Mircea Eliade, Historia de las creencias y las ideas religiosas. 3 vols., Barcelona, Paidós Orientalia, 1999.
GONZÁLEZ TORRES YOLOTL
Historia de las creencias y las ideas religiosas, es una de las últimas obras de Mircea Eliade (Rumania, 1907-Estados Unidos, 1986), uno de los más famosos humanistas que vivió en este siglo. Además de historiador de las religiones era orientalista, filósofo y novelista, hizo sus estudios universitarios en Bucarest y posteriormente le fue otorgada una beca que le permitió estudiar durante tres años religión y filosofía en la Universidad de Calcuta. De ahí su gran erudición respecto a estas materias y su posterior publicación acerca de las técnicas del yoga (1948). Su estancia en la India le permitió ver la existencia de elementos comunes en todas las culturas campesinas, idea que vemos expresada en varias ocasiones en los volúmenes a los que estamos haciendo referencia y que le permitió por otra parte elaborar su noción de “religión cósmica”.
Aunque su ilusión fue escribir una obra reducida y concisa que pusiera de relieve la unidad fundamental de los fenómenos religiosos, y a la vez, la inagotable novedad de esas expresiones, se tuvo que conformar, según sus palabras, con esta obra que originalmente concibió como una obra de cuatro volúmenes, aunque su salud impidió que terminase el cuarto que pensaba dedicar a las religiones arcaicas y tradicionales de América, África y Oceanía, lo que indudablemente resalta en la obra como una carencia; también faltaron dentro de su proyecto, los capítulos referentes al pleno desarrollo del hinduismo, la China medieval y Japón.
Estos volúmenes enciclopédicos acerca de las religiones de Asia y Europa son una especie de compendio de todos sus conocimientos, empezando desde la prehistoria hasta la época moderna. El esquema de la serie sigue las manifestaciones de lo sagrado y los momentos creativos de las diferentes tradiciones más o menos en orden cronológico. Estos libros reflejan fielmente su convicción, de toda su vida, acerca de la unidad fundamental de todos los fenómenos religiosos.
Cada volumen, además de las notas de pie de página, incluye una impresionante bibliografía crítica de aproximadamente la cuarta parte del texto total, que resultará de indudable utilidad para el lector interesado.
Para mostrar la unidad de la obra, los tres volúmenes están divididos en 39 capítulos y 318 subcapítulos.
El primer volumen abarca desde la Edad de Piedra hasta los misterios de Eleusis y consta de 15 capítulos. El primer capítulo inicia comentando las escasas posibilidades con las que se cuenta para reconstruir el pensamiento religioso de los hombres y las mujeres que vivieron en esa época. Uno de los métodos que se han utilizado para suplir esta carencia, es el estudio de las pinturas que se han encontrado sobre todo en Europa, de las pocas piezas de escultura, de las sepulturas, y también por medio de la observación y el estudio de las creencias y los ritos de los cazadores primitivos actuales -o que vivieron hace unas décadas- y de los cuales existen registros etnográficos. Se señala como peculiaridad de esa época la solidaridad mística entre el grupo de cazadores y los animales que eran cazados, y los ritos de iniciación asociados; asimismo se propone que en esta época hace su aparición el chamán y los ritos extáticos.
Posteriormente, el autor revisa las creencias de los primeros hombres y mujeres sedentarios y los inicios de la agricultura y de la domesticación de animales, aunque señala que por mucho tiempo persistió la fuerte presencia de la ideología del cazador, como se puede ver en el comportamiento de los miembros de las cofradías militares indoeuropeas (Männerbunde) y de los jinetes nómadas del Asia central con respecto a las poblaciones sedentarias, a las que atacan cazando y dándoles muerte, como animales de presa.
El advenimiento de la agricultura, produce una mayor conciencia de la medida del tiempo, modificando radicalmente el universo espiritual del hombre al descubrir la reproducción de tubérculos y cereales. Éstos dieron origen a temas míticos diferentes, aunque ambos relacionados con el origen de la vida, la alimentación, la muerte y la resurrección y lo que Eliade llama una “solidaridad mística con el hombre y la vegetación”; al respecto dice que “si los huesos y la sangre habían representado hasta entonces la esencia de sacralidad de la vida, en adelante ésta tomará cuerpo en el esperma y la sangre”. Señala también que la mujer y la sacralidad femenina pasan a un primer plano.
