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Rivera fue con Gallegos rumbo a los registros donde irían a verificar datos y revisar los documentos originales referentes al caso. Aunque el chaleco y el armamento era un fastidio, debían llevarlo pues en cualquier momento podía ocurrir una emboscada.
— Quizá no encontremos nada, capaz y ya volaron todo eso. —Dice Gallegos.
— Eso es lo que yo pienso, pana —replicó Rivera, y se echó a reír.
Un funcionario vino a atenderlos y al mostrarle las placas y explicarle el motivo de la visita, se puso nerviosa (era una mujer) y dijo que tenía que preguntarle al registrador. — déle esta orden al registrador, que es lo que necesita. Nosotros vamos a archivo —Dice Gallegos, picando adelante. Cuando tratan de detenerlos, se contienen, viendo la placa del CICPC.
Cualquiera sabe que un funcionario cuando viene con toda autoridad y sin prestarle mucha atención a nadie, es porque viene respaldado y es mejor quitarse del medio. Sin embargo, la mujer fue donde el registrador.
— ahora, si aquí hay algo sucio y el registrador sabe algo, es muy probable que le avise a sus cómplices, incluyendo a los otros registradores. —Se quedaron en silencio tan pronto como comenzaron a buscar los expedientes pertinentes. Al encontrarlos, comenzaron a revisar ciertos datos. La sorpresa fue total.
— mi amigo, le brindo unas Soleras, porque aquí tenemos todo lo que buscamos. Fíjate, que este documento dice que vendieron el terreno perteneciente a este sujeto, Pérez, que era un apoderado de los dueños del terreno. Cuando se murieron los dueños... vendió. No joda… —Rivera le da un golpe en el brazo, llamándole la atención y Gallegos lo mira fijamente, Rivera está leyendo aquel legajo con tal atención y horror que tiene impaciente a su compañero.
— mira, el registrador inmobiliario ¡es ese tal Pérez! —ambos Enmudecieron.
En ese momento llega el registrador principal y les llama la atención, gritando:
— ¿quiénes son ustedes que entran así a mi registro? ¿Creen que porque tienen una placa, pueden hacer lo que les dé la gana? Me hacen el favor y… —en ese momento Gallegos se pone de pie, se suelta la chaqueta, dejando ver la pistola y se le planta frente al sujeto.
— primero, idiota, este no es TU registro, es de la NACIÓN. Segundo, yo vine a investigar un fraude que se hizo en ESTA oficina y dé gracias a Dios que usted no era el registrador porque ya estuviera esposado. Pero si quiere, lo detengo por impedir nuestra investigación —y cuando lo dice, saca las esposas que tiene y se las enseña. El registrador da un paso atrás y para rematar, le hace un gesto al policía que está de guardia allí y le dice que no deje entrar a nadie, ni siquiera al registrador, si él no lo autorizan. El policía, que reacciona tímidamente, le hace el gesto de salir al registrador, que sale con el rabo entre las piernas.
Cuando ya reúnen todo el material, van dónde sacan las copias y reproducen los archivos. Luego, salen, dando las gracias, con ironía, por el servicio que les prestaron. Ahora van al registro inmobiliario, que no está muy lejos. Cuando llegan, se fijan en un sujeto, que se les queda viendo. Lleva una caja de archivos y el instinto de ambos policías apunta a que allí van los archivos que buscan. De inmediato ambos agentes sacan sus armas y van corriendo a donde está el sujeto, que suelta la caja y levanta las manos.
— ¡no me maten, no me maten. Aquí están los expedientes! —el sujeto está llorando, en pleno ataque de nervios. Comienza a calmarse, viendo las placas oficiales, ahora los mira confuso, pero algo esperanzado.
— ¿y a quién esperabas tú? —pregunta Rivera, y de pronto, un carro que venía a alta velocidad se detiene, Gallegos da el aviso, toma la caja y se pone detrás del carro, Rivera se ha guarnecido detrás de un muro y los que estaban en el carro comienzan a disparar. El sujeto recibe una lluvia de plomo; pero Gallegos le comienza a disparar al carro, mientras Rivera les dispara a los atacantes. Dos policías vienen disparando y uno de los agresores cae.
