Los días siguen su curso entre la algarabía, las aves desplumadas de un país irredento. La ciudad, la que a diario nos tropieza, abre los ojos y nos emplaza a continuar la caminata en medio de la algarabía.
Me evito renegar de cuanta especie bípeda me mire a los ojos. En todo caso, soy la que me mira, la que me irrita con la oscura premura de su descripción. Soy una persona, sólo eso. Una parte de la oración que no ejerce acción alguna. Sólo camina y se revisa los dientes en el reflejo de una vidriera.
La ciudad, los días, la perversión del sol sobre nuestras infamias. De reconocernos, podríamos desatar arengas para que nadie nos oiga. Un cansancio invertebrado se pasea triunfante sobre el silencio de los que regresan a la casa luego de una larga jornada de trabajo.