Las culturas agrícolas elaboran lo que llaman una “religión cósmica”, en la que la actividad religiosa se centra en el misterio de la renovación periódica del mundo mediante la repetición de la cosmogonía; lo anterior conlleva la idea del tiempo circular, y se va a encontrar entre los paleo-cultivadores y los agricultores del Neolítico y de las civilizaciones de Mesopotamia, India, China, el sureste asiático y Mesoamérica.
Al final de este capítulo, cuando trata de la aparición del uso de los metales, se refiere a uno de sus temas favoritos: el proceso alquímico, por medio del cual se descubre la forma de transformar la piedra en metales, el papel que juega el horno en este proceso de gestación, así como el carácter de sacralidad con el que han sido dotados los herreros en todas las culturas del mundo.
En el capítulo III, el autor nos habla de las grandes civilizaciones de Mesopotamia relatándonos el gran mito cosmogónico del Enuma Elish, así como los del diluvio y el de Gilgamesh. Describe y analiza los ritos de renovación, en especial el Akitu que se realizaba al inicio del año.
Habla también de Egipto y de sus diversos mitos cosmogónicos en las distintas teologías que se gestaron en el Alto y en el Bajo Egipto, de la posición del faraón como dios encarnado y de su papel como regulador de la maat (justicia cósmica), así como de las creencias y los rituales relacionados con la ascención del faraón al cielo. Trata también el mito de Osiris en el que se reitera la creencia en la muerte y la resurrección de la naturaleza, y cómo mediante ese dios, se asegura la fertilidad vegetal.
El autor del libro hace una relación de la forma en que la vida en la ultratumba se fue “democratizando”, al permitir que por medio de los rituales otras personas, además de los faraones, aspiraran a una vida después de la muerte.
No deja de mencionar el intento de reforma hacia 1350 a.C. de Akhenaton, quien trató, entre otras cosas, de librarse de la tutela del sumo sacerdote de Amón y al final del capítulo nos habla de la asociación que se presentó entre Ra y Osiris, ya en el imperio nuevo.
En el capítulo V habla de los megalitos sobre todo de Europa central y septentrional, entre ellos los menhires, cromlechs y dólmenes que fueron erigidos como una manifestación importante del culto a los muertos por los primeros pueblos agricultores de Europa. En dichos lugares se realizaban ceremonias como sacrificios, ofrendas, danzas y procesiones.
Este mismo capítulo incluye a las primeras civilizaciones de la India: las de la cultura del Valle del Indo, a Creta y a las estructuras religiosas prehelénicas, para continuar en el capítulo VI con las poco conocidas religiones de los hititas, los cananeos, de los pueblos que vivieron en la península de Anatolia y en Palestina en el segundo milenio antes de Cristo.
En el capítulo VII continúa con los inicios del pueblo de Israel, el cual tiene una de las tradiciones orales más antiguas, reinterpretadas, corregidas y redactadas a lo largo de muchos siglos y en distintos ambientes. En este capítulo, Eliade nos habla del mito cosmogónico recogido en el Génesis y recalca la importancia del aspecto de la androginia en la creación de la mujer a partir de la costilla de Adán, lo que volverá a aparecer posteriormente en ciertas especulaciones gnósticas y herméticas.
Resalta los pasajes importantes del Génesis comparándolos con otros mitos mesopotámicos semejantes, como el del diluvio y analiza los pasajes posteriores de la migración de Abraham, el sacrificio de Isaac, el asentamiento de Jacob y sus hijos en Egipto, Moisés y la salida de Egipto, así como la entrega de Yahve de las Tablas de la Ley estableciendo una alianza con el pueblo israelita, para terminar con el periodo de los jueces que da fin en 1020.
