La realidad depende de la capacidad de observación del observador.
Lo que un observador no observa, no existe. Y si la observación es deficiente, la realidad es deficiente.
La cultura se basa precisamente en deficitar la observación en aras de conseguir que sus elementos puedan replicarse y propagarse, Estos elementos son los memes. Entre ellos, las palabras hacen un papel fundamental en la construcción del mundo en los humanos.
Las palabras sirven para sustituir a la realidad reduciéndola, homogeneizándola y empaquetándola en unidades intercambiables entre un grupo de observadores conocedores de unas reglas de empacado y uso de las mismas, para realizar entre ellos la comunicación necesaria para que estos memes puedan propagarse, infectando a los observadores sustituyendo la observación de lo real y sumergiéndolos en construcciones mentales creadas a partir de palabras.
Homogeneizar es sustituir diversas precepciones por una única que es asignada por imitación entre varios observadores, asignación impuesta por la cultura.
Por ejemplo, dos observadores señalando un objeto dicen que es “verde”. Eso no significa que el objeto sea verde, de hecho, el objeto no tiene “color”. El color se crea en la observación… pero de cada uno.
Si A observa y dice “verde”, B observa y aprende que ese objeto que ve es de color “verde”. El observador A ve “verde”. Si
A se mete en la observación de B, ese mismo objeto puede ser perfectamente “morado”. Pero si el color verde de A se le llama “verde” y al color morado de B se le enseña que se llama “verde”, conseguimos que dos observadores observen lo mismo. Es una trampa obvia.
Esta misión de traductor de la realidad la desarrolla el lenguaje y gracias a esto, la comunicación entre palabras cobra sentido. Porque las palabras se usan para la comunicación… o no?
Las palabras que son tokens comunicacionales se convierten así en los ladrillos de la construcción mental. Gracias a ellos dos observadores pueden “ver” un “árbol”.
Es evidente que los “arboles” no se ven. Se usa el resultado de la observación e inmediatamente se busca su palabra contenedora. A partir de ese punto, se usa el contenedor no la observación.
Es como los contenedores de basura. Puede haber una infinidad de residuos de toda clase y condición, pero al llegar a tirarlos acaba siendo papel, plástico, vidrio u residuos orgánicos. El lenguaje hace lo mismo: en lugar de ver una manzana pasada, ves “residuo orgánico”, el mismo residuo que ves mirando el hámster que se te ha muerto.
¿Es lo mismo una manzana podrida que el cadáver de mi ratita? Pues resulta que, para el lenguaje, sí lo es. Y gracias a ellos, diferentes observadores están de acuerdo en que observan residuos orgánicos señalando la misma dirección. Y es cierto. Ahora que… ¿qué es realmente un “residuo orgánico” para cada uno de ellos?
El lenguaje introduce un nivel de ignorancia astronómico. Pero no es un nivel homogéneo, Depende del lenguaje y también de la habilidad en su uso lo que determina la realidad para los humanos corrientes.
Ejemplo típico en la palabra “blanco”.
Los inuit tienen 50 palabras para definir “nieve”. Cualquiera de nosotros parecerá un perfecto imbécil tratando de explicarle a un inuit como era la nieve que acaba de ver. “Es nieve” … “¿Pero qué nieve?” … “Pues nieve, de color blanco” …
Con el hielo, lo mismo.
Esto lo saben muy bien los traductores, cuando se enfrentan a cosas que no tienen sentido en otro idioma, o que no se pueden traducir.
Y como resulta que los humanos usan las palabras para lo que no se deben usar, que es para construir la realidad, mediante su mal uso en la elaboración del pensamiento, lo que consiguen es crear una realidad que es una caricatura.
Y si, además, son unos ignorantes hasta de su propio lenguaje, la realidad que crean es a bloques. Bloques contenedores de todo. Así son capaces hasta de decorar su casa con un par de contenedores de 20 pies. “Mueble”, otro “mueble”, “cama” …
Hasta hace relativamente poco tiempo la gente usaba 300 palabras para todo. Ahora, en el reino de los celulares y los iconos, si la carita no está no te puedes sentir asi.
- “¿Cómo voy a tener problemas de bazo si no sé ni siquiera qué es el bazo?”
Es obvio que, aunque no exista el bazo para ti, el bazo te condiciona.
Pero no solo es esto. Usando un numero tan escaso de palabras la posibilidad de que la comunicación incluya algo de información tiende a cero. Al final, pocas palabras que no terminan de decir nada.
