–Vale, corre el archivo 327 guión A.
–¿Necesitas ver esto otra vez?
–Es mi trabajo –decía Conrad mirando fijamente la pantalla.
–Es la quinta vez ya, no creo que no puedas recordarlo –dijo el asistente de la sala mientras tecleaba con rapidez el código del archivo en la pantalla holográfica.
–No trato de recordarlo, trato de analizarlo.
–Pues todo está ahí, no hay nada que podamos hacer. Un vídeo dice más que mil palabras.
–Pero una expresión dice todavía más. Voy a entrar.
–Pues ya era hora.
Un pítido y luego una puerta se abrió. El sonido hizo eco en toda la sala y activó todos mis sentidos de nuevo, estaba cansada y recordar como llegué a donde estaba era agotador.
Un hombre alto vestido con un atuendo extraño entró con la cara seria pero calmada. Se sentó al otro lado de la mesa, dio un suspiro y empezó a mirarme como si estuviese descomponiendo cada parte de mí en su mente.
–Espero estés cómoda aquí. Las esposas no eran necesarias si me lo preguntas pero todos insisten en dejártelas –dijo mi interrogador con un tono burlón–. Soy el detective Conrad Prams. Me disculpo por hacerte esperar, el papeleo aquí abunda y me preguntó por qué. Probablemente te preguntarás por qué estás aquí.
–Sí. Lo hago –dije con mi voz un tanto frágil.
–Por supuesto que sí. Han pasado 13 horas desde que llegaste a la ciudad y lo único que sabemos es que eres muy buena peleando –Conrad hizo una pausa–, empecemos por tu nombre.
–¿Acaso no lo tienen en sus registros?
–Muchos registros fueron borrados hace mucho tiempo. Todos saben eso. –dijo Conrad mientras esbozaba una pequeña sonrisa.
Toda la sala se inundó de un silencio sepulcral. La expresión de Conrad cambió repentinamente y evocaba cierta tensión que me hacía sentir incómoda.
–Ok, esto será bastante sencillo, hay muchos huecos con respecto a como llegaste aquí y mi tarea hoy es llenar esos huecos.
–Ya me atraparon, ¿por qué insistir?
–Porque creo que no hiciste nada malo.
–¿De que estás hablando? –pregunté completamente dubitativa.
Conrad se acercó a la mesa de forma sutil. Esperó un momento y meditó lo que iba a decir a continuación.
–Te lo explicaré de forma breve –Conrad se acomodó en la silla–. Mi trabajo consiste en analizar cualquier amenaza que se presente en la ciudad. Esto es necesario debido a la delicadeza de los protocolos de seguridad migratorios para un proceso judicial justo y preciso.
–Le apunté con un arma a…
–Eso lo sé, pero quiero saber por qué.
Desde el incidente no había hablado con nadie. Mi cerebro daba vueltas y cada vez que intentaba recordar algo me daban punzadas como si me clavaran una estaca en la sien. Estaba arrinconada en el lugar más recóndito de la tierra y no hablar suponía volver a una jaula posiblemente para siempre. Todo era desconocido y cooperar era la única opción viable para salir de…lo que sea en lo que estuviese metida.
–Vale. ¿Qué quieres saber?
–Pues veamos… ¿Cómo encontraste esta locación?
–Estaba en un GPS.
–Necesito que seas más específica.
–¿De verdad quieres que lo sea?
–Por favor. Desde el comienzo. Necesito contexto en la mayor cantidad posible ya que este no es un lugar precisamente fácil de encontrar.
Me silencié por un momento y miré a mi alrededor, analicé las paredes listas y metalizadas, la vestimenta de ese hombre estaba pulcra, y el aire no ardía al entrar en mis pulmones, cosa que me pareció totalmente fuera de lo normal.
–¿En donde estoy? –pregunté firme pero un tanto atemorizada.
–No lo sé, tú dime.
Me mantuve distante unos segundos, este hombre me estaba pidiendo que reviviera de nuevo todo el infierno por el que pasé.
–Vale. ¿Qué quieres saber?–Dije un tanto reacia. Luego de unos segundos más.
–Todo. Te diría que tengo todo el tiempo del mundo pero el mundo se quedó sin tiempo hace mucho.
Conrad Prams soltó una estúpida sonrisa. Intentó abordar el interrogatorio de forma amable y calmada pero a leguas se notaba que era solo eso. Una táctica para hacerme hablar.
–¿Qué? ¿Quieres saber sobre mi niñez y toda esa basura?
Conrad Prams borró la sonrisa de su cara y su expresión pasó a ser extremadamente sería.
–Si.
Algo en él me daba mala espina. Pero en el mundo en el que vivimos, ese instinto es lo que te mantiene vivo. De igual forma no tenía escapatoria y si lo único que querían era que hablara pues eso les daría. Miré al techo, la luz tenue y blanca que golpeaba mis ojos con dureza, sentí el frío de la mesa de metal y le clavé la mirada a Conrad.
–Está bien. Mi nombre es... Sandra. Sandra Altuvez.
Ilustración hecha por Nameless Ghost
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