Dedica dos capítulos a la religión de la India anterior a Buda; en uno de ellos, el capítulo VIII llamado “La religión de los indoeuropeos”, hace primero una breve introducción de la religión de estos pueblos en general, para después centrarse específicamente en los indoeuropeos de la India, de los cuales menciona sus principales dioses y rituales como el ashvameda o sacrificio del caballo y el purushameda o sacrificio del hombre. En esta época se intenta por todos los medios descifrar y analizar las relaciones existentes entre el ser total (Brahman) y la naturaleza, lo que lleva al surgimiento y a la expansión del ascetismo y de la búsqueda del éxtasis. Las técnicas ascéticas y los métodos de meditación, que intentaban desligar al yo de la experiencia psicomental, tendrían una formulación articulada en los primeros tratados del yoga.
Los capítulos X y XI tratan de la religión de otros dos pueblos indoeuropeos, los griegos y los iranios, para continuar en el siguiente capítulo con la religión de Israel, en esta ocasión desde la monarquía hasta la caída de Jerusalem, el exilio y la aparición de los profetas que predicaban con vistas a modificar el presente mediante la transformación interior de los fieles.
El último capítulo trata del culto a Dionisio, el cual como dice Eliade, es todavía una figura enigmática: un dios que se manifiesta repentinamente para desaparecer después de un modo misterioso, lo cual es interpretado como descenso a los infiernos. Dionisio asombra por la novedad de sus epifanías, por la variedad de sus transformaciones. Siempre está en movimiento. Penetra por todas partes, en todos los países, en todos los pueblos, en todos los ambientes religiosos dispuesto a asociarse con diversas divinidades a veces antagónicas. Fue el único dios griego que asombró y atrajo tanto a los políticos y a los contemplativos, como a los orgiásticos y a los ascetas.
El segundo volumen incluye la mayor parte de las grandes religiones del mundo -exceptuando el Islam. Consta de 14 capítulos y cubre aproximadamente Asia y Europa del siglo VI a.C. hasta el triunfo del cristianismo en el siglo VI d.C., incluye una impresionante bibliografía crítica de 64 páginas actualizada al momento de su publicación en francés en la editorial Payot en 1978.
En el capítulo correspondiente a China, se refiere a algunos aspectos poco conocidos de la religión de ese pueblo como el periodo neolítico, basándose en datos que han surgido en las numerosas excavaciones arqueológicas recientes.
Describe el surgimiento de conceptos fundamentales de la cosmovisión china como el Ti, el Señor, dios supremo del cielo, que se convirtió más tarde en el dios antropomorfo Shang ti; dios del “mandato del cielo”, mediante el cual se legitimaban las revueltas contra los monarcas que dominaban en forma corrupta y despótica. Habla asimismo de los mitos cosmogónicos que explican el origen y la ordenación del mundo y del simbolismo de la polaridad y de la alternancia, los famosos yin y yang y desde luego del tao, como principio de orden inmanente en todos los ámbitos de la realidad.
Explica brevemente las dos doctrinas religioso-filosóficas de China, el confucionismo y el taoismo, y por último las técnicas de la longevidad y de la alquimia.
Los capítulos XVII, XVIII, XIX y XXIII están dedicados a la India, hacen referencia al brahmanismo, al hinduismo, al surgimiento del budismo y su posterior expansión y división en diferentes sectas (desde Mahakasyapa hasta Nagarjuna).Pone énfasis en el leitmotif del pensamiento religioso postupanishadico de la India que trata de liberar al hombre del “dolor”, que con este fin llevó al surgimiento de doctrinas y especulaciones, métodos de meditación y técnicas soteriológicas. Algunas de estas doctrinas eran consideradas ortodoxas porque se apegaban a las enseñanzas de los Vedas y otras heterodoxas porque no lo hacían, entre estas últimas estaban el budismo y el jainismo.
También en relación a la India menciona el desarrollo, la expansión y la división del budismo en sectas. Asimismo hace un recuento de la evolución de la doctrina hindú con la epopeya del Mahabharata y sobre todo de las enseñanzas de Krishna en la Bhagavad Gita; no deja de referirse a dos importantes acontecimientos históricos: las invasiones de Alejandro y el reinado de Ashoka. Tampoco pasa desapercibida la teoría de las tres funciones de George Dumezil, a la que continúa refiriéndose cuando habla de las religiones romanas, celtas, tracias y getas.
Dedica un capítulo a las doctrinas órficas, pitagóricas y a la nueva escatología en Grecia y a la aparición y la expansión de cultos mistéricos relacionados con Dionisos y Apolo que jugaron un papel fundamental desde ese momento tanto en Europa como en Asia.
