El sabor de su carne era amarga. Mientras devoraba su pecho y la sangre corría a través de cada tejido inerte pensaba que no había otra manera de sobrevivir.
Fueron mis largas uñas las qué despedazaban cada trozo, y el acercamiento de las piezas a mi rostro llenaba mis sentidos con un aroma extraño que sólo era repulsivo cuando la sangre de sabor metálica corría a través de mi garganta, una y otra y otra y otra vez.
Lo más extraño fue que le agradecí y me sentía complacida por él y por mí. Pero la primera lágrima cayó cuando al cortar su brazo, vi hacia abajo y mis ojos captaron que en su dedo aún seguía el anillo que le había regalado...