Capítulo 30
Corría con el sol posándose a sus espaldas. La noche amenazaba con llegar demasiado rápido, tal vez hubiese sido mejor idea subir a su habitación por un abrigo, pero los nervios iniciales se transformaron en pánico de inmediato, al ver ingresar al colegio con rostros desencajados, a los hermanos Corndwall, pero no a su amado primo.
“¿Dónde está Anthony?” Preguntó sacudiendo a Archie por la solapa de su traje. “Todo marchaba bien”, comenzó aquel lúgubre relato, “pero el segundo día se disculpó de tomar la cena alegando sentirse mal”, proseguía Archie al borde de las lágrimas, “minimizó las cosas como siempre, dijo que no era nada de qué preocuparse”.
Nada de qué preocuparse.
Al desayuno tampoco se presentó. Y entonces sus primos tuvieron “algo de qué preocuparse”. Al llamar a su camarote nadie respondió, llamaron a los oficiales a cargo hasta encontrar a alguien que consiguió las llaves para poder entrar.
Anthony ardía en fiebre. Tenía los ojos vueltos al cielo y murmuraba cosas incomprensibles. El médico a bordo de la embarcación se sentía desconcertado. Stear y Archie intentaron relatarle lo mejor que pudieron el accidente que Anthony había sufrido meses atrás, pero sin el historial médico completo y las observaciones de las últimas consultas, el doctor temía hacer algo que resultara contraproducente a la salud del joven.
De nueva cuenta, a Stear y Archie no les quedó otra opción más que esperar.
No hubo cambio alguno en su situación. Al desembarcar en Londres, Anthony fue trasladado a la residencia temporal de los Leagan en aquella ciudad, y hacia allí se dirigía Candy.
-¿Tú? ¿Aquí? – La señora Leagan le otorgó a Candy aquella típica mirada de desprecio y superioridad a la que Candy había terminado por acostumbrarse en los años que pasó trabajando para ella – Entenderás mi sorpresa, es tan raro verte llegar por la puerta principal y no por la de servicio.
-¡Por favor señora Leagan, se lo ruego! Permítame ver a Anthony. Necesito saber cómo está.
-Está con el médico y tú no tienes nada que hacer ahí. Apenas y sabes escribir tu nombre, no sé de qué podrías hablar con un hombre de ciencia.
No debía permitirle que la exasperara, lo importante era verlo, qué tanto tuviera que humillarse no importaba – Por favor – tuvo que hacer una pausa para controlar el temblor que atacaba sus manos – se lo suplico señora Leagan, necesito verlo.
-Está bien, - contestó resignada - creo que debo dejarte pasar, aunque me hubiese gustado que avisaras antes y poner mi joyería a buen resguardo.
Candy entró a la casa en el mismo momento en el que el médico abandonaba la habitación donde se encontraba Anthony.
-Doctor, ¿cómo está Anthony? – preguntó con mucho temor.
-Mal. – Pero ni siquiera aquel cruel y honesto diagnóstico la preparó lo suficiente para lo que sus ojos presenciaron.
Pasaba de media noche cuando regresó al colegio. La hermana Gray la recibió furiosa. Cientos de horas de castigo y la revocación absoluta de su permiso para salir sola los domingos. Nada de eso importaba.
“Solo importaba volver a verte”, fueron las palabras que con mucha dificultad Anthony exclamó cuando ella finalmente se armó de valor para entrar a verlo. Trataba de lucir serena, darle esperanza, pero aquello resultaba prácticamente una misión imposible.
“Sabes, Candy”, prosiguió, “a veces creo que debí haber muerto en aquel accidente durante la cacería del zorro, estoy seguro de que ese era mi destino. Pero me aferré a la vida, solo porque mi deseo de volver a verte fue más grande que mi miedo a la muerte. No veo por qué la cosas serían diferentes ésta vez, saldré de ésta, Candy”.
-Saldremos juntos – colocó su mano sobre la de él- yo estaré aquí para apoyarte como siempre, te lo prometo.