Analiza brevemente la religión romana caracterizándola en su tendencia ametafísica y su vocación “realista”, así como una mediocre imaginación mitológica; por otra parte describe el culto privado de los penates, los lares y los manes, y el culto público manejado por el Estado.
Los acontecimientos históricos tienen un efecto fundamental en lo que aconteció en la espiritualidad de los pueblos de Asia occidental, en este caso específicamente los judíos entre quienes, al volver del exilio babilónico, aparecen los profetas escatológicos que predecían la instauración de la soberanía divina y, reconstruido el templo en Jerusalén, éste se constituye en el centro del universo restaurado.
Otra característica del judaísmo postexílico es la poderosa y permanente influencia de la cultura helenística, que fue adoptada especialmente por la corriente de pensamiento apocalíptico, aunque y a pesar de ello, su fundamento nunca dejó de ser la concepción veterotestamentaria de la historia de la salvación. Eliade hace notar la importancia del fenómeno sincrético que se da en esa época.
La agresión sacrílega de Antioco Epífanes y la revuelta victoriosa de los macabeos decidieron la orientación y las estructuras futuras del judaísmo, de tal manera que el “celo contra la Tora” que animaba a los partidarios de Antioco alentó al “celo por la Tora” de los contrarios y terminó por consolidar la ontología de la ley. La Tora fue elevada al rango de realidad absoluta y eterna, modelo ejemplar de la creación.
Los acontecimientos posteriores a la destrucción del Templo en Jerusalén por los romanos en el año 70 dieron lugar a la concepción apocalíptica de la historia y a los escritos correspondientes, así como a la aparición de la concepción de Satán como príncipe del mal que se convierte en el adversario de Dios.
Mientras tanto, en el mundo romano la promesa de salvación individual constituyó la novedad y la principal característica de la religión helenística que tenía también, a su vez, como nota dominante el signo del sincretismo que predominaba en esa época. Por otro lado, las religiones de salvación reactualizaban ciertos elementos arcaicos; excepto Dionisio, todos los dioses mistéricos eran extranjeros: Attis y Cibele son frigios; Isis y Osiris, egipcios; Adonis, fenicio y Mitra, iranio.
Entre las corrientes espirituales de la época incluye al hermetismo cuyos textos fueron en teoría escritos por Hermes Trimegisto, personaje mítico que se supone reveló los textos que integran la literatura hermética erudita.
Ciertos elementos mitológicos y filosóficos de tipo “gnóstico” forman parte del Zeitgeist de la época, como el desprecio del mundo, el valor salvífico de una ciencia primordial, revaluada por un dios o por un ser sobrehumano y comunicada bajo el signo del secreto; estos elementos son adoptados por varias corrientes cristianas.
También la religión irania se ve arrastrada por el amplio y complejo movimiento sincretista que caracteriza la época helenística. Las creencias predominantes durante la dinastía arsacida (247 a.C a 220 d.C.) se caracterizan por un surgimiento y propagación de cultos mistéricos de Mitra, un dualismo absoluto y otras creencias y prácticas como el culto al fuego y los magos como casta sacerdotal que se sistematizaron posteriormente bajo los sasanidas. También se refiere al mitraismo y a los esenios, secta apocalíptica que habitaba en una comunidad en el desierto de Judá y que fue destruida por los romanos en el año 68.
Producto de este clima espiritual es la aparición de Jesús, de quien relata brevemente su vida y su muerte. Enfatiza la importancia de la resurrección y de la labor de difusión de la doctrina por Pablo y cómo los primeros cristianos, judíos de Jerusalén, constituyen una secta apocalíptica dentro del judaísmo palestino que estaba en espera de la segunda e inminente venida de Cristo, la parusia.
Mircea Eliade relata el nacimiento de la Iglesia, el día de pentecostés del año 30, después del cual los apóstoles empiezan a predicar el evangelio y a realizar numerosos prodigios y “signos”. Por último hace una breve historia de los acontecimientos en la sociedad y de las creencias del pueblo romano, que llevaron al surgimiento y la proliferación del cristianismo a pesar de la persecución a la que se vieron sometidos los cristianos por Nerón, Séptimo Severo y Diocleciano, y a los peligros internos a los que se tuvo que enfrentar la nueva Iglesia cristiana en relación a las herejías y las gnosis.
