De mis cuentos de vacaciones
La primera huella humana en la luna. Fuente: http://www.shutterstock.com/307849070. Imagen con licencia Creative Commons.
21 de julio de 1969. Aquel día, a las 2:56, hora del meridiano de Greenwich, Neil Armstrong fue el primer ser humano en pisar la luna. Aquella frase de "Es un pequeño paso para un hombre, pero un gran paso para la humanidad", nunca pudo ser más precisa. El grado de modernidad alcanzado por la humanidad, aquel día, entró en una dimensión hasta entonces insospechada. Cosa que no impactó del todo a aquel Porlamar campechano de los años 60, pero sí en mi vida.
Como todos los años, iba a pasar las vacaciones escolares con mi abuelo y mis tíos en Porlamar, Isla de Margarita. Mi infancia, entonces, se parecía un poco a la vida de Harry Potter, pero al revés. Todo cobraba vida mágica en las vacaciones margariteñas, que eran mi época favorita del año.
Volviendo a ese particular día de 1969, ya en la enorme casona de la esquina de la Calle Arismendi con Marcano, el ajetreo de la cocina parecía la coreografía que acompañaba el programa culinario de Las Morochas y luego El Observador Creole. La señora Andrea, alegre como todas las buenas personas de Boca de Río, celebraba cada buena sugerencia de las Morochas con una exclamación, casi siempre dirigida a mi tía Blanca. "¿Viste mujer? ¡Tan bueno que le sale a ella err guiso ese!" Pero de un momento a otro, su algarabía se paró en seco. No había mantequilla. Se fregó el almuerzo. ¿Qué se hizo, cómo se acabó? Seguro que fue Carlitos, (mi tío Carlos) que se la comió, estudiando hasta tarde todas las noches.
Culpar a tío Carlos no haría progresar el almuerzo, que llegó a un incómodo punto muerto. Y fue allí cuando, a falta de nadie más, entré en escena: Tu misión, Oswardito, si decides aceptarla, es ir a comprar mantequilla en la panadería. La cual acepté, con enorme alegría.
En aquella época, con 6 años a cuestas, ir a la panadería yo solo era una codiciada aventura de 100 metros. Casi siempre salía acompañado de aquella casona donde cada vacación de verano, venía familia de todo el país. Lo difícil allí, era estar solo. Me fui contento, encandilado por el brillante sol margariteño. Pasé delante de la casa de mi tía Rosa Elena, y como siempre pedí a gritos la bendición. Ella me contestaba desde donde estuviera, cosa que a los dos siempre nos hacía mucha gracia. Llegué a la esquina de Arismendi con Igualdad, donde la oficina de identificación y extranjería funcionaba como una enorme casa de familia. Luego, la emoción de cruzar la calle solo. Dos veces.
(Composición gráfica mía -perdónemne lo pirata- a partir de imágenes de uso público)
Las calles de Porlamar, como las de muchas otras ciudades, tienen una canaleta entre el pavimento y la acera, en el que es común conseguir agua estancada y sucia. Me puse a la orilla de la acera, mirando para todos lados, esperando el momento preciso de cruzar la calle, sin olvidar pegar el saltico que salvaría mis zapatos de emporcarse. La emoción de ser yo quien decidiera cuándo cruzar, era nada comparada con el enorme vacío de no tener quien me sujetara de la mano, ni tampoco una voz que me aleccionara a cruzar. Quizás no esperaría mucho, pero entonces parecía no llegar nunca el momento justo, cuando un busito viejo paró en media calle a bajar y subir pasajeros. La voz que dijo 'Cruza, pues', vino de mi interior. La escuché claramente, como un suspiro hacia adentro. Brinqué al pavimento, viendo por un momento, con cierto sobresalto, como la calle se me hacía más ancha. Solo me apuré, y en cinco zancadas más, me conseguí la siguiente canaleta. Esta vez brinqué alto y fuerte, tanto, que casi llegué a la pared de la casa de enfrente. Me volteé a mirar, y el mundo estaba al revés. Enfrente estaba de donde yo venía, el bus que estaba a la derecha, seguía montando pasajeros, pero a mi izquierda. Y la panadería ahora quedaba al lado, no enfrente. Ya no estaba yo aquí, porque aquí era mi allá. En ese momento estaba allá, no aquí, aunque mi aquí de entonces fuese mi allá de apenas unos segundos antes. Ya no verme allá, parado y esperando, era la prueba de que lo hice. Lo logré solo, por Dios que yo solito.
