriosos del bebé se enfocaron en los suyos supo que la agonía no estaba ni cerca de acabar, sino que apenas estaba comenzando.
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Muchas gracias!
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Escribes increíble, ¿Por qué no hay un post sobre ti en tu perfil? Me pareces curioso, la foto me llamo demasiado la atención, vi que fuiste seleccionado para la curación de Cervantes, te lo mereces, eres un artista!
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Muchas gracias por tus palabras, significan mucho! ¿Un post sobre mí en qué sentido? jajaja. Comentarios así es que me hacen seguir escribiendo, gracias de nuevo.
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Lo dije porque estaba viendo tu perfil y no encontré el post de #introduceyourself, pero ya lo encontré, lo leeré. De nada Pedrooo! Un beso
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