Cuarta parte (final):
Cuando el arrebol indica el fin de la jornada laboral,
Ante el crucifijo, aquellos hombres aferrados a la vieja
Y absurda fe, elevan su calamitoso rezar,
Otros, escupen hacia el pequeño altar;
El Dios Judeo-Cristiano les ha abandonado
Y es algo que no le piensan perdonar.
Pero ambos, al recostar sus seseras sobre la roída almohada
Y con la mirada fija hacia el techo que les resguarda,
Idealizan aquel lugar…
Aquel lugar que vislumbran en sus ensueños matutinos;
Un lugar, más allá de sus deprimentes trabajos
Con jefes déspotas y pagos mal remunerados,
Más allá de las tascas a las que acuden
A ahogar sus penas con aguardiente y vinos baratos,
Más allá de los bares, a donde acuden a por sexo
Optando por pasar hambre y despilfarrar
Sus insignificantes sueldos en lúbricos actos,
Más allá de las plazas, de las discotecas,
De los centros comerciales, atestados de imbéciles,
Megalómanos, desclasados, psicópatas y desgraciados;
Más allá de esta ciudad en cuarentena,
De los lúgubres páramos y matorrales,
Más allá de estas montañas que les rodean
Como paredes de cárceles militares…
Sueñan con un lugar donde al fin se extinga
El ominoso susurro que habita en la profundidad de los andes,
De estas cuatro paredes, de las veredas, las escuelas, catedrales
Liceos, Universidades… Ahora, escucho el gemido de una tierra
Que muere lentamente, que se retuerce en su agonía…
Se exhibe un paisaje incoloro y desolador ante mi incrédula mirada.
Oigo el chillido de las bisagras, postrado frente al postigo de mi ventana;
¡Si tan solo pudiese escuchar, como en mi infancia, el cantar de los gavilanes!
Pero no puedo hacer más que recrearme en el desencanto de este susurro:
El susurro de los andes…
Autor: Alex Greco
Fotografía original, por @jackz