No andes diciendo maravillas, ¡Dí la verdad!
La verdad es como levadura
y hace fermentar la justicia y el amor,
que son los pilares
en que descansa una comunidad
si está llena de vida:
la justicia y el amor.
Vivimos cada día en la mentira.
Las mentiras nos nacen de la sangre misma,
desde el señor encopetado al pequeñajo
que llega a casa con disculpas.
Las mentiras tienen carta de ciudadanía.
A menudo llegamos incluso a convertirlas en ciudadanas de honor.
Brotan las mentiras como hongos:
el chisme más estúpido y vulgar
se enrosca en el anzuelo seductor
de un "Dicen que …", o un “¿No has oído que …?
Mentiras de la “gran política":
con la mayor frecuencia
no se rige en absoluto por la verdad;
sino por el interés propio
y el del partido.
Mentiras para hacer negocio:
los defectos de la mercancía
se cubren de maquillaje
y nos lo pone todo “por las nubes"
la refinada tosquedad de los anuncios.
Esas mentiras que vemos por todas partes
tienen la culpa
de nuestra desorientación y desconfianza.
Las mentiras son un cáncer
que roe a la gente por dentro
y carcome con mortal seguridad
las raíces de la paz,
la bondad y la confianza.