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Laura lleva rato hablando con Rivera, le dice:
— nadie es culpable por un rumor. Nadie cae preso por un rumor. Destruir los documentos que son pruebas es como matar a un testigo: todo queda en conjeturas. Puedes sospechar, pero si no demuestras nada, no hay caso qué llevar a los tribunales. —Estaba sentada en su sillón, en medio de una oficina pequeña pero acogedora. Rivera entró con su compañero, armados de un montón de cajas, donde estaban los expedientes del caso. Miraba a Rivera con sus ojos vivos, atenta, mientras se llevaba a la boca una taza de café.
Rivera se pasó la mano por el pecho, todavía sintiendo el impacto de bala que había recibido.
— me imagino que vas a proceder de todas formas —dijo.
— aquí hay suficiente como para meter preso a unos cuantos. —Concluyó Rivera. Su compañero veía la escena con suma atención. Con tanto que había pasado, andaba con los ojos bien abiertos.
— Oh, sí, claro que vamos a acusar a esas lacras. ¿Que si no? ¡Ja! —dijo la fiscal.
Entonces agarró una de las carpetas y se puso a leer. Luego busco otra y otra. Así, fue de expediente en expediente. Ella se detiene un momento y le ve la cara a los hombres. Sabe que ellos no andan con rodeos. Vuelve a fijarse en los expedientes, y los revisa y compara. Se da cuenta de las incoherencias y los datos que concuerdan con el supuesto delito cometido. Se fija en un nombre que aparece.
— ese Pablo Ribas se fugó del país hace dos años. Era un estafador y testaferro. Nadie sabe dónde está. —La fiscal sabía que ya se había armado una de las buenas. Terminó de leer todo aquello y se puso a preguntar cosas sobre procedimientos policiales. Ella quería allanar las oficinas donde estaban los Sindona, el problema estaba en que la oficina a buscar podía estar en cualquier parte.
A Gallegos se le ocurrió una idea:
— miren, en esas familias mafiosas el padre, el capo, es el responsable de las acciones de todos. Así que pienso que deberíamos ir por el viejo. O sea, acusarlo de unas vainas y luego, ya cuando el proceso esté dado, se le lanza otra acusación, esta vez por asesinato. Allí lo reventamos. —Tanto Laura como Rivera lo vieron con ojos sorprendidos; aunque más bien, la mirada de Rivera estaba llena de agradecimiento, pues siempre su compañero lo ayuda.
— buena idea, Gallegos. Yo creo que lo más fácil es acusarlo por fraude, forjamiento de documentos y legitimación de capitales. Le metemos eso para comenzar. ¿Sí va, muchachos? — pregunta ella, suponiendo la respuesta afirmativa.
— ¡claro que sí, mami! —dicen ellos y se echan a reír.
La fiscal comienza a redactar un oficio donde procederá a realizar la acusación. Rivera sale con su compañero y van rumbo a la sede del CICPC.
— ¿Podemos probar el caso que tenemos? —pregunta Gallegos y no es que dude del trabajo que han hecho; sino que así busca llenar todos los requisitos del caso. Es meticuloso, no le gusta dejar ningún cabo sin atar. De hecho, según Rivera, es el mejor investigador que hay.
— bueno, tenemos los expedientes, las pruebas y los testigos. Además, murieron dos registradores que se encargaron de hacer la trampa. Con menos, muchos culpables han ido a parar tras las rejas. —Dice resueltamente Gallegos.
— sí, estos tipos no se van a ir con la cabuya en la pata. —dice Rivera.
— Ahora, me pregunto la trampa que se van a inventar con los abogados. De seguro que van a comprar al juez. —Ambos coinciden en tal temor. El caso es que mucha gente les debe a esos italianos, pero otros saben que son corruptos y que esta es una buena oportunidad como para sacarlos del paso.
Se pararon en una arepera. Al entrar, agradecieron el a Dios que hubiera aire acondicionado en aquel lugar. Rivera se fija en una pancarta publicitaria de Harina Pan. También, en ese lugar se vendía alcohol, así que los agentes pidieron dos Soleras Verdes, y Rivera pidió una arepa con pernil y queso amarillo y Gallegos se fue por una arepa de carne mechada con queso de mano.
Siguieron discutiendo el caso. Plantando posibilidades, examinando opciones, fijándose en las posibles debilidades y fortalezas de su caso. Fueron por otras dos arepas; aunque en este caso Rivera la pidió con carne mechada, jamón y queso amarillo. Gallegos se comió lo mismo, pero al ver la arepa de su compañero, le dijo:
— te pasas de basto. —Ambos rieron.
Siguieron con su cuenta de cervezas. Ese otro italiano está metido en esta vaina.
— ¿el tal Scomotto ese, no? —dice Gallegos, mientras le propina un distraído mordisco a su arepa.
— sí…fíjate que su nombre aparece en documentos clave. De hecho, da la impresión que fuera él quien hizo toda la jugada. —Gallegos hizo el gesto afirmativo con la cabeza, mostrando su acuerdo con la observación de su compañero.
— ahora, esos que nos dispararon en el registro, ¿quiénes habrán sido? ¿Los mandaría Sindona o Scomotto? ¿Qué iban hacer en realidad, matar al registrador, a nosotros o fueron nada más que a buscar los expedientes y tuvieron que modificar su plan? —es una observación que hace Rivera, a quien le llama mucho la atención la manera en cómo se han dado las cosas. Lo que más les preocupa es que esos sujetos aún andan en la calle y podrían estar buscándolos o siguiéndolos, esperando la oportunidad para atacarlos. Es por eso que antes de salir, Rivera y Gallegos se fijan bien de los alrededores. No hay nada sospechoso. Salen del local y de pronto, se fijan en un sujeto que está debajo de la camioneta de ellos.
