Durante mi primer año dentro de la escuela, estuve dando todo de mí para avanzar lo más rápido posible, yo quería absorber todo el conocimiento posible y llegué hasta el punto de sobre esforzarme. Solía asistir a casi todas las clases del día, desde inicial hasta intermedio y aunque me sentía un poco torpe al no saber ejecutar a la perfección algunos pasos o ejercicios, esto nunca me detuvo a seguir intentando cada día.
No importó el cansancio o lo mucho que doliera, yo estaba ahí cada día puliendo mi técnica y limpiando cada imperfección, cada pose, logrando que cada transición fuese fluida y hermosa. El ballet se había vuelto mi prioridad, permanecía constantemente entrenando. Si yo creía en mí misma, ¿Quién podría derrumbarme?
Poco a poco, todo mi esfuerzo y dedicación fue rindiendo frutos pues.. Fui ingresando a lo que sería la compañía de esta institución. Mi primer acto como bailarina de la agrupación Coeurarte, fue en unos quince años. Me costó creer que yo había sido elegida entre cincuenta bailarinas para tal presentación, y más con lo exigente que solía ser el director artístico. La felicidad que me invadió en ese momento es inexplicable y nunca me había sentido tan satisfecha con mi trabajo, tan orgullosa de mí.
Considero esto como una de las experiencias más hermosas de mi vida, pues disfruté cada momento como si de un sueño se tratase y así era, yo había cumplido un sueño y sentí florecer en mí un bello sentimiento de amor hacia mi trabajo. Desde ahí no hubo duda alguna, yo supe que quería vivir danzando, que no importa donde estuviera o lo que estuviese haciendo, mi corazón iba a seguir bailando por el resto de mi vida.