Erase una vez una niña que vivía en Alemania. Esta niña, de nombre Ashley, era la hija de un reconocido empresario de nombre Jurgen, tenía 12 años, largos cabellos dorados y unos ojos azules propensos al llanto y devotos a Dios. Jurgen era muy malo con Ashley, al punto de agredirla y de golpearla constantemente.
El escape de Ashley eran las historias, pero no solo leerlas, sino escribirlas. Tenía demasiados cuentos en progreso, pero su padre era muy estricto en ese ámbito. Si la veía escribir, le decía: “Las niñas de tu edad no escriben, las niñas de tu edad hacen cosas de mujeres”, y esto se traducía pero no se limitaba a: lavar la ropa, planchar, cocinar y otras labores domésticas que Ashley debía cumplir.
Pero un día, frente a su cuaderno ella redacto la historia maestra, la historia más benévola que ella jamás había imaginado escribir: Era perfecta, trataba sobre una chica, que se llamaba Misáto; ella junto a su padre, surcaban los 7 mares en busca de la codiciada fuente de “El Dorado”, en un sinfín de épicas e impresionantes aventuras que acababan en un éxtasis digno de los dioses del Olimpo. Pero, en su inocencia, cometió el graso error de mostrársela a su padre, el cual, decepcionado por el hecho de que su hija “seguía en su inmadurez”. Tomo su cuaderno y lo escondió para evitar así que su hija continuara con ese habito de escribir que a el tanto desagradaba
Esa noche, Ashley soñó con su historia: soñó que, por momentos entraba en un trance psicodélico de emociones fuertes mientras imaginaba que Misáto peleaba al lado de su padre, defendiendo su navío a capa y espada; para luego descender en un orgasmo emocional al saber que habían resultado victoriosos de aquella ardua y cruenta pelea. Así que decidió ir a buscar su cuaderno al otro día, con la esperanza de proseguir su historia.
Ella, sigilosamente, fue hasta su cuarto y comenzó a buscar con la mirada ágil de gato que tenía; basto medio segundo para poder encontrar lo que tanto buscaba, lo tomo y lloro en silencio mientras tenía su preciado nomicon entre sus manos… Y luego, entro su padre.
-¿Qué estás haciendo con eso? –le espeto, mientras iba hacia ella.
Ella se mantuvo allí, en posición fetal, pensando en cómo podría escapar de aquella situación, y la luz se revelo ante sus ojos: “Cuando Dios cierra una puerta, abre una ventana” y eso fue exactamente lo que hizo, escapar por la ventana.
Corrió, corrió tanto como pudo; todo la perturbaba, quizás fue el ruido de la metrópolis la que no la dejo concentrarse, quizás fue su padre detrás de ella gritándole cosas intangibles a la distancia, o quizás, el característico sonido de un auto frenando en seco banalmente para evitarla lo que no la dejo percatarse del momento exacto de su muerte. Ashley, Misáto y las grandes aventuras jamás existentes habían fallecido aquella tarde de verano en Alemania.
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