Parecía como si la mitad del cuerpo de Anthony hubiese decidido quedarse en América, o por lo menos la voluntad para moverlo. De nueva cuenta aquella fiebre inexplicable había inflamado su cerebro haciendo que ciertas partes de éste se atrofiaran, la gran pregunta era, ¿para siempre?
Aquello le daba el aspecto a su hermoso rostro, de una vela olvidada al intenso sol, cuya mitad que recibiera los rayos se hubiese derretido. El ojo izquierdo presentaba un lagrimear constante, de la comisura de su boca le escurría saliva sin poderlo controlar, hecho que lo irritaba sobremanera. Su brazo izquierdo parecía hecho de trapo, igual que pierna; no podía sostenerse de pie.
Cuánto tiempo pasaría en casa de los Leagan era imposible de predecir. Dependía en gran medida del esfuerzo e interés que Anthony pusiera en la terapia que lo ayudaría a recuperar fuerzas y su autonomía.
“Tan rápido como sea posible, para volver a estar contigo, es lo único que me ha mantenido con fuerzas todo éste tiempo”.
Lo único que lo mantuvo con fuerzas todo ese tiempo. ¿Y mientras ella qué hacía? Besuquearse con Terry en los corredores vacíos del colegio, ignorando que el chico que la amaba, él que en verdad la amaba y a quien había jurado querer, se debatía una vez más entre la vida y la muerte.
Se daba asco a sí misma; repulsión, pero sobre todo, vergüenza.
-Te estaba esperando.
No le sorprendió escuchar su voz en la oscuridad de su habitación, sabía a qué había venido él, y por eso era que no se atrevía a voltear a verlo.
-¿Cómo estás? - se acercó a paso lento hasta colocar su mano sobre el hombro derecho de Candy - quiero decir, sé que no debió de haber sido nada fácil, y si necesitas que te de un tiempo, yo lo entenderé…
No pude, Terry. - La primera lágrima escapó de su ojo izquierdo.
¿Qué quieres decir? ¿No pudiste ver a Anthony hoy y hablar con él? - Ella se había alejado de su mano - Escuché en los pasillos el rumor referente a que él no había regresado, pero creí que…
No pude, decírselo… y no seré capaz de hacerlo, nunca.
¿Qué? - A Terry le costaba articular palabra. – Candy – hacía acopio de todas sus fuerzas para mantener la calma, hecho bastante extraño tratándose de él – hasta hace unas horas, tú estabas totalmente convencida de terminar tu relación con Anthony, de que le confesarías que a quien amas es a MÍ. ¿Y ahora me dices, que no pudiste y que nunca podrás? ¿POR QUÉ?
-No pude Terry, ¡entiende! Es demasiado complicado.
Candy, – volvió a tomarla por el brazo– sé que diste tu palabra, sé que ésta forma de… de empezar lo nuestro, no es el panorama más honesto o políticamente correcto, pero insisto, es tan sencillo como que le digas a Anthonhy la verdad, que me quieres.
No puedo hacerlo Terry, es una situación que no puedes comprender.
¡Entonces explícame, carajo! – Su paciencia había llegado al límite.
No.
¿Por qué?
¿Qué cambiaría?
¡Cambiaría el hecho de que me estuviste viendo la cara de imbécil todo éste tiempo y que nunca estuvo entus planes decírselo!
-Terry… ¿cómo puedes pensar eso?
-Es a lo que me has orillado. Así que necesito una explicación, ¡ahora!
Se trata de, de algo que pasó antes de venir aquí, antes de ti.
Ustedes se hicieron novios, eso ya lo sabía.
Las situaciones que rodearon nuestro compromiso fueron…
-Sin rodeos, Candy.
- El verano pasado Anthony sufrió un accidente. Fue mi culpa, nos alejamos del grupo durante la cacería del zorro. Su caballo cayó en una trampa, el animal reaccionó al dolor y lanzó a Anthony por los aires. El golpe fue terrible, estuvo inconsciente, semanas.