La gran difusión de sectas y conocimientos esotéricos de la época, hace pensar a Eliade que efectivamente las tradiciones esotéricas de los apóstoles se enlazan con un esoterismo judío relativo al misterio de la ascensión del alma y a los secretos del mundo celeste que eran semejantes también a cierta concepción escatológica egipcia e irania y que el conocimiento redentor, consiste en la revelación de una “historia secreta”: el origen y la creación del mundo, el origen del mal, el drama del redentor divino descendiendo a la tierra para salvar a los hombres y la victoria final del Dios trascendente, que terminará con el fin de la historia y la aniquilación del cosmos, pero debido a la polémica antignóstica, la enseñanza esotérica y la tradición de una gnosis cristiana quedaron casi anuladas en la gran Iglesia que se extendió más tarde a las experiencias místicas.
Señala que en una época dominada por la desesperanza y caracterizada por una filosofía anticósmica y pesimista como la de los gnósticos, la teología y la praxis de la Iglesia se distinguen por su equilibrio, por otra parte el mensaje de Cristo es dotado de una dimensión universal adoptando el bautismo como un rito iniciático de prueba, y de la asimilación por medio de las imágenes, la liturgia y la teología del árbol de la vida.
Aparecen dos tendencias paralelas y complementarias con vista a integrar las herencias religiosas precristianas de una serie de esfuerzos repetidos y variados para dotar al mensaje de Cristo de una dimensión universal, la “universalización” del mensaje cristiano mediante las imágenes mitológicas y un proceso continuo de asimilación de la herencia religiosa precristina.
El volumen III trata desde Mahoma hasta la Era de la Reforma, aunque también incluye las religiones de pueblos de Eurasia antigua que vivieron en parte en periodos anteriores como los turco mongoles, fino ugrios y balto eslavos que, en particular los primeros, recorrieron todas las estepas de Asia y Europa, desde el siglo IV hasta Tamerlán (1360-1404), sembrando el terror entre los pueblos sedentarios. Como señala Eliade se inspiraban en el modelo mítico de los cazadores primitivos: el predador que persigue a su caza en la estepa. En este capítulo además de hablar de su deidad principal Tangri y de los mitos cosmogónicos dedica varios subcapítulos a un tema que le es muy claro: el chamanismo.
El siguiente capítulo (XXXII) trata desde la etapa de las iglesias cristianas hasta la crisis iconoclasta de los siglos VIII y IX. Éste es un periodo importante en la historia del mundo, en el que desaparecen los dioses paganos para dar lugar a un nuevo tipo de cultura en la que impera el cristianismo, se organiza la Iglesia, se reúnen los primeros concilios y surgen los primeros cismas, incluyendo las primeras diferencias en tre la Iglesia de Oriente y de Occidente. Después de un periodo iconoclasta florece la veneración por los iconos y san Agustín, obispo de Hipona, escribe sus famosas obras.
El capítulo XXXIII corresponde a Mahoma y el surgimiento del Islam, otra de las grandes religiones que han transformado al mundo. En este capítulo habla primero de la religión que predominaba entre los árabes en el tiempo de Mahoma, de la vida de éste y de sus doctrinas contenidas en el Corán. Enfatiza el genio político, además del religioso del profeta, para terminar a su muerte, con la designación de los primeros califas y la gran expansión militar bajo éstos en el Mediterráneo y en el próximo Oriente.
El capítulo XXXIV llamado “El Catolicismo occidental: de Carlomagno a Joaquín de Fiore”, trata del catolicismo durante la Alta Edad Media, la que es muy afectada por el surgimiento del Islam, por las cruzadas y por el advenimiento del milenio. Se asimilan y se reinterpretan tradiciones precristianas tanto sajonas como latinas, dando lugar entre otras cosas, al carácter semidivino de la realeza, que ubica al rey como ungido del Señor, protector consagrado del pueblo y de la Iglesia, mientras que el surgimiento de la caballería estaba basado en la tradición germana del Männerbund.
