Una mañana como las demás, con el estrés
constante de las clases que pronto deben terminar
para una nueva meta culminar, mientras lo pienso
veo el reloj: ¡voy tarde, otra vez! Sólo los estudiantes
entendemos esa maldita sensación de que pierdes
las horas sentadas esperando por una respuesta que
se resume a “así está bien”, “me están esperando, te
atiendo después” o de algo tan sencillo como: “que
sea rápido lo que vas a consultar, me tengo que ir”;
después de tanto esperar y te quedas con unas
ganas incontrolables de mandar al profesor al
demonio (una profesora en mi caso, cristiana de
paso) por hacerte perder algo tan valioso e
irrecuperable que podías invertir descansando lo
que los informes finales no te han permitido
cumplir del todo, pero que al final de la clase ya
sabías que eso es lo que harías.
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