CUANDO VI A DIOS EN SUS OJOS
Cuando vi a Dios en sus ojos
me supe a salvo de mis abismos.
Eran del color de la Tierra,
acariciaban como la bondad
y aguardaban la devoción de quien contempla lo amado.
Cuando vi a Dios en sus ojos
me supe querida aún cuando yo no me quería.
Su mirada apuntaba a mis virtudes,
a mis capacidades, a mis fortalezas,
mientras amasaba con paciencia
todas mis carencias y mis dudas
con un dejo de esperanza.
Cuando vi a Dios en sus ojos
lo observé armando el rompecabezas
de mis trozos.
Cada quiebre tenía una cura
y cada herida una lengua que dibujaba mariposas
sobre la sangre, el pus y mi carne viva.
Cuando vi a Dios en sus ojos
extendió sus manos cálidas a mi vientre.
Lo pobló de placer y brotó la vida.
Mis sueños revivían, despertaba mi alma,
y la tierra se hizo fértil para acunar
amapolas, trinitarias y cayenas.
Cuando vi a Dios en sus ojos
conocí el precio del amor.
“Un poquito de dolor”,
me decía,
casi arrullándome,
cuando volviera a mis predios
sin una mirada más que la mía
para poder reconstruirme.
Cuando vi a Dios en sus ojos
me supe desnuda, pequeña, vulnerable.
Un huracán de pensamientos,
Un volcán en el centro del pecho,
Un corazón que no sabía como anidar
en esa mirada, en ese otro corazón.
Supongo que era un pichón perdido y ciego
hasta que Dios lo miró.
Cuando vi a Dios en sus ojos
me enfrenté a mis tormentas,
a mis vicios,
a mi pecho cerrado.
Naufragué hasta encontrarme,
hasta quedarme en silencio.
Y lo volví a ver…
En el espejo de la laguna
cuando llegué a mi puerto.