Cuando entré en la panadería, ya había comenzado el programa especial del Observador Creole. No hubo quien me atendiera, porque todos estaban pendientes de un televisor RCA de los grandes, que nadie nunca me supo explicar (incluso muchos años después) cómo lo lograron subir en aquella repisa aérea. El locutor hablaba de la llegada del hombre a la luna, y todas las personas presentes en la panadería se hacían callar entre sí. Desapareció la imagen del ancla de noticias, para poner una imagen como la de una playa, pero de noche. Arena blanca sobre un fondo oscuro. De repente, se ve a un muñeco blanco, rollizo pero no barrigón, con la cabeza redonda, pero sin cara, pegando unos saltitos ridículos y poniendo una bandera americana en el suelo, como quien le pone un palillo a un pasapalo. Definitivamente era un hombre, pero con cara de bombillo. Un hombre metido dentro de un colchón con brazos y piernas. Una voz narraba la hazaña de Neil Armstrong, que se convirtió en el primer hombre en pisar la luna, mientras todo Porlamar, que unánimamente miraba esa transmisión, se esforzaba por entender que Armstrong estaba en la luna, pero el sol seguía brillante en el cielo, el aire olía a la mar, hacía el calor de siempre y la panadería segúia sacando el pan a esa hora, justo cuando todos vienen a buscarlo recién hecho, para comerlo caliente en el almuerzo. La realidad suele ser así de terca.
Neil Armstrong, Misión Apollo 11, primer hombre en alunizar. Imagen de dominio público, provista por la NASA.
Ese fue mi primer encuentro significativo con una noticia de televisión, mi primera memoria de entender qué pasaba en el mundo, más allá incluso de este mundo, y mi más remoto recuerdo de haber nacido en una época de asombrosos momentos históricos. Luego de la reseña, el Observador pasó a su emisión normal, y me desinteresé del asunto. Después de todo, tenía algo enorme que contar en la casa.
Mi primer impulso fue salir corriendo, pero no. Cuidado, ya yo era chiquito-grande, ya no hacemos eso. Faltaba mi reingreso a la cuadra de la casa. Una camioneta de aquellas cerradas, de reparto, me tapaba la visión de media calle. Parado en el borde de la acera, no iba a poder ver cuándo cruzar. Me animé a pararme en el pavimento, para poder mirar mejor, por más que una miedosa voz me gritaba por dentro que no lo hiciera. Dos o tres veces me regresé a la acera, hasta que entendí que los carros no podían meterse allí, donde me asomaba. Me paré enfrente de la camioneta, y viendo que estaba a mitad de camino, me la jugué, porque venía un carro en movimiento. En tres rápidos brincos, estaba a salvo en la otra acera. De vuelta a mi cuadra, Era como si de nuevo pudiese respirar. Salí corriendo para la casa con tal velocidad, que ni le pedí la bendición a mi tía Rosa Elena. Llegué jadeando a la cocina, donde mi tía Blanca, Andrea y Mamá Aquilina, la matrona de la familia, estaban como locas esperando por mí. Y por la mantequilla.
Cuando uno es chiquito-grande, descubre con asombro cómo se vuelve conocedor de una historia maravillosa. Y la cuenta desde la maravilla, no desde la corrección gramatical, que ya uno irá después a la escuela para eso. Sé, estoy seguro, que lo único que quedó claro de las ráfagas que salían de mi boca, fue que "Allá en la panadería, estaba un hombre en la luna del televisor".
Tan espontánea frase vino llena de gracia, y fue motivo de bromas varios años, pero no cayó en gracia haberme olvidado de la mantequilla. Me gané mi regaño, y perdí el derecho de volver a cruzar la calle solo, el resto de aquellas vacaciones. Era chiquito-chiquito, otra vez. Porque por haber olvidado comprar la mantequilla, yo era, con toda propiedad, el niño que vivía en la luna.
Este material es original mío.
®Oswaldo Gómez 2018.
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Saludos @oswaldogomezs, muy buena jerga, como olvidar el apoteósico episodio de cruzar la carretera sin ayuda, jajajajaj. El montaje sin duda que evidencia un sueño de niño jajajaja y si, tu historia hace que uno se recuerde de alguna travesura de niño o de alguna anécdota que para el momento haya sido significativa para la edad.... Comento un caso particular cuando tenía aproximadamente 5 o 6 años de edad, sin embargo, no de tan vieja data jajajaja, yo quería unos pollitos y mis padres no me complacían porque según ellos yo nos los podía cuidar motivado a que en casa de la abuela yo jugando con los pollitos al agarrarlos los apretaba un poco duro y los dejaba sin respiración sin querer, en tal sentido y motivado a que todos los domingos íbamos a visitar a la abuela y en el patio de su casa, mi abuela tenía un gallinero, a mí se me ocurrió la brillante idea de traerme escondido a mi casa 2 posturas de gallinas para que nacieran los pollitos en la casa, improvise un nido en un matero en el fondo de mi casa que tenía una mata tipo enredadera, todo esto lo hice sin que mis padre se enteraran y recuerdo que todos los días antes de ir a la escuela iba al patio de la casa a ver si ya habían nacido los polluelos.
