Originalmente publicado en enpelotas.com.
La visión del usuario final de un taxi, sea licitado o Uber o Cabify, está fundada en la calidad completa de la experiencia y el servicio recibidos, pero no traspasa este límite. Por esto el Ministro de Transportes y Telecomunicaciones le respondió a un taxista indignado que lo increpó durante un evento público que «la gente prefiere Uber». Ciertamente, los usuarios estamos encantados con un servicio que es no solamente más barato, sino también más amable y más limpio y más transparente que el del taxi licitado habitual. Pero el taxista licitado tiene buenas razones para sentirse menoscabado y para exigir, por ende, una compensación. En lo que no sintonizo con el gremio de taxistas es en cuanto a la compensación que ellos deberían recibir. Mientras ellos exigen que los taxistas emergentes de Uber y Cabify sean sometidos a las mismas condiciones que los taxistas licitados, yo he propuesto (Crítica.cl 11–11–2016) que los taxistas licitados sean eximidos de pagar la patente especial que les exige el Estado, además del permiso especial y otros gastos adicionales.
El gremio de los taxistas no cuenta con simpatía entre los usuarios porque, durante años, hizo lobby para que el número de patentes licitadas en Santiago y otras ciudades de Chile se mantuviera fijo: así lo estipularon los políticos y esta medida, por supuesto, encareció las patentes y empeoró el servicio. Sin un estímulo para competir, los taxistas licitados se volvieron prepotentes y, si alguno se preocupaba de otorgar un buen servicio, era considerado un extravagante. Esta actitud generalmente negativa, sumada a los engaños que varios cometían para cobrar tarifas más altas que las convenidas (en especial a los turistas), deterioró la imagen pública de los taxistas licitados incluso antes de que Uber y Cabify apareciesen en el mercado local. La atmósfera de desconfianza hacia y descontento con los taxistas existía en Santiago, pues, desde antes de que existiera una alternativa real al taxi licitado.
A pesar de estas conductas deshonestas en las que incurrió el gremio de taxistas licitados, me parece importante reconocer que sus miembros cargan un peso excesivo y deberían ser aliviados de él. Ciertamente, ellos no proponen que sean aliviados del peso que llevan, sino que este peso les sea impuesto también a los nuevos taxistas, pero esta es una proposición estúpida que no debería ser escuchada. La propuesta es tan descabellada que fue, en efecto, escuchada por los políticos y ellos están trabajando en una ley que regule el funcionamiento de Uber y Cabify, esto es, en lugar de facilitar las condiciones para todos los taxistas, las están dificultando para los taxistas nuevos, de manera que haya una mayor igualdad de condiciones con los antiguos, quienes deben tolerar exigencias totalmente desmedidas. No dudo de que, si hubiese una manera menos eficiente de manejar este asunto, nuestros políticos la acogerían. ¿Para qué hacer las cosas más fáciles cuando las podemos hacer más complicadas?
Los taxistas licitados están tan acostumbrados a cumplir con las exigencias que les han impuesto las autoridades que ya perdieron el sentido de la decencia, de la dignidad y del amor propio: no les molesta que alguien les exija un permiso especial para trabajar con su propio vehículo haciendo algo que están seguros de saber, sino que se disgustan porque otra persona hace lo mismo sin obtener el permiso respectivo. ¿Pero cómo es esto de que debas solicitar un permiso para utilizar un vehículo de tu propiedad como herramienta de trabajo? ¿En qué momento las personas adultas se volvieron infantes nuevamente y tuvieron que ponerse bajo la supervisión de alguien más para administrar su hacienda y desempeñar las funciones que escojan para sí? Todo esto se trata, sin duda, de un sinsentido. Nadie tiene la facultad de decirle a otro cómo tiene que utilizar sus cosas ni qué tipo de trabajo puede hacer: una idea como esta es absurda.
Imponer obligaciones sobre los conductores de Uber y Cabify no hará más que satisfacer un berrinche infantil, pero no solucionará el problema de fondo: que nadie tiene el don de otorgar a otros la autorización para trabajar o para hacerlo con lo que ya le pertenece. ¿Cómo podría tenerlo? Los taxistas licitados necesitan un respiro y la forma de otorgárselo no es creando exigencias para los taxistas de Uber y Cabify, sino suprimiendo las que pesan sobre los primeros: todas ellas. Ningún taxista debería pagar una patente especial ni estar obligado a conseguir una licencia distinta del resto o a someter su vehículo a la revisión técnica dos veces al año en lugar de una ni, en general, tener ninguna exigencia adicional en comparación con todo el resto de los conductores en la ciudad. Estas medidas no solamente pondrían a los taxistas licitados en igualdad de condiciones con los taxistas de Uber y Cabify, sino que les devolverían su dignidad de personas: las autoridades se la quitaron hace mucho tiempo y la llegada de Uber y Cabify es una oportunidad para que la recuperen.
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