En esta época florecen los monasterios como instituciones religiosas autosuficientes, las peregrinaciones a los lugares santos (Roma, Jerusalem, Santiago de Compostela) adquieren un desarrollo prodigioso y aparece el fenómeno de la caballería, coincide además con el advenimiento del primer milenio y los correspondientes temores asociados al fin del mundo que llevan a movimientos apocalípticos que se reflejaron tanto en la actitud del pueblo, como en la producción de los teólogos y de los visionarios.
El complejo religioso que cristalizó en torno a los terrores y las esperanzas del año 1000 anticipan en cierto modo las crisis y las creaciones de los cinco siglos siguientes.
Las cruzadas constituyen un hecho fundamental en la historia medieval. Este movimiento colectivo, que a pesar de su politización nunca perdió su estructura escatológica es analizado en su significación religiosa. Una de las consecuencias de las cruzadas fue el paso de la hegemonía de la civilización, de Bizancio a Europa occidental.
En esta época también hay grandes creaciones espirituales como el arte románico y el amor cortés. Se ensalza el valor religioso y la dignidad espiritual de la mujer por primera vez después de los gnósticos del siglo II y III, y como consecuencia de esto, domina la devoción de la Virgen. Surge y florece el ciclo artúrico, sobre todo con la obra de Percival, en la que aparece la mitología más coherente del Santo Grial.
La última referencia de este capítulo es a Joaquín de Fiore y su nueva teología de la historia, en la que plantea su relación con la Trinidad y su conclusión del predominio de lo espiritual sobre las instituciones.
El capítulo XXXV trata acerca de las teologías y místicas musulmanas. Una vez tratado el inicio del Islam y los planteamientos generales de su doctrina en un capítulo anterior, en este apartado se dedica primero a la teología: kalam, desde los motazilitas, primeros teólogos musulmanes y los asharitas cuya escuela dominó por varios siglos al Islam sunnita. Después habla del chiísmo y la hermenéutica esotérica especialmente del ismailismo, de la exaltación del Imán y la resurrección del Mahdi. El resto del capítulo lo dedica al sufismo haciendo una relación de las tendencias ascéticas en la primera época del Islam, incluyendo la dimensión esotérica del chiísmo que incluso fue identificada con el sufismo. Relata cómo en esta doctrina existía una relación excepcional entre el maestro y el discípulo lo que llevó a la generación del sheik y al culto a los santos. Explica cómo los sufis sufrieron persecuciones del Islam ortodoxo, persecución que posteriormente se relajó e incluso terminó por aceptar la aportación de los sufis a la expansión y a la renovación del Islam.
Hace un recuento de los maestros sufis más destacados, sobre todo de los persas y de sus doctrinas, entre los que incluye al gran maestro místico Rumi.
La reflexión filosófica surgió y se mantuvo en el Islam gracias a las traducciones de textos filosóficos y científicos griegos que condujo al surgimiento de filósofos mahometanos, entre ellos el innovador Alfaravi y posteriormente varios españoles, entre ellos Avicena y Averroes.
Después de ser reconocido por los doctores de la ley, el sufismo tuvo una gran popularidad, primero en las regiones de Asia occidental y el norte de África, y luego en todos los lugares donde había penetrado el Islam: India, Asia central, Indonesia y África oriental. El sufismo dio un gran impulso a la renovación de la experiencia religiosa musulmana y a su aportación en el arte, en la música, en la danza, y especialmente en la poesía.
El capítulo XXXVI trata del judaísmo desde la revuelta del Bar Kba hasta el hassidismo. Después de la destrucción del templo en Jerusalén y la segunda guerra contra los romanos que finalizó con la catástrofe de 135, el emperador romano Antonino Pio, restableció la autoridad del sanedrín y las decisiones de éste fueron reconocidas en toda la diáspora y fue cuando se elaboraron las bases del judaísmo normativo. La principal innovación consistió en sustituir la peregrinación a Jerusalén y los sacrificios del templo por el estudio de la ley, la oración y la piedad, actos religiosos que se podían efectuar en las sinagogas repartidas en todo el mundo. Entre 175 y 220 el Rabi Juda elaboró la Mishna que regiría la vida cotidiana de los judíos y cuyo objetivo, en última instancia, era asegurar la supervivencia del judaísmo. El conjunto formado por la Mishna y los comentarios constituyen el Talmud.