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¡Ah mundo, la inocencia, mirá! Yo me alegro un montón de los comentarios que este relato ha recibido. A casi todos, el muchachito que tienen por dentro levantó la manito, y dijo yo, yo, yo, como cuando pasaba la comparsa de carnaval y uno hacía de todo para que le tiraran caramelos. Eso tiene que ser otro cuento, por cierto. ¡Un abrazo!
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Hola @oswaldogomezs me hiciste reír con tu graciosa y gran aventura, además recordé mis tiempos de niña, que salir era todo un privilegio, el sol brillaba más y las calles solían hacerse más grandes. Me agrado leer tu original y elocuente historia.
Me alegra que te hayas activado y estaré visitándote.
Bendiciones y buena vibra.
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Gracias, Angélica. Quise hacer un homenaje íntimo a los tiempos que me ha tocado vivir, que me parecen los más fascinantes. Y la llegada del hombre a la luna, es definitivamente un hito importante, tanto para la humanidad, como para mis recuerdos.
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Gran historia, me identifique mucho con ella de niño quise estudiar en las Simon Bolivar en Caracas, para optar a una beca en la NASA que era mi sueño de niño, pero por razones de logísticas y que era muy joven para vivir solo en caracas, luego entendí que mi rumbo y vida era otros!!!, pero siempre recuerdo esas aventuras que me imaginaba trabajando para poner hombre en el espacio o participando en un misión, por no!!!
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Creo que uno no debe olvidar el niño que fue, ni el que aún lleva por dentro, porque de allí uno viene. Uno no se despierta un día siendo grande, y la aventura de ir creciendo y descubriendo cosas es tan fascinante, que merece de parte nuestra celebrar su continuidad en las personas que somos de adultos. Gracias por comentar.
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Que molleja de buena tu historia, sin duda alguna cuando niños todos vivimos y pasamos por situaciones similares. Yo soñaba con ir solo a comprar pan, galletas, o algo que se hubiese olvidado para el almuerzo o la cena, pero esa emoción desapareció, ya cuando crecí poco a poco, pues ya quería solo jugar en la casa y no salir, jejejejejeje. Pero fue cuando mas responsabilidad tuve, incluso de ir al mercado con apenas 14 años y hacer las compras de la casa. Fui creciendo y se acabo la emoción de encontrar cosas nuevas en el mundo, ya todo era lo mismo. Jejejejejeje. Pero mientras duro la emoción, todo fue espectacular. Gracias por compartir tu relato, me transporto a la infancia. Muchas gracias mandocon, un abrazo.
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Gracias por tu comentario. El motor de este relato fue haber podido atestiguar la gran hazaña de la Misión Apollo 11. Sí estaba en Margarita ese día, y la gente tenía una semana hablando de eso, Ya conocía el tema. Sí vi la llegada del hombre a la luna, con la familia, en vivo, por el televisor de la sala, y al otro día vi la noticia del Observador Creole en el televisor mollejúo de la panadería, de esos que tenían un gabinete, que todavía no me explico cómo lo subieron donde estaba y por qué no se caía. Con seis años apenas, toda la circunstancia me llevó a entender que aquello era algo trascendental. Un antes y después en la historia. Había gente fanática y estúpida que pregonaba la destrucción del mundo si el hombre llegaba a la luna, por contradecir los designios de Dios. Siempre ha habido y habrán seres malignos que juegan con los miedos colectivos de la humanidad. Claro que, a esa edad, uno comienza a descubrir y a maravillarse de las cosas que puede hacer. No sería ese día cuando crucé la calle solo por primera vez, pero quise hacer el cuento hilando ese pequeño paso que da un niño, pero que para él representa un enorme salto en su humanidad. Porque de hazañas se compone nuestra infancia. Gracias por tu comentario, Abdul.
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aqui mi apoyo hermano
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Gracias, Duque. Siempre puedo contar con que vos me deis la pata e gallina. Un abrazo
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Una extraordinaria historia, sin lugar a dudas, esa fuente tuya de inspiración en nuestra hermosa isla de Margarita se ve que marcó una parte importante de tu vida y lo mejor es que ahora puedes recrear los momentos y compartirlos con el mundo... Esta frase "Allá en la panadería, estaba un hombre en la luna del televisor" vale todos los cobres del mundo... un fuerte abrazo y por favor sigue escribiendo sobre esto... creo que hasta podrías armar una compilacion de tus "aventuras en la perla del caribe" o algo así... ya llevais dos por lo menos
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Gracias, Arturo. La langosta y El niño que vivía en la luna, son hasta ahora toda la serie de Cuentos de Vacaciones, que tengo un tiempo queriendo escribir y compilar. Muchos cuentos tendrán a Margarita de escenario, pero no todos. Lamentablemente, ahorita estoy como Serrat. Las musas han pasao de mí, andarán de vacaciones.
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