Para que el trabajo del hombre de Dios sea provechoso, tiene que juntar su llanto en el Altar por las almas con los medios de comunicación disponibles. Eso hará que su trabajo se desarrolle más rápidamente y, lo que es más importante, con calidad. Si confía solo en su trabajo de comunicación para que su iglesia se desarrolle, su fracaso será inevitable, teniendo en cuenta que el espíritu de comodidad se apoderará de él.
Considerando que el hombre de Dios tiene realmente su vida en el Altar, es decir, cuerpo, alma y espíritu, verifiquemos sus siete mandamientos:
Primero: Tener para con el pueblo exactamente la misma consideración que tiene para con Dios, pues está escrito:
Si alguno dice: Yo amo a Dios, y aborrece a su hermano, es mentiroso. Pues el que no ama a su hermano a quien ha visto, ¿cómo puede amar a Dios a Quien no ha visto? 1 Juan 4:20
Segundo: Llorar en la lucha por el pueblo que Dios le ha enviado. Cada hombre de Dios representa al Señor Jesús, y cada persona que llega a la iglesia es enviada por el Espíritu Santo, con el fin de que Su siervo le muestre el camino de la Salvación. Una vez salva, la persona glorificará al Señor Jesús. Fue por eso que Él dijo:
Ninguno puede venir a Mí, si el Padre que Me envió no le trajere… Juan 6:44
El Señor Dios dijo:
Entre la entrada y el Altar lloren los sacerdotes ministros del Señor, y digan: Perdona, oh Señor, a Tu pueblo, y no entregues al oprobio Tu heredad, para que las naciones se enseñoreen de ella. ¿Por qué han de decir entre los pueblos: Dónde está su Dios? Joel 2:17
Tercero: Jamás hacer la obra de Dios indolentemente. El profeta Jeremías dijo:
Maldito el que hiciere indolentemente la Obra del Señor… Jeremías 48:10
Hacer la obra de Dios indolentemente es como enfrentar al peor enemigo con un arma cualquiera.
Cuarto: Tener hambre y sed de ganar almas. Mientras que eso no sucede, el hombre de Dios se siente como Sara, Raquel y Ana. Ellas sentían amargura en el alma, vergüenza y humillación. Esos sentimientos están siempre importunando al hombre de Dios estéril.
Por eso, él no se avergüenza de llorar delante de Dios, pidiendo almas.
Quinto: Tener alegría y gozo al ver, delante de sus ojos, a las personas naciendo de nuevo. No hay satisfacción mayor para aquel que tiene la vida en el Altar que ver a personas que otrora pertenecían al reino de las tinieblas, teniendo hoy la plenitud del Espíritu Santo, con semblantes limpios, alegres y felices, glorificando el Nombre del Señor Jesucristo.
Sexto: No tener celos ni envidia del desarrollo de su compañero de ministerio. Al contrario, regocijarse con su crecimiento, y orar para que dé aún más frutos. Como aquella mujer de la parábola de la dracma perdida, según enseñó el Señor:
¿O qué mujer que tiene diez dracmas, si pierde una dracma, no enciende la lámpara, y barre la casa, y busca con diligencia hasta encontrarla? Y cuando la encuentra, reúne a sus amigas y vecinas, diciendo: Gozaos conmigo, porque he encontrado la dracma que había perdido Lucas 15:8-9
Séptimo: No preocuparse solo por ganar a las personas para el Señor Jesús, sino, sobre todo, por hacer que se conviertan en discípulas. Esta, por otra parte, es la característica más acentuada en el hombre de Dios consagrado. Él se preocupa por hacer discípulos más que por cualquier otra cosa, pues sabe que el desarrollo del Reino de Dios en este mundo depende de hombres que tengan el mismo carácter del Señor Jesús.
Obispo Macedo
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