Si te interesa apoyar este y otros proyectos:
<"https://www.patreon.com/bePatron?u=51270878" data-patreon-widget-type="become-patron-button">
Become a Patron!
<"https://c6.patreon.com/becomePatronButton.bundle.js">
Pido oraciones, y oremos unos por otros. Gracias de ante mano por ello.
https://www.facebook.com/templariomarista
https://www.facebook.com/ontologicum
https://www.facebook.com/julian.maguina.concha
https://www.facebook.com/Humanizaci%C3%B3n-Cultura-Educacional-1807260596211496
https://feeds.acast.com/public/shows/60377c82c846914c8732633d
COMENTARIO AL CÁNTICO DE LA VIRGEN MARÍA.
El Evangelio según San Lucas nos dice que, cuando el ángel anunció a María el misterio de la Encarnación, le dijo también que su pariente Isabel había concebido un hijo en su vejez, y ya estaba de seis meses aquella a quien llamaban estéril. Poco después, María se fue con prontitud a la región montañosa, a una ciudad de Judá, Ain Karim, seis kilómetros al oeste de Jerusalén y a tres o cuatro días de viaje desde Nazaret. Llegada a su destino, entró en casa de Zacarías y saludó a Isabel. Y sucedió que, en cuanto oyó Isabel el saludo de María, saltó de gozo el niño en su seno, e Isabel quedó llena de Espíritu Santo; y exclamando con gran voz, dijo: «¡Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu vientre! ¿Quién soy yo para que me visite la madre de mi Señor? En cuanto tu saludo llegó a mis oídos, la criatura saltó de alegría en mi vientre. ¡Dichosa tú, que has creído!, porque lo que te ha dicho el Señor se cumplirá».
El saludo profético y la bienaventuranza de Isabel despertaron en María un eco, cuya expresión exterior es el himno que pronunció a continuación, el Magníficat, canto de alabanza a Dios por el favor que le había concedido a ella y, por medio de ella, a todo Israel. María, en efecto, dijo: «Proclama mi alma la grandeza del Señor... porque ha mirado la humillación de su esclava... Auxilia a Israel, su siervo, ... y su descendencia por siempre».
El evangelista San Lucas no nos ha dejado más detalles de la visita de la Virgen a su prima Isabel, simplemente añade que María permaneció con ella unos tres meses, y se volvió a su casa de Nazaret.
Muchos son los temas de meditación que ofrece este misterio. Conocido el embarazo de Isabel, María marchó presurosa a felicitarla, a celebrar y compartir con ella la alegría de una maternidad largo tiempo deseada y suplicada: ¡qué lección a cuantos descuidamos u olvidamos acompañar a los demás en sus alegrías! El encuentro de estas dos santas mujeres, madres gestantes por intervención especial del Altísimo, sus cantos de alabanza y acción de gracias, y las escenas que legítimamente podemos imaginar a partir de los datos evangélicos, constituyen un misterio armonioso de particular ternura y embeleso humano y religioso: parece como la fiesta de la solidaridad y ayuda fraterna, del compartir alegrías y bienaventuranzas, del cultivar la amistad e intimidad entre quienes tienen misiones especiales en el plan de salvación. Sería delicioso conocer sus largas horas de diálogo, sus confidencias mutuas, sus plegarias y oraciones, sus conversaciones sobre los caminos por los que Yahvé las llevaba y sobre el futuro que podían vislumbrar para ellas y para sus hijos. Podemos pensar que, de alguna manera, se resumen en la bienaventuranza que Isabel dirigió a María, y en el cántico de acción de gracias por el pasado, el presente y el futuro, que ésta elevó al Todopoderoso. Y todo ello constituye un magnífico programa para ir configurando nuestro corazón y nuestro espíritu.
EL HIMNO DEL MAGNÍFICAT (Lc 1, 46-55)
por el Card. Carlo M. Martini
Ante un himno tan rico, instintivamente tratamos de dividirlo y descubrir en él una estructura, al objeto de comprenderlo mejor. Sin embargo, los exegetas tropiezan con grandes dificultades y discrepan entre sí, porque, aunque parece un himno muy simple, en realidad es casi inasible; de hecho, es bastante complejo, a veces hasta ligeramente tosco en la forma, y no sigue unas reglas que permitan descomponerlo con nitidez.
