La Guerra de Héctor (cuento)steemCreated with Sketch.

in troya •  6 years ago 

Se dice que dentro de toda guerra existen miles de luchas personales, que van dando color a las batallas. Una mañana cualquiera, ahora todas las mañanas eran cualquiera-pensó Héctor levantándose de su muy labrada cama-. El rey de Troya se acercó despacio a la ventana de su hermosa alcoba, una incandescente luz plateada lo cegó momentáneamente; hacia tanto que no se asomaba a observar los amaneceres que se maravilló como un niño al ver que la deidad de rosados dedos había deslizado su sublime manto sobre el cielo, anunciando que el rubio Apolo venia avanzando con su carro de fuego.
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Poco a poco la luz se fue tornando dorada iluminando el distante mar que Héctor tan bien conocía, allí su padre los había enseñado a él y a su amado hermano Paris a nadar, a pescar y a navegar los altos navíos de los que se enorgullecían los troyanos, más cerca del mar se encontraban los puertos en donde de pequeño acostumbraba a esperar el regreso de su padre acompañado de su afectuosa madre, era fácil recordar el sonido de las gaviotas buscando sobre sus cabezas un atisbo del botín que cada día Poseidón les proveía.
A partir de allí, el rey sabía muy bien cómo se sentía la blanca arena de la playa entre los pies descalzos, solía jugar a su antojo por entre las distantes rocas que daban al mar, fue allí en medio de esas rocas, en el más recóndito escondrijo, que fue presa por primera vez de las picardías de Afrodita.
En primer término un gallardo joven le enseñó el arte de besar, fue la primera vez que sintió tantos escalofríos recorriéndolo; más tarde, una de las amantes de su padre le enseñó el resto, justo en la misma cueva, abandonando su niñez y cambiando por completo sus pasatiempos. De ahí en adelante, se decidió a volverse el más audaz, fuerte e intrépido príncipe que pudiese haber, de esa manera no habría hombre ni mujer que pudiese resistirse a su inteligencia ni a su encanto.
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Ahora, sin embargo, la querida playa de sus recuerdos no existía, se encontraba ocupada por sus enemigos, a esta hora de la mañana los observó pescando en las orillas, ensuciando sus aguas y llenando su cielo con sus hogueras de desayuno. Los Aqueos, con su enfermiza estupidez, cegados por el deseo de poseer sus tierras, siguiendo ciega y fielmente al átrida Agamenón con su sed de venganza.
El rey Aqueo no era más que un necio a la vista de Héctor, era sencillo adivinar que para él ya no era Helena su obsesión sino el orgullo, se semejaba a un niño que, aun tomando de su biberón, llora porque desea tener los biberones de todos; un rey así no merecía su respeto, entendía a la perfección la renuencia del héroe Aquiles a formar parte de su circo de marionetas.
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Recordó vivamente el primer encuentro que tuvo con Aquiles años atrás cuando, desprovisto de experiencia pero lleno de mucha valentía, decidió enfrentarse a los más renombrados guerreros que podía conseguir, fue así como apareció en su radar el semidios aqueo de áureas grebas, famoso por su fuerza y rapidez, aparte de dotado de una casi completa inmortalidad, regalo de su madre la diosa Tetis. Héctor se preparó para ese encuentro entrenando en los más fuertes combates y enfrentándose a los más fuertes hombres que Grecia podía ofrecerle.
Cuando la diosa fortuna fue con él, divisó cerca de un verde prado al héroe Aquiles pavoneándose de su bravura y su hombría cerca de las doncellas de Pompeya, Héctor se acercó gallardo y lo retó en combate, el semidios estalló en risotadas salvajes y apartando de su rostro los hilos dorados de cabello aceptó gustoso el reto, seguro de sí mismo y de su inmerecida inmortalidad. El entonces príncipe troyano, deseoso de batalla desenvainó su hermosa espada labrada con los más finos y letales metales que llenarían de envidia al mismo Vulcano, y arremetió contra Aquiles el de los pies ligeros.
El hijo de Tetis sin perder su actitud burlona se defendió únicamente con su escudo, a la tercera embestida de Héctor, Aquiles arremetió contra su brazo derecho y lo obligó a doblegarse de cara a la tierra, lo dejó así contra el piso y regresó a requerir a las doncellas que estaban a sus anchas burlándose del joven príncipe.
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La sangre real hirvió en la cabeza de Héctor, su orgullo se ensombreció y se levantó recogiendo la espada que a la sazón se encontraba recostada en el pasto. Aquiles se volvió hacia él y con sorna le dijo –hijo de hombre cuando un semidios te deja vivir es mejor que pases por muerto- y se giró nuevamente hacia sus risueñas amigas.
El reto sigue en pie semidios –la furia de Héctor le hacía temblar la voz- de mi espada no te librara tu madre
Al oír estas palabras Aquiles montó en cólera y se fue con toda su fuerza contra Héctor, quien ya esperaba la reacción y rechazando el golpe directo con su propio escudo, hundió con toda su fuerza la espada en el pecho de Aquiles.
El héroe aqueo cayó, cuan largo era, sobre el verde prado, aullando de dolor mientras trataba en vano de sacar la espada de su cuerpo, hundida hasta la empuñadura. Héctor se paró a su lado y colocando su pie izquierdo sobre la garganta de Aquiles le espetó: un hijo de hombre es el que te deja vivir semidios, no tienes cabida con los dioses y aun así te atreves a burlarte de los hombres, no eres más que un bufón atrapado entre el juego de los dioses y de los hombres. Dicho esto Héctor sacó su espada del cuerpo del aqueo y se retiró del campo de batalla.
A ese encuentro le siguió la batalla contra los gigantes, se enfrentó sólo a los dos últimos sobrevivientes de los Hecatonquiros y destruyó por completo sus robustas armaduras con un solo golpe de su fiel espada, después de eso terminar con sus vidas fue un juego de niños.