Todos creerían que moriría o que tendría secuelas para el resto de su vida.
- Pero él despertó. Y tomando ventaja del miedo que sentiste ante la posibilidad de perderlo, te pidió que fueras su novia y tú aceptaste.
-Yo lo quería Terry, en verdad. Llevaba tiempo enamorada de él, y sí, tuve miedo de perderlo, pero de habérmelo pedido en otras circunstancias mi respuesta hubiese sido la misma.Nunca hubiera imaginado el giro radical que darían nuestras vidas al venir a éste colegio, mucho menos el hecho de conocerte, ni de enamorarme de ti.
- Pero pasó. Nos conocimos y nos enamoramos. Y ahora que Anthony está fuera de peligro, él también puede buscar la forma de vivir su vida como mejor le venga en gana.
-¡Anthony no está fuera de peligro, Terry! Lo que los doctores temían, ¡lo que todos temíamos! Se hizo realidad. Durante el viaje, algo pasó, no sabemos si se trata de algo nuevo o siguen siendo estragos de ese maldito accidente. El asunto es que Anthony está mal, no puede mover la mitad de su cuerpo y yo… yo no puedo dejarlo, Terry.
-Candy, no quiero parecer insensible, y por supuesto que lo que ocurre con Anthony es terrible. Pero eso no es culpa tuya, y mucho menos es tú responsabilidad.
-¡Claro que es mi responsabilidad! Yo le hice una promesa, Terry. Más allá de una relación amorosa o no, yo prometí estar con él, apoyarlo en todo esto. No puedo solo ignorarlo y dedicarme a ser feliz mientras él está sufriendo.
-¿Entonces prefieres sufrir tú? ¿Nosotros?
Es distinto, Terry.
¿Por qué es distinto? ¿Porque su dolor se ve y el nuestro no?
-Tengo terror de que él…
-¿Pueda perder la vida? ¡Todos corremos ese riesgo, Candy! Puede ocurrirnos en cualquier momento, por eso es tan importante no dejar ir las oportunidades que nos da la vida de ser felices. ¿Qué tal si el día de mañana muero yo? Si tomo la cantidad de alcohol suficiente que me haga dejar de respirar o finalmente encuentro el valor de poner una bala en medio de mis ojos.
¡Para Terry, por favor!
¿Sabes cuál sería la única diferencia, Candy? Que yo nunca utilizaría eso para obligarte a estar conmigo.
-Anthony no me obliga a estar con él.
-Seguro. Tan solo no para de decirte, que sin tú lo dejas, perderá las ganas de vivir.
Los cristales del ventanal por poco y se vuelven mil añicos después de que Terry los azotara tras abandonar la habitación. Él no entendía, tampoco Patty o Annie lo hacían. Nadie la entendía, pero ella sabía que estaba haciendo lo correcto.
Una nueva intervención del abuelo Williams, y según rumoraban, una cuantiosa donación económica al colegio, la directora finalmente accedió a otorgarle la libertad dominical a la alumnas más conflictiva que había ocupado las aulas del San Pablo. Aunque aquella “libertad” se limitaba a ser recogida por el chofer de los Andrew en la puerta del colegio, para que junto a Stear y Archie, ser conducida a la residencia de los Leagan, ayudar a Anthony con sus terapias, y al caer la tarde, emprender el camino de regreso. No existía gran mejora entre una visita y otra, pero ella se esforzaba en maximizar el menor logro que Anthony pudiese alcanzar en su autonomía.
Le impactó ver a Terry el primer lunes después de clases, esperándola en las asesorías nocturnas. Estaba muy entretenido, haciendo lo que Candy creía, eran garabatos sin sentido. Mo había señales de la hermana Circe, solo un incomprensible problema matemático utilizando fracciones.
-Hola – saludó con timidez sin obtener respuesta, él seguía enfrascado realizando círculos y líneas poniendo excesiva fuerza en sus trazos – no creí volver a verte aquí. De hecho, ni siquiera tenía esperanzas de que volvieras a dirigiré la palabra.