En conjunto, parece un salmo de alabanza semejante a otros del Antiguo Testamento, por ejemplo: «Aclamad, justos, al Señor, / que merece la alabanza de los buenos. / Dad gracias al Señor con la cítara, / tocad en su honor el arpa de diez cuerdas, / ... que la palabra del Señor es sincera» (Sal 32,1-2.4). Pero quizá más afín aún al Magníficat sea el Salmo 135: «Dad gracias al Señor, porque es bueno, porque es eterna su misericordia» (v. 1).
En cualquier caso, hay en el Magníficat algo más complejo que un salmo, algo misterioso; ni siquiera está claro que sea un himno de alabanza por un nacimiento o por una concepción extraordinaria. En este sentido, se asemeja al cántico de Ana (1 S 2,1-10), que exalta los grandes cambios realizados por Dios en los acontecimientos históricos, en las situaciones humanas, sin aludir -como sería de esperar- a la experiencia de la maternidad, a la experiencia del embarazo o del parto. Manteniéndose en lo genérico, tiene la ventaja de poder aplicarse a múltiples situaciones.
Los diversos intentos de dividir el himno coinciden al menos en reconocer en él dos grandes partes, aunque no claramente distintas, que tienen en su centro la acción de Dios.
La primera parte (vv. 46b-49) se caracteriza por las partículas «mi» y «me», que se refieren a la persona que canta: «Proclama mi alma la grandeza del Señor, / se alegra mi espíritu en Dios, mi Salvador; / ... Desde ahora me llamarán dichosa todas las generaciones, / porque el Poderoso ha hecho grandes cosas en mi favor».
La segunda parte evoca la historia de Israel o, mejor, las grandes actuaciones de Yahvé en la historia de la salvación, y comienza en el v. 50: «Y su misericordia llega a sus fieles de generación en generación». Sigue a continuación el recuento de los grandes hechos realizados por el Señor: «Él hace proezas con su brazo: / dispersa a los soberbios de corazón...», que termina con el v. 55.
Ésta es, pues, la estructura global, que subraya las intervenciones divinas en una sola persona, y después en la historia en general, concretamente en la historia de Israel.
Las sutilezas exegéticas tratan de determinar cuál es el versículo concreto que sirve de separación: un análisis reciente y muy detallado del texto insiste en el v. 49b: «su nombre es santo». En la santidad del nombre, entendida como poder, se resumiría la acción de Dios con María y la acción de Dios en favor de la humanidad.
En cualquier caso, permanecen abiertos muchos problemas de interpretación sobre un texto tan simple. Por ejemplo: ¿qué significan todos los verbos en aoristo indicativo griego? «Mi alma engrandece al Señor» va en paralelo, curiosamente, con el aoristo «y mi espíritu se alegró», aunque suele traducirse por el presente «se alegra». El problema lo plantean, sobre todo, los aoristos siguientes: «Se fijó en la humillación, hizo grandes cosas, su brazo intervino con fuerza, desbarató los planes de los arrogantes, derribó a los poderosos, encumbró a los humildes, a los hambrientos los colmó de bienes, a los ricos los despidió, auxilió a Israel». ¿Son acontecimientos que pertenecen al pasado? ¿Se trata de un aoristo gnómico, que expresa una acción pasada que continúa (lo constante del proceder de Dios), por lo que se traduce entonces por un presente? ¿O se trata, quizá, de aoristos incoativos que indican que el Señor seguirá realizando las maravillas que ha comenzado a hacer en María? Otros autores invocan el paralelismo con el perfecto profético hebreo, que es un modo de hablar del futuro.
He querido únicamente apuntar las dificultades de la traducción. Lo que queda claro es que los primeros versículos se refieren a experiencias vividas por María, y los otros a la acción de Dios, probablemente una acción pasada en favor de Israel y que está indicando su actuación futura. María relee la historia de la salvación a partir de su experiencia personal, que le permite comprenderla de una nueva manera.