Se ponen alertas y sacan sus pistolas, de pronto, el sujeto se exalta y deja lo que estaba haciendo y saca un revólver y trata de fijarse en los agentes, que le disparan y lo fulminan. Una cuadra más allá, un carro sale rápido, pero ellos no pueden verlo bien.
Al llamar por refuerzos, piden la presencia del escuadrón antibombas. Piden apoyo de la policía y ni se acercan al vehículo. El paquete está en el piso y cuando llega una comisión policial, paran a un taxi y le dicen al taxista que los lleve a la delegación del CICPC que está en la sede del palacio de justicia. Cuando llegan allí, en diez minutos, se encuentran con Laura, quien les da el oficio donde hay auto de detención contra Scomotto y Sindona.
Ellos le explican lo que ha pasado con el carro y que abatieron a uno de los agresores, creen que se trata de sicarios que buscan sacarlos del camino y así disuadir a otros agentes para que no se metan con los mafiosos. Pero estos agentes son de los buenos, de los que no se rinden, de los que al ser amenazados se resuelven más, como si en vez de ser aquella arma de miedo un disuasivo para hacerlos desistir, fuera un espaldarazo de aliento para continuar su trabajo por hacer de su Venezuela un país más seguro y justo.
— ¿van por ellos? —pregunta Laura, aunque ellos advierten que ella está incómoda, nerviosa. Como siempre han sospechado, ella está detrás de todo.
Cuando ellos preguntan, la fiscal les dice:
— ¡por supuesto que me refiero a los mafiosos, tontitos! ¡Si los agarran hoy mismo, les brindo una botella de whisky 18 años! —dice Laura con voz divertida, tratando de que sus mejores agentes se olviden del peligro que corre sus vidas y de disimular su propia implicación en tales crímenes.
Los agentes aprueban, mientras la fiscal solicita al comisario que un grupo comando vaya con los agentes. De inmediato, dos camionetas se presentan. En una hay cuatro agentes del comando especial y en la otra, sólo va el chofer, allí van los agentes.
— ahora sí, vamos por esos italianos come mierda —dicen Gallegos, más resuelto que nunca.
— esos hediondos van a saber lo que es bueno, para que sean serios. —Complementa. Comienzan a andar, rumbo a las oficinas de Sindona.
En la sede del CICPC, Scamotto no dice nada a los agentes, aunque una vez que llega el abogado, comienza a hablar con él, como si hubiera estado esperando la llegada de un amigo durante años y tuviera muchas cosas que contarle.
Una llamada telefónica advirtió a los agentes que el detenido no había dicho nada y que ya había llegado su abogado. Les contaron que cuando llegó el tipo comenzó a hablar con su defensor.
— un inocente no se comporta así. Traten de agarrar al viejo Sindona. De todas maneras, ya lo joderán con sacarlo de su oficina, esposado. Hay unos periodistas en su edificio y sabemos que está allí. Si se mueve, ustedes se van a enterar. —Rivera y Gallegos toman nota, el celular estaba en altavoz y Gallegos entonces dice
— jefe, qué hay con respecto a los sicarios? Hemos bajado a dos; pero ni puta idea de quiénes son. —Hubo un silencio del otro lado de la línea y justo cuando los agentes se dieron cuenta, hubo respuesta:
— miren, en efecto, esos dos eran sicarios. Uno de ellos pagó sólo dos años por homicidio. Imagínense. El otro, ha aguantado tres juicios por homicidio. Al final, todos caen y el que a hierro mata, a hierro muere. Pero en cuanto a ustedes, se me cuidan… esto es extraoficial, pero si ese viejo marico se pone payaso, lo quiebran. Si tienen que quebrar a alguien, háganlo, yo los voy a respaldar. —Aquello fue justo lo que esos agentes necesitaban. El lugar a donde se dirigían era la Torre Bolívar, conocida por muchos como la Torre Sindona, aunque en realidad no es de ellos, sino de un consorcio donde ellos son socios minoritarios. Pero como se trata de unos italianos fanfarrones, estafadores y mentirosos, dicen que es de ellos.
De hecho, tal fanfarronería los ha hecho quedar muy mal frente al mundo comercial y empresarial, pues justamente los socios de ese consorcio publicaron un comunicado donde explicaban la relación de socios y el lugar de los Sindona en la lista. Fueron, durante bastante rato, el hazmerreír de la ciudad.
Y eso los ha perjudicado, pues no creen mucho en su palabra. Para un empresario, eso es mortal. Alguien que piense en hacer negocios tiene que ganarse la confianza de la gente. Ahora, no sólo la gente desconfía de ellos, también van a descubrir que son criminales.
Antes de bajarse, se hace una coordinación con la policía, que establece un perímetro en torno al edificio. Ningún Sindona podrá irse. Además, dan instrucciones.
— mira, nuevo, deja que los viejos actuemos, quédate como respaldo. Y si hay que disparar, más te vale que no te tiemble el pulso. Recuerda, o son ellos o nosotros. ¿Entendido? —el nuevo, que es quien maneja el vehículo, contesta afirmativamente.