La chica que abría los ojos en la fría cama del hospital a duras pena entendía qué estaba sucediendo. La cabeza le daba vuelta, sentía un vacío en el estomago y únicamente con esfuerzo lograba mover un dedo. No hacía falta hacer un análisis riguroso para saber qué había pasado: Había atentado contra su vida, o al menos eso era lo que pensaban las enfermeras que monitoreaban la recuperación.

Pero no era el caso. No tenían la razón. A veces la personas no saben las múltiples caras que toma la depresión.

Dos días antes de que despertara en la tranquilidad de una cama de hospital, el ruido en su cabeza no se podía detener. Era un zumbido parecido al que escuchas un domingo por la mañana cuando el martillo choca contra la pared, creando un eco irritante que perturba la calma de una persona. No podía ser silenciado. Estaba ahí presente. Por más que sonriera al exterior, dentro era un desorden, un desastre, un huracán de devastación. ¿Qué podía hacer para silenciar ese ruido?

No era la primera vez, de hecho. Años anteriores lograba calmarlo con una actividad en específica: Viajes. Los viajes la hacían despejar la cabeza, respirar aire nuevo y conocer personas con distintas facetas. El zumbido se apaciguaba, se calmaba, pero nunca desaparecía. Una distracción, un ajetreo, y nuevos lugares por descubrir podía ser la medicina perfecta para alejar el zumbido, pero no iba a durar para siempre. Somos humanos, tenemos necesidades, deberes y la realidad latente no descansa.

Y eso es lo que le había sucedido a la joven, la realidad le alcanzó. Para el exterior: Una chica con una vida superficialmente cómoda. Un trabajo estable, un novio perfecto, una familia inigualable y con muchas metas por cumplir. De hecho, era cierto. Pero no era la única cara. Por dentro quería callar, quería que parara, quería salir del hoyo negro que se la estaba tragando mediante pasaba el tiempo. Flotaba en la nada, con oscuridad a la derecha y a la izquierda, se estaba perdiendo.

Hasta que no pudo más y tomó las pastillas necesarias para silenciar el zumbido en su cabeza. No quería morir, no quería acabar con su vida intencionalmente, quería callar el maldito pitido que no la dejaba vivir tranquilamente. Tomó una, tomó dos, tres, cuatro y luego cinco. Estaba bien con que se calmara, con que la dejara dormir, no había otra cosa que deseara en esta vida que no fuera un poco de silencio.

Cuando su pareja la encontró, tirada en el la cerámica de la habitación, aún había tiempo. Llamó una ambulancia, la recogieron, le hicieron un lavado y consiguieron mantenerla lejos del peligro por las próximas horas. Y aunque cueste creerlo, lo peor vino después:

Los comentarios sabelotodo. "Menos mal estás viva, es una forma cobarde de acabar con tu vida". "Debiste pedir ayuda, ¿cómo sabremos que estás mal si no lo dices?". "No era para tanto." "La sociedad de ahora es más débil, buscan acabar sus problemas de la manera fácil. No trabajan, no estudian, no saben lo que es vivir." "Tienes suerte de estar viva".

La joven se preguntaba si de verdad las personas conocen el dolor ajeno, si solo hablan por hablar, después de todo lo hacen desde un lugar cómodo, donde no hay dolor, sufrimiento, donde no hay un maldito zumbido en tu cabeza.

Ella no lloraba, no se alejaba de sus amigos, no quería acabar con su vida, pero aún así se encontraba perdida. Quería silencio, quería tranquilidad, quería que su mente dejara de zumbar. A veces, la depresión no viene con la misma cara, sino que tiene múltiples y no somos capaces de reconocerla.