Me parece que ésta es una anotación de gran fuerza psicológica, porque nos ayuda a cantar el Magníficat cuando experimentamos en nosotros mismos algo verdadero y auténtico, algo que nos permite, a la luz de la fe, recobrar el sentido salvífico del pasado y la esperanza del futuro. Se trata de un elemento particularmente importante para orientar nuestra oración y nuestra vida.
Otro aspecto discutido del himno son las contraposiciones de la segunda parte: ha desbaratado los planes de los arrogantes, ha derribado a los poderosos, ha encumbrado a los humildes, ha colmado a los hambrientos, ha despedido de vacío a los ricos.
¿Qué significan los arrogantes, los poderosos, los pobres, los hambrientos, los ricos? Algunas interpretaciones insisten más en las dimensiones interiores, y otras en las históricas, reales y concretas, como es el caso de la llamada teología de la liberación, que apela a Dios como Aquel que echa por tierra las categorías sociales. De hecho, teniendo en cuenta la historia de Israel, ambas interpretaciones son válidas.
Personalmente, yo prefiero poner de relieve la afinidad con las bienaventuranzas de Lucas: dichosos los pobres y los hambrientos; ¡ay de vosotros, los ricos!... Se habla tanto de categorías sociales como de actitudes del corazón, indicando cómo todo cuanto Dios realizó en el Antiguo Testamento, dispersando a los poderosos y a los prevaricadores y defendiendo a sus pobres y a sus humildes, lo seguirá haciendo en la Nueva Alianza a través de la acción regeneradora de Jesús.
Se trata, por tanto, de una síntesis de la historia, que sirve de prólogo al Evangelio.
MEDITACIÓN
Con los escasos indicios que nos proporciona la lectio podemos comprender la riqueza de la oración del Magníficat, que podría ser analizada palabra por palabra, verificando las referencias bíblicas al Antiguo y al Nuevo Testamento, para saborearla en toda su profundidad teológica y espiritual.
Para la meditación propongo algunos puntos que sirvan para interiorizar dicha oración, y me fijo especialmente en cinco expresiones que podéis contemplar después ante la Eucaristía.
El culmen de la libertad humana
Dichosa tú por haber creído (Lc 1,45). Vinculando esta expresión de Isabel dirigida a María con la de Jesús dirigida a Tomás «dichosos los que crean» (Jn 20,29), vemos cómo esta bienaventuranza, que interesa a toda la humanidad, designa el culmen de la libertad humana: es dichoso y feliz y realiza el designio de Dios quien alcanza la plenitud de su vocación. La libertad humana está hecha para la fe, en la que obtiene su perfección y su culminación.
Profundizando en los versículos de Lucas y de Juan, podemos afirmar que la libertad humana se verifica entrando en una relación de confianza con los demás y entregándose a ellos, y se deteriora cuando se encierra en sí misma. La libertad no es calculadora (do ut des), sino que se realiza en el amor, que exige siempre gratuidad. Y sólo Dios es merecedor de un abandono y una confianza sin condiciones ni límites, porque en Él la libertad humana puede realmente expresar por completo su voluntad de entrega. Pero la fe desnuda e incondicionada se purifica a través de la «noche de los sentidos y del espíritu», esa noche magistralmente descrita en las obras de san Juan de la Cruz y en la experiencia de santa Teresa de Jesús.