-Solo lo absolutamente necesario – levantó la vista dedicándole una mirada fría y áspera – pero mi ayuda no está condicionada a que decidas brindarme o negarme tu cariño, Candy. Empecemos: las fracciones constituyen pequeñas partes de una unidad. En cuántas partes dividas esa unidad dependerá de…
Y lo que Candy creía que eran garabatos sin sentido, en realidad se trataban de ilustraciones con las que le fue mucho más sencillo comprender el problema de las fracciones.
“Eso es amor de verdad, sin condiciones”. Fue el comentario de Annie cuando Candy le relatara lo ocurrido.
Anthony demoró poco más de un mes en reincorporarse al colegio, motivado principalmente por la celebración que se llevaría a cabo en los jardines del San Pablo que por las clases dentro de sus aulas.
En el colegio se festejaba a San Valentin, aquel sacerdote del siglo III que desafió al emperador romano, Claudio II, que en su afán de conseguir mejores soldados, libres de ataduras y con mayor disposición, prohibió el matrimonio entre los jóvenes. San Valentín los casaba en secreto, convirtiéndose en el santo patrono de los enamorados.
Después que escuchar el sermón que versaba acerca de las características para saber diferenciar el amor verdadero de “tentaciones puestas por el diablo para inflamar sus corazones y desatar bajas pasiones”, los alumnos podían salir a disfrutar las decoraciones en tonos rojos y rosas que adornaban los salones y corredores, disfrutar tartas en forma de corazón rellenas de chocolate que servirían en como postre a la hora de la comida, intercambiar tarjetas, obsequios y en general pasar una tarde agradable luciendo sus mejores galas en un ambiente relajado donde chicos y chicas podían convivir lejos de la acostumbrada separación por géneros.
Anthony caminaba apoyándose en un elegante bastón. El único motivo por el cual había cambiado su inminente rechazo ante tal aparato ortopédico, era que, según la tía abuela Elroy, el bastón pertenecía a su padre, el capitán Brown, quien haciendo gala de la testarudez que al parecer le había heredado con el apellido, cuando en una de sus descabelladas “aventuras por los siete mares”, una tormenta los tomó por sorpresa y al tratar de salvaguardar la preciosa carga que llevaban, gran parte de ésta le había caído encima provocándole una fuerte herida en la pierna.
Cierto o no, a la tía Elroy le funcionó contarle aquella historia. Anthony llevaba mucho tiempo sin ver a su padre y el contacto cercano con un objeto que hubiese pertenecido a él le daba cierta sensación de cercanía.
Vistiendo una elegante camisa dorada, hacía si mayor esfuerzo porque su caminar se viera enérgico y seguro. Esbozaba una sonrisa, que no lograba minimizar del todo aquel extraño desfase que sufría su rostro, pero que lo hacía lucir radiante.
Sonrisa que se borró escasos metros antes de llegar a donde lo esperaba Candy.
-¿Tú? ¿Qué haces aquí? – Candy no comprendía por qué Anthony, quien acababa de adquirir un tono rojizo bastante alarmante, le reclamaba de esa manera su presencia cuando ella sabía que el único motivo por el cual atosigara a su médico hasta que el galeno cedió, para que lo dejara reincorporarse al colegio, era la posibilidad de pasar esa tarde con ella, Stear, Archie, Patty y Annie.
El escuchar aquella voz a sus espaldas la hizo saltar. Pero cuando volteó a verlo, se paralizó. Terry lucía particularmente apuesto. Vestía un saco color ciruela y llevaba el cuello levantado. Una mascada de seda y el cabello recogido en una coleta. El aroma de su loción resultaba embriagante y su estampa en general tenía un efecto hipnotizante en ella.
-Esperando a mi cita de San Valentín. Y ahí viene – dijo dibujando una media sonrisa.
Candy por poco desfallece cuando vio a Eliza Leagan, vistiendo su ropa más costosa, bajando las escaleras al encuentro con Terry.