Érase una vez una reunión de todos los animales de la selva. Había elefantes, caballos, rinocerontes, monos. Tooooooodos los animales feroces y todos los animales mansos estaban en la reunión.
Y habían acordado hacer sonar cada uno sus gritos, chillidos, mugidos o aquel sonido que los identificaba en su clasificación.
Así, le tocó el turno al mono, y su sonido era, más bien, chillón. No asustó en nada. Después fue el turno de todos los demás animales, y algunos eran sonidos agudos, o menos agudos, o más bajos o más o menos bajos.
Entonces, ya era el turno del León. Y fue un solo rugido. Fue un sonido ronco-ronco. Se escuchó a ocho kilómetros de donde estaban todos reunidos.
Cuando el león abrió los ojos, porque el león había cerrado los ojos, ya que los leones cierran los ojos cuando rugen, se había quedado sólo. Todos los demás animales se habían ido corriendo.
Entonces, el león se dijo que no iba a rugir más cuando estuviera acompañado.
Y...colorín-colorado; este cuento se ha acabado.