A principios del siglo XI, el centro de la cultura judía se desplazó hacia la España musulmana en donde florecieron poetas, filósofos, teólogos y científicos entre los que destaca Maimonides que representa la cumbre del pensamiento judío medieval.
Existe un diálogo enriquecedor entre los pensadores judíos y los representantes de los diversos sistemas filosóficos de la antigüedad pagana, del Islam y del cristianismo, que se puede observar en la mística judía.
En general, el fin que se propone el místico judío es la visión de Dios, la contemplación de su majestad y la comprensión de los misterios de la creación. La creación excepcional de la mística esotérica judía fue la cábala. Esta nueva tradición religiosa, sin dejar de mantenerse fiel al judaísmo reactualizó una herencia gnóstica, a menudo teñida de herejía, o ciertas estructuras de la religión cósmica.
Como consecuencia de la expulsión de los judíos de España en 1492 se transforma la cábala de doctrina esotérica en doctrina popular y adquiere un carácter mesiánico.
Eliade enfatiza la capacidad de renovación del genio religioso judío integrando elementos de origen exótico, sin perder por ello las estructuras fundamentales del judaísmo rabínico.
Al final del capítulo reseña el surgimiento del hassidismo, movimiento místico fundado por el Rabi Israel Baal Shem Tov (1700-1760) quien se esforzó por hacer accesible a la gente común los descubrimientos espirituales de los cabalistas. Este movimiento tuvo gran difusión, y a pesar de ciertas innovaciones se mantuvo siempre en el marco del judaísmo tradicional.
En el capítulo XXXVII habla de los movimientos religiosos en Europa desde la Baja Edad Media hasta las vísperas de la Reforma.
Este capítulo se complementa con el XXXIV en el que se trató la Alta Edad Media; incluye el movimiento bogomil que surgió en Bulgaria y que al difundirse al occidente, sobre todo al sur de Francia, se convirtió en el de los cátaros, éste a su vez fue salvajemente reprimido por el rey mediante la “Cruzada contra los albigenses”, de tal manera que la Iglesia cátara dejó de existir en 1330.
En el siglo XII y XIII hay una excepcional valoración de la pobreza, lo que dio lugar a la aparición de movimientos heréticos, como los ya mencionados cátaros, los valdenses, las beguinas y los bogardos y las dos órdenes mendicantes reconocidas por el Papa: los franciscanos y los dominicos. Eliade reseña la vida y obra de san Francisco y su sucesor en la orden, Buenaventura, de quien se dice que su síntesis teológica es la más completa en toda la Edad Media.
En esta época viven además, teólogos y místicos tan importantes como Alberto Magno y su discípulo Tomás de Aquino, cuya teología fue proclamada como la oficial por la Iglesia católica.
Hubo también otros pensadores importantes como Escoto, Ockham y el maestro Eckhart quien es considerado el teólogo más importante de la mística occidental.
Además de estos grandes teólogos desde finales del siglo XII hay movimientos religiosos populares, producidos entre otras cosas, por el descontento ante la corrupción del clero y por la nostalgia hacia la vida espiritual, así surgieron los valdenses y los hermanos del Libre espíritu, algunos de los cuales fueron acusados de herejía y quemados en la hoguera. Desgracias como la terrible epidemia de peste negra, provocaron el surgimiento de flagelantes quienes recorrían los distintos países, cantando himnos y formando círculos y flagelándose frente a las iglesias.
Nicolas de Cusa fue el último teólogo-filósofo importante de la Iglesia romana indivisa. Aunque desde el siglo XII muchos fueron los esfuerzos por “reformar” (purificar) ciertas prácticas e instituciones sin romper con la Iglesia. Estos esfuerzos resultaron vanos; en adelante, las reformas se realizarían contra la Iglesia católica o fuera de ella.
Los dos últimos subcapítulos tratan en un primer momento de los acontecimientos y las diferencias que se produjeron entre la Iglesia de Oriente y de Occidente, que aunque ya notorias desde el siglo IV, culminaron en 1204 cuando los ejércitos de la cuarta cruzada atacaron y saquearon Constantinopla, para terminar hablando del movimiento de los monjes místicos hesicastas, el cual fue implantado, entre otros lugares, en el Monte Athos, pero que se difundió por toda Europa oriental, por los principados rumanos y en Rusia hasta Novgorod.