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El rey troyano sonrió al recordar como era su vida de príncipe, de batalla en batalla de gloria en gloria, allí mismo en esa alcoba en la que se encontraba, su padre acostumbraba a recriminarle su comportamiento infantil e irresponsable porque dejaba de lado su formación como rey y las responsabilidades que tal puesto requería.
De repente la alcoba se llenó de una radiante luz dorada que lo obligó a cerrar sus ojos unos momentos, frente a él comenzó el aire a tomar forma, una hermosa y grácil silueta de mujer se dibujó a la perfección, sus cabellos ondulados y castaños se encontraban recogidos en dos trenzas que a medida que bajaban se convertían en una sola crineja con adornos de oro y esmeraldas, su piel era blanca como hecha del más puro marfil que los comerciantes pudiesen ofrecer, la mirada de sus ojos verdes era dura y hermosa como el cristal labrado, sus vestiduras eran de seda del color del azafrán y en su mano izquierda ostentaba un brazalete de oro macizo con rubís y esmeraldas que el mismo Héctor le había ofrendado años atrás.
Atenea, diosa de la guerra y rápida para las ardides, se alzaba frente a él, observando con desdén su habitación.
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Mi querido Héctor –su voz fría resonó en la habitación, carente de toda emoción humana- no es propio de un guerrero levantarse de su lecho a observar con añoranza como su tierra es destruida.
Mi diosa –Héctor recuperó un poco la voz y haciéndole una reverencia a la diosa se apresuró a ceñirse un camisón- la sabiduría maná de ti y acompañan a tus palabras las mismísimas Parcas señoras del destino…
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¿Acaso el gran rey Héctor reconoce a un dios como señor de su destino? –Rió Atenea con sarcasmo- entiendo entonces porque el valiente Héctor no ha bajado a exigir la cabeza de Agamenón como recompensa por todo el destrozo que han causado en su reino.
No es él quien debe morir –Héctor comenzó a colocarse su ropa de guerra- cuando muere un niño malcriado los familiares lloran un poco, pero enseguida buscan otro niño que malcriar
Entonces –Atenea entornó sus verdes ojos- ¿quién debe morir para que toda la familia se desintegre?
El hijo bueno, el héroe verdadero –El ensueño había huido ya por completo de la mente del rey- si dejamos desamparados a los mortales de su semidios todos los aqueos huirán en desbandada
Inquietante, intrigante teoría –Atenea parecía divertida con la idea- entonces veamos qué pasaría si el hijo de Tetis muere hoy en batalla
¿Hoy? –Héctor retrocedió sorprendido, en sus manos quedó inerte la gran correa de doble hebilla que sellaba su atavío- ¿es posible que tal destino sea cortado hoy?
Déjalo en mis manos mortal –la diosa pareció de pronto algo cansada- cuando salgas hoy al terreno de batalla, busca de inmediato la dorada armadura de Aquiles el de los pies ligeros y eleva tu nombre hasta el olimpo
Dicho esto la diosa desapareció, dejando tras de sí una estela de fragancia a lirios frescos. Héctor con renovado ánimo tomó sus armas y salió hacia el patío de formación, en donde un amplio y fiel ejército esperaba impaciente por salir a bañar la arena de latan odiada sangre aquea.

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las imágenes fueron tomadas de las siguientes fuentes:
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