Nadie se salva de la inminente
descomposición luminosa
a la orilla del camino
la vida pegada a las paredes
de un espacio ahíto de costumbre
que tan poquito dura.
Nada se arraiga, debajo de la piedra de amolar
poco perdura,
como para comprender que nada dura
aunque el milagro de vivir
es grande en un grano de fresa.
Después del otoño o del invierno
los frutos de la tierra son dulces
pero también amargos y ácidos
la naturaleza cada día
descubre sus pimpollos
y se arma de espinas
pero entre ellas se posan
las coloridas mariposas
para besar a las flores.
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