El capítulo XXXVIII trata de religión, magia y tradiciones herméticas antes y después de la Reforma. Se presentan ejemplos de sincretismo pagano-cristiano, sobre todo en Rumania, capaces de poner en evidencia la resistencia del legado tradicional y el proceso de cristianización, por ejemplo el de los colindes, rito que se hace alrededor de Navidad, o la danza de los calugari. Habla de personas que fueron calificadas como brujos por la Inquisición por ser miembros de cultos y prácticas mágico-religiosas de origen y estructura “paganos”, como los strigori o brujas, o las seguidoras de la diosa Diana, o los benandanti que a pesar de proclamar ser “magos buenos” que combatían a los brujos, igualmente fueron perseguidos y castigados por la Inquisición. Hace notar que en la historia religiosa y cultural de Europa occidental, el siglo que precedió a la intensificación de la caza de brujas, fue uno de los más creativos, ya que en este ocurrieron la Reforma de Lutero y Calvino, y una serie de descubrimientos culturales, científicos, tecnológicos y geográficos, que recibieron sin excepción una significación religiosa.
Precisamente dedica este capítulo a los reformadores Lutero, Calvino y Zinglio, su obra y su significado, así como a la Reforma de Trento y sus medidas de saneamiento, que se ven reflejadas en lo que es conocido como catolicismo postridentino en el que actúan grandes místicos y apóstoles, como santa Teresa de Ávila, san Juan de la Cruz y el fundador de la Compañía de Jesús, san Ignacio de Loyola. No podía faltar una larga mención de la alquimia y el hermetismo que fue reintroducido mediante la traducción del griego al latín del Corpus hermeticum de Hermes Trimegisto, lo cual produjo un apasionado interés por el hermetismo en toda Europa que duró casi dos siglos.
Durante el siglo XVI el interés por la magia naturalis representa un nuevo esfuerzo para llegar a una aproximación entre la religión y la naturaleza. El estudio de la naturaleza constituía de hecho una búsqueda que intentaba conocer mejor a Dios. El horizonte de la alquimia medieval quedó modificado bajo el impacto del neoplatonismo y el hermetismo. La seguridad de que la alquimia es capaz de secundar la obra de la naturaleza, recibió una significación cristológica.
Los hermetistas y los “filósofos químicos” esperaban una renovatio, es decir, una reforma general que abatía la renovatio de la cultura y de la religiosidad europea mediante una síntesis audaz de las tradiciones ocultistas y las ciencias naturales.
El último capítulo de este tercer volumen trata de las religiones tibetanas. En una apretada síntesis, incluye un aspecto novedoso de la religión de ese pueblo que es lo que llama la “religión de los hombres”, anterior a la religión bon, de la que describe algunas de las concepciones del cosmos, de los hombres y de los dioses y de sus mitos cosmogónicos y enfatiza la importancia que le daban a la luz. Dice además que la existencia de esta religión fue silenciada tanto por los autores bon como por los budistas.
Trata después de la religión bon y de sus características, así como del budismo que fue el último en llegar a Tibet en el siglo VII, floreciendo en este país después de su desaparición en la India. Enfatiza la capacidad de asimilar y revalorizar diversas tradiciones indígenas y arcaicas, o extranjeras y recientes, del genio religioso tibetano al que homologa al hinduismo medieval y al cristianismo, agregando que la correspondencia resulta aun más llamativa entre el Occidente medieval dominado por la Iglesia romana y la teocracia lamaista.
Con este capítulo se nota desde luego, una terminación abrupta de la obra, esto se explica por lo que dijimos con anterioridad: no pudo ser terminada por la muerte del autor, sin embargo, mucho se puede aprender de este breve y al mismo tiempo extenso recorrido del contenido de la maravillosa obra de Mircea Eliade; Historia de las creencias y las ideas religiosas nos ofrece a través de una amena lectura, una síntesis genial de los aspectos más importantes de las religiones del mundo.
Del INSTITUTO NACIONAL DE ANTROPOLOGÍA E HISTORIA
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