Muchas veces uno ha incursionado en el escribir sin mayores reparos a lo que hay que hacer o dejar de hacer. Por qué así es la magia de la escritura y mayor el de volver a contar aquello que empezó como aventura y juego.
Pues hubo una vez una lindísima niña y bellísima que era tan deliciosamente y amable como cosquillosa e increíblemente afamada y con riquezas y lujos desbordantes. Puesto que todo el tiempo paraba atiborrada y finalmente estuvo cansada de tantos pretendientes falsos que se acercaban a ella para conseguir sus riquezas y no por quedarse con la más bella y hermosa de las joyas, la posesión más preciosa de esa niña que la hacía princesa era ella misma como belleza y diadema sin igual.
Así se hizo publicar que se casaría con quien le llevase lo mejor para ella, así fuera además de lo más valioso como tierno y sincero a la vez. El palacio se llenó de flores y regalos de todos los tipos y colores, de cartas de amor incomparables y de poetas enamorados. Juglares, trovadores y poetas a borbotones, así pues entre todos aquellos regalos magníficos, descubrió una piedra; una simple y sucia piedra. Intrigada, hizo llamar a quien la había regalado.
A pesar de su curiosidad, mostró estar muy ofendida cuando apareció el joven, y este se explicó diciendo: - esa piedra representa lo más valioso que os puedo regalar, mi linda princesa tan tierna como cosquillosa y risueña pues todo su poder la hace reina junto a su dinero: así lo que le muestro representa mi corazón. Y también es sincera muestra de que es opaco y no brilla frente al oro y las joyas que la rodean, porque aún no es vuestro y es duro como una piedra.
Sólo cuando se llene de amor se ablandará y será más tierno que ningún otro. Ese corazón pétreo dejará de ser naturalmente rocoso y macizo para ablandarse y tornarse rojizo lleno de vida y sangre, con flujos de amor y músculos que laten dándole la fuerza vital, la fuerza del corazón que inicia los movimientos de los seres que bombea y da vida.
El joven se marchó tranquilamente, dejando a la princesa sorprendida y atrapada dentro de la aureola más maravillosamente posible: el asombro. Quedó tan enamorada que llevaba consigo la piedra a todas partes, y durante meses llenó al joven de regalos y atenciones, pero su corazón seguía siendo duro como la piedra en sus manos.
Desanimada, terminó por arrojar la piedra al fuego; al momento vio como se deshacía la arena, y de aquella piedra tosca surgía una bella figura de oro. Entones comprendió que ella misma tendría que ser como el fuego, y transformar cuanto tocaba separando lo inútil de lo importante. Acrisolar las cosas más difíciles es lo que el radicalismo del amor hace, transforma de aquello que es para todos en aquello que debe ser verdaderamente para el amante.
Durante los meses siguientes, la princesa se propuso cambiar en el reino, y como con a piedra, dedicó su vida, su sabiduría y sus riquezas a separar lo inútil de lo importante. Finalmente el amor de príncipe es eterno, pero a veces la eternidad no alcanza para hacerse real y posible en este mundo tan efímero.
No vivieron felices para siempre juntos, porque ella vivió feliz siempre luego de que él a había sido feliz antes de ella, o sea tuvieron una felicidad en paralelo; algo que suele pasar porque la coincidencia dentro del amor y la vida es vital para la experiencia amorosa y de la pasión correspondida, muy humana, demasiada humana es esta experiencia.