Mi nombre es Rachel Lane, tengo 12 años de edad y vivo con mis padres y mi hermano. Mi padre, John Lane, de 42 años, se casó con mi madre, Stephanie Collier, de 39 años, cuando ambos eran aún muy jóvenes. En ese momento, mi padre tenía 21 años y mi madre había cumplido hacía apenas un mes atrás los 19 años. Por haberse casado tan jóvenes no disfrutaron plenamente de su juventud. Me tuvieron a mi cuando mi madre tenía 27, y a mi hermano 2 años después. A pesar de todo eso, ni mi padre ni mi madre se han quejado alguna vez, o han peleado. Siempre los he visto felices. Mi hermano, Nate Lane, de 10 años, era un chiquillo muy divertido y juguetón. Pasaba la mayor parte del día corriendo y jugando, sólo o con sus amigos.
Quiero mucho a mi familia.
Iniciando el mes de octubre, con las épocas navideñas acercándose cada vez más, el doctor de la familia nos dio a todos una terrible noticia.
Mi hermano Nate, tenía cáncer. La buena noticia era que se había detectado a tiempo para salvarlo.
Iniciaron dándole tratamientos y medicinas, y acabaron con quimioterapias. Le iba bien en todos los tratamientos, era un niño muy joven y saludable después de todo. Me sorprendió mucho el escuchar que alguien como él, que nunca había enfermado o siquiera cogido un resfriado, tuviese cáncer.
Ya era 18 de diciembre, y él había mejorado un montón. Se había quedado sin cabello por las quimioterapias. Decía que no importaba, pero yo sabía que por dentro, aún deseaba tener una vez más aquella hermosa cabellera que relucía con esplendor.
Los doctores habían dicho que podría salir del hospital para el 24 de diciembre, y así poder abrir los regalos que Santa nos trajese. Nos alegró mucho oír eso.
Nosotros no creíamos en Santa Claus. Nunca lo habíamos hecho. Siempre habíamos visto la navidad como un tiempo para relajarnos un poco y compartir con nuestros seres queridos. En vez de recibir regalos de Santa, nos dábamos regalos entre nosotros mismos.
En el lugar donde vivíamos no caía nieve, el frío, en cambio, sí que caía. Decir que era tan frio como la Antártida no era una exageración.
Lo iba a visitar todos los días en el hospital. Jugaba con él, le contaba chistes y lo hacía reír, le relataba historias interesantes y sorprendentes, de marineros que surcaban los feroces mares, de pilotos que atravesaban los cielos, de soldados que luchaban en guerras, de detectives que encontraban al culpable, de jóvenes audaces que viajaban y exploraban los lugares más raros, hermosos y misteriosos que jamás hubiesen podido existir.
Mis historias eran las mejores del mundo, o al menos eso decía él. Siempre me gustó contar historias. Hubo un tiempo en el que quería ser escritora, aunque no a tiempo completo. Sé que no es un trabajo que dé mucho dinero para vivir. Sería escritora como hobby, o pasatiempo. Para relajarme de vez en cuando. Para darles a las personas algo que disfrutar. Aventura, acción, misterio, comedia, romance, fantasía… todo eso, y más, en la palma de tu mano, en un libro.
En la tarde del 24 de diciembre, cuando mis padres salieron de la casa para buscar a mi hermano en el hospital, tomé la máquina de afeitar de papá y me corte todo el cabello. Mi cabello era rubio y largo, era muy hermoso pero no tanto como el de mi hermano tiempo atrás.
A él le gustaba su cabello, y a mí también me gustaba. Por eso, en vez de darle un carrito, o un juguete normal, quería regalarle mí cabello este 24 de diciembre.
Al llegar del hospital, la reacción de mis padres al verme con la cabeza calva y todo mi cabello en las manos, fue tan simple como no decir nada y mirarme fijamente. Mi hermanito tuvo la misma reacción. Teniendo a todos frente a mí, con la boca abierta de par en par, dije “¡¡feliz navidad, hermanito!!”. Nate tardó un minuto en procesar todo, y entonces saltó a mis brazos y me apretó con las fuerzas que le quedaban, “¡¡Gracias, hermanita, Gracias!!” dijo sonriente.
Esa navidad la pasamos de maravilla.
Tres años después.
Rachel Lane, 15 años, escritora por hobby. Tiempo atrás había comenzado a publicar mis historias en internet, y a la gente le habían encantado un montón. En las últimas semanas de enero, del año anterior, una editorial me había ofrecido publicar mis historias como libros. Acepté con gusto, y pude ver mi primer libro en mayo. Y entonces, mes tras mes, veía como salía a la venta un libro nuevo lleno de mis historias. Eran comprados tan rápido como llegaban a las librerías. Varias bibliotecas públicas tenían un estante solo para mis libros. Algunos eran cortos y otros eran largos, no todas las historias tardaban el mismo tiempo en terminar. Algunos incluso eran trilogías, y había escrito series completas de una misma historia.
En las navidades de este año, iba a ir a visitar a mi hermano. Nos habíamos separado por la muerte de mis padres, hace dos años. Él fue con mis abuelos, y yo me fui con mis tíos. Vivíamos muy lejos el uno del otro, no podíamos vivir ambos en la misma casa. Él ya estaba completamente curado del cáncer y no quedaba huella alguna de su presencia en él.
Cuando supe que lo iba a volver a ver después de tanto tiempo, enseguida comencé a preparar su regalo, ya que era tradición para nosotros el regalarnos algo el uno al otro.
Mi regalo de este año sería un libro. Ya que no le había contado una historia en mucho tiempo. Había escuchado de parte de mis tíos que le gustaba mucho leer y que tenía un montón de libros. Leía también todos mis libros apenas tenía la oportunidad.
Empecé a escribir un libro, dedicado enteramente a él. Planee todo junto con la editorial para que el libro saliera el 20 de diciembre, por lo que allá llegaría unos días más tarde.
Para el 24 yo ya estaba llegando a su casa con mis tíos. Ya tenía el libro en mis manos, esperando para dárselo. Cuando llegué, nos saludamos, abrazamos y conversamos durante horas y horas. Nos contamos todo lo que habíamos hecho en este tiempo en el que habíamos estado separados.
Al momento de dar los regalos ambos estábamos realmente emocionados.
Le entregué mi libro, envuelto en un paquete marrón e hilo. Como esos paquetes que envían por correo. Él me entrego algo muy similar. Los dos abrimos el regalo del otro al mismo tiempo, y vimos en nuestras manos lo mismo que tenía el otro. Un libro. El que él me había dado era diferente al mío. Era más bien un manuscrito y no un libro.
Fue entonces cuando me entere de boca de mi propio hermano, que a él también le gustaba escribir historias y que, al igual que yo tiempo atrás, publicaba sus historias en internet. Al ser esta una ocasión especial, escribió e imprimió un libro, sólo para mí. Lo mismo que yo había hecho.
Esa navidad la pasamos de maravilla.
Regrese a mi casa y él se quedó en la suya. Ya no nos íbamos a reunir otra vez en navidad. Pero no nos importó mucho, ya que teníamos una nueva forma de comunicarnos. Antes de irme, ideamos un código especial, el cual escribiríamos en nuestras historias. Así nos comunicaríamos. En cada libro nuevo que escribiese, habría una carta dirigida a él de forma secreta. Y en cada historia nueva que el publicase en internet, habría una carta dirigida a mí de forma secreta.
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