En el mundo de las comunicaciones estamos llegando a no decir nada.
La cultura usa las palabras como muleta para que el individuo no tenga que pensar. En lugar de enseñar a pensar a los niños, se les enseña a hablar. Y, justo después, a memorizar. Al final, todo lo que necesita es identificar un problema y asignarle la solución. El niño nunca diseñó el problema, solo fue adiestrado para identificarlo y darle un nombre y, a partir de ahí, buscar la solución que tampoco ha elaborado.
Un cerebro verbal, de asociación de hechos con palabras y de palabras con otras palabras, y todo resuelto en la esfera del lenguaje acaba degradándose por falta de uso.
Hay quien está muy orgulloso de los éxitos de la raza humana, en forma de cultura. Gracias al lenguaje solo un puñado de ellos tuvo un día que pensar, el resto con aprender a hablar y a leer tienen suficiente. Visto desde lejos estamos ante un grupo de entes mediatizados por unidades programadoras que les condicionan. Dicho de otra forma, los pocos que piensan y son capaces de que sus memes infecten a los demás, son funcionalmente los programadores de una sociedad de autómatas descerebrados.
Un grupo programa y las masas obedecen.
Así los mitos, las religiones, las ideologías han ido infectando a los cerebros incapaces de razonar y sus reglas, ceremonias, conductas, éticas, códigos se han grabado en estas pequeñas cabezas cuya función es la identificación y la posterior ejecución, como cualquier artilugio cibernético de viejas generaciones.
Así, un mito del lenguaje como Jesucristo que fue creado por encargo del emperador de Roma para emplearlo en sus peleas políticas ha derivado en una infección a escala planetaria de nada menos que 2.200 millones de personas, un 31% de la población que vive, ora y labora en función a las características programadas por Lucio Lactancio que jamás podría intuir el desastre que provocó al aceptar el encargo.
Para aquellos que “Jesús vive” lo hace en una dimensión de su realidad que, a base de palabras, no necesita de salir fuera. Para eso existe el mito de la fe. Gracias a la fe, no es necesario pedir pruebas, el meme vive por si mismo sin ser cuestionado e incluso identificado como el “amigo invisible” que le habla y le conoce, a pesar de que se pegue contra la lógica y la evidencia. Una programación difundida viralmente que causó una pandemia.
Gentes viviendo y creando una realidad dentro de un delirio en el que entraron de niños y jamás saldrán de él.
Esta es otra de las aplicaciones del lenguaje: la anulación de la mente de observar la realidad.
Wittgenstein dijo que lo que hacemos y lo que somos es lo que le da sentido a nuestras palabras, por lo tanto es el contexto o juego del lenguaje en el que nos encontramos el que determina la forma en que ven el mundo (que es resultado de su interacción social) y de dicha visión dependerá directamente mi lenguaje: “los límites de mi lenguaje son los límites de mi mundo” y siempre la gente se está chocando contra la jaula en la que los encierra su lenguaje.
Como vemos, un mundo pequeño y sórdido, lleno de virus mentales que proliferan sin control y que convierten a las masas de sesos humanos en “las máquinas de los memes”.
Resulta penoso que, después de miles de años de “cultura” no se haya encontrado respuesta a ninguna pregunta que merezca la pena. Pero es patético que la gente, a la vista de que el lenguaje es incapaz de dar solución porque está encerrado en su propia y minúscula esfera, busquen a solución en…. ¡los libros!
Como si las patrañas que se escriben en un papel adquirieran mágicamente el atributo de Verdad, solo por ser “negro sobre blanco”.
En esta “aldea global” donde no queda nada por decir ya que todos están infectados por la última actualización de los virus culturales, la escasa información que acarrean las hipercomunicaciones son el propio medio por el que se difunden.
Nada que decir, solo la novedad de por dónde les ha entrado la infección.
Y todo desde que, al bebé, futuro autómata finito, se le comienza a programar instalándole un lenguaje que le servirá para ejecutar las instrucciones que, sin duda, le serán introducidas en la escuela, en el instituto, en la universidad, en el trabajo y en su vida.
Autómatas finitos de a dólar.
Autómatas que han dejado de observar, de crear la realidad, de entender la realidad. Autómatas que, según nuestra propia definición, están más muertos que vivos.
Y siguen buscando en los libros…
Fieles a su programación.