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Sin embargo, no todos son inocentes, algunos saben bien lo que hacen y hasta están tranquilos, pensando que pronto llegará la ayuda que los ayudará a escapar de la ley.
Tal es el caso de Alonso Mantilla. Ciudadano venezolano, que para el momento de la captura, tenía un fusil AK 47, dos pistolas 9 milímetros y una granada fragmentaria. Además, tenía un radio de largo alcance y los militares comprobaron que había efectuado una llamada antes de ser detenido. La situación es que el radio y la frecuencia son colombianos.
Para las autoridades, todo esto apunta a culpabilidad. Ya se hacen llamadas al consulado y gobierno colombiano, se pedirá el rastreo del número para saber a quién llamó y si es posible, de qué hablaron.
De paso, el ciudadano tenía cédula venezolana y tarjeta de identidad, de Colombia. En ambos documentos figura con nombres distintos. En Colombia se llama Edgardo Moncloy. También tiene fecha de nacimiento distintas: en Venezuela figura que nació el 11 de enero de 1940 y en Colombia figura que nació el 6 de junio de 1938.
Eso es un cargo serio. Falsificación de identidad: el sujeto dice que quiere ver a su abogado, da la tarjeta del mismo, dice que tiene derecho de llamarlo. Cuando ve la negativa de las autoridades, se pone nervioso y comete un error fatal: ofrece sobornarlos.
— pues miren, yo tengo mucha plata. Yo les pago y les resuelvo la vida, venga y vea, mijo; con ese sueldo de soldado no llega a ningún lao, pero venga que yo le pago y le compra algo bonito a la mujer —dice así, con el característico acento tachirense, que bien puede ser de allí o colombiano.
El GN no hace más que reírse, no va a caer en esa trampa pues hace un tiempo un soldado de la policía naval cayó en esa trampa y apareció muerto en un apartamento, junto con otro sujeto. El soldado lo mató y resultó ser un sicario; pero un tercero sí pudo encargarse de él. Las investigaciones dieron como resultado que el soldado custodiaba a un paraco que iba en una lancha con droga y muchas armas y lo capturaron justo cuando iba a salir de aguas venezolanas. En base naval en Maracaibo, el soldado se lo llevó, seducido por la promesa de dinero; pero en el lugar donde llegaron, los emboscaron, el soldado luchó pero terminó muerto y el prófugo no ha vuelto a ser visto. La historia fue divulgada en las fuerzas armadas, a fin de que a nadie se le ocurRivera ayudar a los delincuentes. Sin embargo, en la sociedad civil, fue un escándalo.
Por lo pronto, los venezolanos se van por lo seguro: posesión ilegal de armamento de guerra, tenencia y producción de estupefacientes, falsificación de documentos de identidad y por dispararle a los militares se lleva un cargo más.
La táctica de tratarlo con indiferencia pronto hará mella en el sujeto. Buscará la manera de negociar. Así que terminará dando información que podría matarlo; pero sabe que si pisa la cárcel, podría salir en 30 años, si es que sale.
Hay un sujeto que se ha mostrado muy colaborador. Es colombiano; pero lo que llama la atención es que no es campesino, por sus modales, su perfil y algunos otros rasgos, parece citadino.
En efecto, se trata Hermelao Eniesta, de 45 años. Ciudadano colombiano natural de Cali. Por supuesto, está vinculado a dicho cartel; para nada es uno de los grandes, pero sin duda alguna, es un lugarteniente. Antes de ser aprehendido, le disparó a su radio, un aparato de alta tecnología, de largo alcance y compacto. Sólo lo usan militares y empresarios de alto nivel… y claro, los mafiosos y los carteles.
También le decomisan cinco mil dólares, un millón de bolívares y siete millones de pesos. Toda una fortuna, cualquiera que agarre ese dinero tiene la vida hecha; pero es dinero sucio y nunca se podría vivir tranquilo con dinero así. De manera, que aquellos funcionarios venezolanos se contentan con decomisarlo, verle la cara de frustración y miedo al detenido y esperar a ver quiénes caen, porque si cayó éste, otros caerán también.
Llama la atención el hecho de que el sujeto no está para nada asustado ni ha pedido ver a nadie. Eso hace pensar a las autoridades de que tiene una carta para jugar, así que ellos esperarán a que la juegue.
Para otros, las cosas no son tan simples. Son peones que ahora están acusados de portar armas de guerra ilícitamente, de permanecer ilegales en Venezuela, de tenencia de estupefacientes… y quién sabe qué más. Para ellos, los pobres e ignorantes, las cosas se han puesto malas, y lamentablemente ellos sufrirán las consecuencias.
Para los militares venezolanos, el castigo debe ser para todos. Y debe ser así. Llega el general Rodríguez Vega e inspecciona, también lo impresiona la cantidad de detenidos. Le dice al comisario que esta cantidad de detenidos llamará la atención de la sociedad nacional y será un escarnio para la colombiana, pues casi todos son ciudadanos de esa nación.
—sin embargo, ya los noticieros han puesto la noticia y la frontera se está llenando de periodistas y cámaras. Ahora, es una pesadilla porque hay que protegerlos. El colmo sería que los secuestraran. Para la gente, ya es una crisis que los colombianos circulen ilegalmente en el país. Ahora, cuando se den cuenta de que delinquen en nuestro país y que cultivan aquí su droga, gritarán fin de mundo y pedirán nuestras cabezas.