Otro de ellos lanza una granada, los agentes la ven y dan la voz de peligro y se cubren lo mejor que pueden. La explosión hace que vuelen varias ventanas, y se escuchan gritos y alarmas pero los CICPC y los policías están bien.
De inmediato comienzan a regresar el fuego, pero los agresores se montan en el carro y se marchan a toda velocidad, dejando al caído tendido en la calle. Así es como paga el crimen a sus socios, moribundo, desangrado en mitad de calle, solo.
Los agentes se llaman y todos confirman que están bien. Los policías salen y uno de ellos avisa por radio sobre el enfrentamiento. Rivera se pone cerca de ellos, está pendiente, por si éstos no son policías y los atacan en lo que se descuiden. Gallegos va donde el caído, que aún no muere.
— mira, te estás muriendo. Dinos quién te mandó. Ya no hará nada por ti. Y mira cómo estás, fue culpa del que te pagó. Te dio dinero para que murieras por él. Dinos algo para vengarte. — El sujeto mueve su mano hasta el bolsillo, de donde sacan un Sony Erickson, allí ven un mensaje multimedia donde aparecen Rivera y Gallegos en una foto. El remitente es de un 0412, por lo que ya tienen una buena pista. El sujeto muere, tratando de decir algo, quizá un nombre. Nunca se sabrá.
Llaman a un contacto que tienen en esa compañía telefónica y pasan el número. Según el contacto, ese número pertenece a un tal Giacomo Scomotto, y de inmediato se lanzan a ubicar el aparato. Lo encuentran. Se trata del Centro empresarial Europa, donde ingresan y comienzan a acercarse. Le dicen que una llamada acaba de entrar a ese número y cuando ya están en el piso, el aparato se comienza a mover. Sale de la oficina, pero ya los agentes lo han interceptado. El sujeto tiene una maleta y el celular, que mete en un bolsillo de su saco Tommy Hilfiger. En ese momento le dan la voz de alto, y el tipo trata de correr, pero por el otro lado Gallegos le tranca el paso, entonces, suelta el maletín y sube las manos y dice que no dirá nada hasta ver a su abogado.
El hombre llamado Giacomo se encogió de hombros. Rivera sacó un cigarrillo Belmont de una caja negra y lo encendió cuidadosamente con un encendedor de oro marca Mont Blanc.
— tú estás jodido, mi amigo. —Gallegos se sacó el celular, un Samsung, de esos que parecen más bien una computadora. Lo revisa y dice:
— ¡mira esta vaina! —y cuando Rivera observa el mensaje, se trata justamente de las fotos de ellos dos. Sin duda, él fue el responsable de aquel atentado que casi los mata.
— tú le mandaste ese mensaje a los sicarios. El celular, y la línea, son tuyos. Está bien, no hables, pero te salen treinta años —entonces lo esposan y lo llevan a la salida del edificio, donde está una comisión del CICPC.
El subcomisario Esteban Roque guía la comisión. Tiene una MP5, y está alerta a cualquier cosa que pase.
— miren, ¿qué coño paso en ese registro? —pregunta y ambos le dan el parte y le dicen de los archivos y de inmediato los manda al otro registro, el mercantil.
— miren, cuando ese caso pasó, frenaron nuestras investigaciones. No es que amenazaran como le pasó a ustedes; pero los archivos fueron cerrados, como el caso, y todo se dejó en manos de los tribunales. Fue muy extraño. —Un agente les va comentando lo que dicen los expedientes.
Toda una red de fraude y de forjamiento de documentos se arma en cada página que revisan.
— Sin duda, hay complicidad en los registros. Fíjate que en los dos que hemos visto, el registrador trato de hacer algo para evitar que llegáramos a los expedientes. Me pregunto qué va a pasar en el que falta. —El tráfico los detiene, sin embargo, logran llegar.
Algo extraño notan en el estacionamiento. Un fuego, les pasa por la cabeza la idea de un carro incendiándose y en vista de lo que ha pasado, van para allá. Justo cuando se acercan, suenan dos disparos. Uno da en el pecho de Rivera. Gallegos corrió agachado mientras el pistolero le seguía disparando. Justo cuando se detuvo a recargar, Gallegos salió de su cobertura y le disparó dos veces y el sujeto cayó.
Fue a donde estaba Rivera, quien estaba acurrucado en el piso, pegado a la pared, con el arma erguida.
— Rivera, no dispares —y sale el compañero. Gallegos se agacha y le revisa el pecho que está intacto, el chaleco le salvó la vida.
Cuando Rivera se puso de pie, fue con su compañero a donde estaba el caído y comprobaron con horror que el fuego venía de una caja llena de papeles que se quemaban. Dos policías llegaron, acompañados de varias sirenas y los agentes se identificaron como miembros del CICPC.
Apagaron el fuego, pero esos papeles se quemaron casi por completo. Rivera temía que fueran los expedientes que faltaban. Un signo negativo surgió: al revisar, pudieron comprobar la presencia de una hoja, que era la portada de uno de los folios de expediente.
Rivera y Gallegos salieron corriendo, ya habían llegado más policías y una comisión del CICPC ya estaba preparándose para procesar la escena. Al llegar a la entrada, comprueban que hay un ambiente de conmoción, pues todo el mundo va diciendo:
— ¡mataron al registrador! ¡Mataron al registrador! —así que Rivera radea y manda a preguntar la identidad del caído. Casi de inmediato, un policía le dice que se trata de César Pérez.
— El registrador es César Pérez, quien fue el apoderado que vendió los terrenos y quien aparece en varios documentos. —Rivera tiene los ojos muy abiertos, de lo sorprendido que está.
— mira, maté al que hizo legal todo este delito. —Gallegos observa a su compañero.
La policía invade el edificio y le ordena a la gente desalojar, salvo los funcionarios. Comienzan a tomar declaración. Resulta claro que alguien más sabía de eso; pues en más de una ocasión se ha tenido que revisar esos expedientes, con motivo de la venta de algún inmueble ubicado allí.
Pero como resulta siempre, nadie sabe nada. Entonces recurren a interrogar al personal antiguo, que tampoco aporta mucho detalle pues se defienden diciendo que cada día ven cientos de expedientes y con tantos casos es muy difícil recordar uno en especial.
Hablan con la secretaria y ella es un poco más colaboradora. Les cuenta que en la mañana el señor Pérez había recibido varias llamadas que lo pusieron en un estado de nervios que ella no había visto. Dice que estuvo llamando por teléfono toda la mañana y que:
— …luego, se puso más nervioso todavía, como si lo hubieran amenazado y de repente, se calmó y me mandó al archivo a buscar unos expedientes —y en ese momento comienza a buscar en su escritorio un papel donde debían estar anotados los códigos. Gallegos sacó una hoja donde los tenía anotados. La chica los encontró y Gallegos le pasó la hoja.
— ¿no serán los mismo expedientes? —preguntó Gallegos, con esa clase de interrogante que parece más afirmación que pregunta. Ella dijo que justamente habían sido esos expedientes.
En ese momento, Rivera le dijo a su compañero:
— pues sí, chico, quemó las evidencias. Pero vamos a revisar su oficina y dile a la gente que nos traiga su celular, vamos a ver con quién habló. —Le preguntaron a la secretaria si últimamente lo habían visto con Giacomo, y le mostraron una foto. Ella dijo que sí. De ello, él fue uno de quienes llamó varias veces en la mañana.
— bueno, Rivera, total que sí son mafia esos italianos de mierda. ¡Vamos a joderlos! — dice Gallegos, que se ha sentado en la computadora y comienza a revisar los archivos del registrador, Rivera, mira la oficina, sabe que falta un detalle, quiere tener todas las piezas ante de ir por ellos.
— bueno, ya estamos sobre ellos, la cosa es que no quiero que pase lo de siempre, que por alguna duda o falta de datos contundentes, estas basuras se escapan, aunque todos sabemos que son culpables. Vamos a ver qué sacas de esa computadora y qué podemos agarrar. Todos los criminales dejan huellas y todos los crímenes dejan evidencia. Nosotros las estamos recogiendo. Tranquilo. —