A media tarde llegamos a nuestro destino, el desierto de Erg Chebbi.
El campamento de haimas estaba en cualquier lugar del desierto, rodeado de dunas y a lo lejos montañas enormes de arena y más arena. Impresionante.
Estábamos eufóricos tanto mi hijo como yo. ¡Por fin en el desierto...!
Instalados en nuestra haima, que nos pareció muy acogedora, los lugareños nos obsequiaron como marcan los cánones de hospitalidad bereber: un té con menta, dulces marroquíes y frutos secos, todo preparado en lo alto de una diminuta duna.
Teníamos hambre de mirar, sentir, oler, escuchar...
El desierto no te da nada, todo depende de tu mirada...
Y estábamos preparados, desde hacía tiempo, para ejercitar esa mirada.