Y eso será mañana, cuando salgan los periódicos y los noticieros. —Dice preocupadamente el general:
— Aunque sigue tranquilo, pues en el informe que ya redactó y envió a sus superiores figura la cantidad de detenidos que hubo, la cantidad aproximada de droga que se destruyó con los incendios, la cantidad de Gallegos desmantelados y en general, el duro golpe que ha sufrido el negocio de la droga. Sin embargo, el escándalo no podrá evitarse. —Así concluye el general, ante un grupo de altos oficiales y funcionarios policiales. Su tono es algo sombrío. En su mente, nuevos conflictos toman forma. Ganó esta batalla; pero la guerra, no.
Entre todos, concluyen que Hermelao es quien dirige la operación del Guasare. De seguro, es el jefe de todos los que atraparon y de los que aún permanecen ocultos en la montaña, esperando a que se calme todo para salir y continuar llevando el negocio, que será peligroso, pero es muy rentable.
El general autoriza entonces el inicio del interrogatorio de Hermelao. Un inspector, ya bastante curtido, va con un fiscal del ministerio público. También se ha aparecido un defensor público, quien no va a defender al criminal, sino a decirle que todo el mundo sabe que es culpable y que no se arriesgue a llegar a los tribunales, porque puede terminar muerto. Pero si colabora, conseguirá una sentencia indulgente.
Una vez que le han leído los cargos que le imputan y el abogado defensor le explica la situación, el narcotraficante accede a confesar y ofrecer detalles sobre sus movimientos y los del cartel. Pide, en cambio, no ser extraditado a Colombia ni a USA. El abogado defensor le da su palabra y también el fiscal. Hablará.
— desde la violencia, Colombia está hecha un desastre. —Comienza Hermelao.
— los capos hacen lo que les dan la gana y el que no le guste se muere. A los policías y los militares no les importa la vida de uno, te matan si tienen oportunidad. Además, nadie extraña a nadie. Si te matan, mañana vendrá otro a reemplazarte; seas delincuente o del gobierno. —Reflexiona el narco, como pensando que tal sensibilidad causará simpatía en sus interrogadores.
— con el apoyo de la DEA, sembrar cerca de las ciudades es un fracaso. Muchos narcos que compraron haciendas quebraron, viendo cómo se las decomisaban. ¡Qué barraquera! Y si había atentados contra los de justicia, peor, porque se inventaban un tiroteo y morían muchos manes. Por eso, en los carteles se decidió trasladar el negocio a la selva, bien profundo, cerca de la frontera con Ecuador, Brasil y Venezuela. —dijo y continuó:
— luego vino el problema con los paracos y los guerrilleros. Al principio, fue un desastre, ninguno de ellos nos quería en la selva; pero con el dinero se arregla todo. Nos mataron unos cuantos; pero con plata pagamos sicarios y jueces para matar y meter presos a sus líderes. Así que se calmaron y llegamos a un acuerdo: ellos nos cuidan a nosotros y los sembradíos y el negocio, y nosotros les damos plata. Así, ellos ganan y nosotros también. Claro, unos cuantos se indignaron de ver cómo los camaradas se aliaban al narcotráfico; pero no pudieron hacer mucho. O se quedaban sanos o desaparecían. —confesaba aquel hombre, cuyo relato revelaba una realidad que ya muchos imaginaban. Continuó:
— Yo por mi parte, me quería volar de Cali. No man, esa ciudad es una jaula de locos. Ahí la vida no vale nada. Así que acepté venirme a la frontera. Llevaba varios años produciendo bastante. Es fácil. Cuando ustedes nos persiguen, simplemente lo dejamos todo y vamos al otro lado y cuando allá nos siguen, venimos pa cá. Nos pillan cuando los capos dicen que los sembradíos deben ser más grandes, para sacarles más plata. ¡Imagínese! ¡Nos vieron cuando ya estaban sobre nosotros! Si hubiéramos seguido con sembradíos pequeños, conucos, simplemente ni se enteran. Ave María pues, ¿qué más le digo? —Entre el fiscal y el inspector le muestran una serie de fotografías y el sujeto identifica a un montón de narcotraficantes que operan en la frontera venezolana.
La trascripción del interrogatorio la ha leído en general y está sumamente sorprendido. Sabe que el asunto ya está fuera de control y ameritará ayuda de Colombia para saber si la situación podrá resolverse.
— General, le habla el Coronel Reinaldo Pérez Duarte, del Comando General de las Fuerzas Armadas. De Colombia no vamos a ganar nada. Esa gente apenas puede defenderse en su propio territorio. Dieron la respuesta de siempre. Pero, no van a perseguirlos y arrinconarlos ni van a reforzar la frontera. Dicen que ellos ya hacen su trabajo y que nosotros tenemos que hacer el nuestro. ¡Esos cobardes! Tiene permiso del parte del Comandante en Jefe para ejercer las operaciones necesarias, a fin de reforzar la seguridad fronteriza y neutralizar estos Gallegos de cultivo. Recibirá dos batallones más y un escuadrón de helicópteros. A parte, dos grupos de investigaciones de la DISIP y el DIM le prestarán asistencia. Mi general, que Dios le acompañe… —y aquello sonó a lo de siempre: cuando aparezcan colombianos de peso detenidos, vendrán, junto con la DEA a pedir la extradición; pero son ellos, los soldados venezolanos, quienes deben arriesgar el pellejo.
Sí, como le dijo a los suyos, el problema de las drogas es un asunto de los venezolanos y aparentemente, estamos solos.
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