Con cuánta fuerza
habré gritado tu nombre
que oíste este clamor
al otro lado del cosmos.

Fue un deseo de este tiempo
que ahora es nuestro.
Un anhelo de mi incompleta humanidad.

Has transformado mi entorno
convirtiéndote en mi aire,
más allá de mi aliento taciturno,
más allá de mis manos trasnochadas.

Sigo en la espera de esas noches prometidas
y no de espasmos de tiempo.
El horizonte se esfuerza en vano ocultándote,
porque a ti vuelvo todas las noches.

Tomas mis manos y me envuelves,
me cubres; espantas de mí los temores.

Te adhieres a mi piel,
te filtras por mi lengua;
te conviertes en mi verso diario.

Tú has dado auroras eternas a este cuerpo
y huellas profundas a mis pasos.

Pensarte, rompe mi ley de gravedad
y me transformo en polvo etéreo y diáfano.

Como un fuego fatuo invado tu sueño
con el deseo inmaculado de verte despertar.

Amo tu carne, tus formas,
amo los doce meses que te han traído hasta mí.
Amo el temor de tu partida y la certeza de tu llegada.
Trae contigo tus anhelos
y no te vayas más.

Te escribo desde donde nace mi luz,
de donde muere mi fuerza
que se hace añicos cada vez que me tocas.

Abrázame un poco más,
que no hay dudas en los espacios de mi piel
que yo he sido tuyo.

Déjame revelarte para siempre
que estas letras no soy yo,
que estas líneas eres tú.

Si deseas escuchar mi declamación de este poema, puedes hacerlo en el siguiente enlace: