Mi yo del presente es indeciso,
mi yo del futuro desconocido.
Mi yo del pasado un completo extraño.
Yo era rígido y frío, yo estaba tendido sobre un precipicio, yo era un puente.
Franz Kafka
...
La primera vez que leí Kafka no me gustó. Puede deberse en parte a que ‘La Metamorfosis' fue una obligación por parte de mi profesora de castellano. Tal vez fue porque en ese incómodo salón que algún punto tuvo aire acondicionado —pero que dejó de funcionar y ahora solo era una especie de horno del conocimiento— la misma profesora nos leyó la ‘Carta al Padre’ y no pude evitar sentirme extraña. No era tristeza, no me sentía deprimida. Era una personaje en una película a blanco y negro. Sin música de fondo, sin un Charles Chaplin haciendo payasadas, ninguna trama cómica ni final feliz. Solo yo, monocromática, existiendo; demasiado consciente de mi propia soledad.
No me gustó nunca ese sentimiento.
Me tomó un tiempo ver las cosas de otra perspectiva. Años más tarde Haruki Murakami me haría sentir de manera familiar. No me atrevo a decir que superé esa sensación, pero entiendo por qué la rechazé sin pensarlo dos veces. Me gusta ser optimista, ver flores y colores donde no las hay. Kafka era todo lo contrario.
Hace unos meses leí 'El Proceso’. Pasó de sentarse dudoso entre mis manos, centímetros sobre la mesa en aquella feria del libro en Sabana Grande y esperando ser devuelto a su sitio, a vivir en un espacio en mi biblioteca y a acompañarme dutante largos viajes en el metro. Después de que el libro viviera un tiempo escondido entre mis cuadernos de la universidad llegué a su última página y me senté de nuevo mirando el vacío…¿Qué sentía?
Aun no lo sé, pero aprendí a querer ese ’no lo sé’ que vivía en mi mente; al fin y al cabo me trajo respuestas. Le recomendé el libro a mi mamá y advertí a mi papá de no leerlo porque sabía que probablemente se sentiría como la Raffaella que leyó 'La Metamorfosis' años atrás y quise ahorrarle el sentimiento. Entendí por qué a un amigo del bachillerato cuya afinidad por la lectura era casi inexistente —por no decir nula— terminó leyendo la recopilación de cuentos de Kafka que yo no pude terminar.
Releí ‘El Puente’, relato que había leído muchas veces y que siempre me daba vueltas en la cabeza desde que apareció ante mí esa franela con esa frase. ¿Sería por mi extraña fijación con los puentes o algo más profundo? No sabía por qué pero sentí (y aún siento) que esa frase es una de esas cosas que guardas en cajitas en tu mente. Esas palabras que les das vueltas, que aparecen como pequeños destellos entre momentos cotidianos y cada vez que vuelves a ellas te sientes diferente.
Esas frases que son cortas, pero que son chispas que inician palabras, oraciones y párrafos enteros. Entonces no son solo chispas, son destellos, fuego, humo y eventualmente cenizas que guardo y que uso de tinta para el bolígrafo que me permite escribir historias.
Esta es una de ellas:
(o la historia del puente que pensaba que la vida era más que ser pisoteado pero no sabía qué hacer al respecto)
Estoy tendida sobre un precipicio. Tendida sobre el contaminado río rebosante de cosas que debí haber dicho y sueños abandonados. Bordeado por la lista interminable de cosas que me dije a mí misma que no podía hacer , y que por ende nunca intenté. Tendida sobre el vacío al que le temo más que a la muerte. Mis pies apoyados sobre el presente, un cambiante borde de tierra en el que varias flores rodean un cartel que le describe a cualquier visitante un camino inseguro y propenso a derrumbes; una extraña y aparentemente inútil advertencia ya que estos nunca han sucedido. Con mis manos aferradas a un futuro escondido tras una niebla que no deja ver más allá que las puntas de mis dedos.
Soy un puente.
Muchos comentan que es absurdo atreverse a cruzar sin saber qué se encuentra al otro lado, pero eso no evitó que se tendiera un puente en la búsqueda de la posibilidad de encontrar flores más hermosas más allá del precipicio. Ya saben lo que dicen, el pasto siempre es más verde del otro lado y el puente no se pregunta ni cuestiona el por qué de tanto afán por explorar algo tan incierto. El propósito no antecede a la existencia y las promesas de hermosos paisajes parecen ser suficientes para someter a un puente a existir sabiendo que tal vez su presencia allí no tiene sentido alguno. Porque tal vez no somos más de lo que nos hacen...
...o nos hacemos a nosotros mismos.
Tal vez somos esas pequeñas flores indeseables que crecen entre los ladrillos, entre los cimientos, en los lugares más insólitos. Esas flores que llamamos despectivamente maleza y no sabemos apreciar. Esos brotes inesperados, pequeñas colecciones de colores que nacen simplemente porque sí, pero que nos disgustan porque su presencia nunca fue planeada. Nos demuestran que no todo se mantiene como creemos que debe ser y nos hacen dudar de aquello que creemos incuestionable.
O tal vez somos esas cosas que dejamos de ser. Esas cualidades y rasgos que dejamos caer del puente; la pintura que se desprende de una pared luego de haber estado demasiado tiempo expuesta a la intemperie o los adornos que detestamos y que nos esforzamos tanto en quitar porque nunca llamaron la atención; o porque aquellos a nuestro alrededor no notaron. Allí, olvidados en la oscuridad se encuentran ese corte de cabello que nadie comentó, ese gran logro que nadie nos aplaudió o —aún más simple— esa historia que nunca terminamos de contar porque nadie prestó atención y nuestra voz se fue apagando hasta volverse un susurro inteligible que desapareció. Aún en los días más ruidosos escuchas en el murmurar el río las voces tenues de esas cosas que se perdieron y te preguntas si algo habría sido distinto de haberlas dejado en su sitio.
Tal vez somos una colección de grietas en un puente hecho de roca. Esas grietas que se esconden entre las cosas cotidianas y que después de ver varias veces comienzas a ignorar. Somos esas imperfecciones que pretendemos que no existen hasta que crecen, crecen, y crecen y no las podemos ignorar.
Quién sabe, tal vez es cierto eso que dices,
Todo puente que se haya construido alguna vez, puede dejar de ser puente sin derrumbarse.
Puede que un día despertemos y dejemos de ser esa incómoda transición entre el ser y el querer ser; entre el cómodo y conocido presente y el incierto pero prometedor futuro.
Cómo también podemos compartir tu destino y precipitarnos, terminar
...ensartado en los puntiagudos guijarros que siempre me habían mirado tan apaciblemente desde el agua veloz.
Tal vez tenemos que luchar con esa pila de recuerdos olvidados y sueños abandonados a su propia suerte para darnos cuenta de algo:
Sí, yo soy un puente. Sí, probablemente un día no soporte más el paso del tiempo y me desplome. Pero eso no significa que no pueda levantarme y volver a mi sitio aún más fuerte que antes.
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Las fotos e ilustraciones son mías a menos que se indique lo contrario. La versión de 'El Puente' que leí y de donde proviene el texto de las citas está Aquí
Muchas gracias por llegar hasta el final de este post. ¡Que tengas un lindo día!