El hombre se salva, no simplemente obedeciendo a una ley exterior, sino amando, entregándose y creyendo en Dios. María, dichosa por haber creído, es figura antropológica de la vocación humana a la felicidad.Oración de alabanza
Proclama mi alma la grandeza del Señor (v. 46). San Ambrosio, que en su comentario a Lucas escribe: «Esté en cada uno de nosotros el alma de María para glorificar a Dios», nos recuerda que el agradecimiento es la primera expresión de la fe. No lo son, en cambio, la lamentación, la crítica, la amargura, la autocompasión ni el derrotismo, que son actitudes de falta de fe, porque la verdadera fe prorrumpe espontáneamente en la alabanza y el agradecimiento. Alabanza por todo cuanto Dios realiza en nosotros y en el mundo; agradecimiento al reconocernos agraciados y al tomar conciencia de que la misericordia divina «se extiende de generación en generación». Es una invitación a confesar que también muchos discursos eclesiásticos, por así decirlo, muchas recriminaciones y muchas amarguras son fruto de una fe empobrecida.Los ojos de la fe
Ha hecho obras grandes en mi favor (v. 49). Nos preguntamos: ¿cuáles son esas obras grandes? Seguramente María puede intuirlas, por la fe, en el pequeño germen de vida apenas perceptible que lleva en su seno; sin embargo, desde el punto de vista humano no es un hecho extraordinario. Es la fe la que le hace descubrir realidades grandes en cosas pequeñas, realidades definitivas en hechos incipientes, realidades perennes en las realidades efímeras. Mientras que la poca fe nunca está contenta ni satisfecha y querría siempre ver más, la fe verdadera está contenta y reconoce en los más insignificantes signos el poder de Dios.No se encogerá el brazo de Dios
Y su misericordia llega a sus fieles de generación en generación (v. 50). María expresa aquí su fe en la certeza de que no sólo en el pasado y en el presente, sino que tampoco en el futuro decaerá la misericordia del Señor ni se encogerá el brazo de Dios.
Muchas veces hablamos como si la misericordia del Señor se hubiese detenido en los tiempos más gloriosos del cristianismo y no abarcase también a nuestras generaciones. Querríamos retroceder cincuenta años atrás, cuando la gente frecuentaba las iglesias, a la vez que nos asalta la duda y el temor de que el Señor se haya alejado de nosotros. Sin embargo, María proclama «su misericordia de generación en generación». Por otra parte, debemos reconocer que, si miramos a nuestro alrededor con los ojos sencillos y limpios de la fe, podemos percibir la misericordia de Dios en favor nuestro y descubrir a veces sus signos sensibles.
Reflexionaba yo estos días sobre las figuras significativas con que el Señor ha regalado últimamente a la Iglesia local de Milán: (...). Son personas que han sido conocidas y tratadas por muchos de nuestros fieles.
El Señor continúa, pues, actuando, y sólo la fe puede hacernos conscientes de su cercanía y de su presencia.Dios cuida de su pueblo
Ha auxiliado a Israel, su siervo (v. 54). Cuidó -paidòs autou- de su hijo y siervo Israel, como cuidó de María su sierva («se ha fijado en la humillación de su esclava»).
El verbo «cuidar» aparece en otros pasajes del Nuevo Testamento: «El Espíritu cuida de nuestra debilidad» (Rm 8,27); «No cuida de los ángeles, sino de los hijos de Abraham» (Heb 2,16). La solicitud por Israel es, por consiguiente, una característica de Dios: lo fue, efectivamente, en los momentos dramáticos del pueblo hebreo a lo largo de los siglos, y no ha decrecido. Por eso debe ser también una característica propia de todos cuantos sienten como María y con María; y por eso la relación con Israel es una importante y valiosa piedra de toque en la vida de la Iglesia: como el Señor cuida de Israel su siervo, también la Iglesia y la humanidad deben cuidar de él, deben seguir expresando de algún modo el amor de Dios a ese pueblo, a pesar de todas las dificultades y hasta malentendidos que ello pueda acarrear. La relación del Señor con Israel está inequívocamente en el corazón mismo del Magníficat, al que hay que acudir para reflexionar sobre sus terribles destinos históricos sucesivos.
«María, hija de Sión, Madre de Jesús y de la Iglesia, concédenos entrar en el misterio de tu fe y de tu alabanza y percibir cómo miras a tu pueblo, a la humanidad y a la historia».
[Extraído de Carlo M. Martini, Una libertad que se entrega. En meditación con María. Santander, Sal Terrae, 1996, pp. 60-67]
#virgenmaria
#oracionesparalamadrededios
#mariahijadesion
#elmagnificat
#llenadegracia