Considerando que el tiempo simplemente no existe se deduce claramente que el movimiento tampoco. Ni la velocidad.
Ni la aceleración.
Somos observadores mediatizados por nuestra composición kámmica, o composición condicional, como se prefiera.
Cada nueva condición determina un estado de conciencia diferente y para cada estado, el Samsara reacciona ofreciendo una observación diferente.
El Samsara tiene infinitas posibilidades frente a un observador. Y la realidad de la experiencia se coagula en dependencia precisamente del observador, siendo éste nada más que un paquete de condiciones acumuladas.
Lo que entendemos por “movimiento” es la diferencia de experiencia que el Samsara nos ofrece, pero no hay “nada” que se mueva.
Volviendo al ejemplo del cine, el Samsara es la luz del proyector y el observador es la película que se pone delante.
Según sea el fotograma veremos una u otra escena. Si nos atenemos a la ilusión del cine hay tiempo, hay movimiento, hay personales, hay decorados, hay exteriores, ha y velocidades e incluso aceleraciones.
Pero nada de eso es real. Es solo una ilusión.
El observador cae en la ilusión y la considera algo real. El observador se identifica con el personaje y le considera como si fuera él mismo. Nos dirá que dependiendo de lo que le pase al observador se dan variaciones en el personaje. Esto es cierto, pero, aunque el personaje ficticio depende del nivel de conciencia del observador está muy lejos de ser él mismo.
Un observador sumido en la ilusión tendrá “consciencia” del tiempo. Podrá ver como un cronómetro se mueve. Podrá ver otros personajes en movimiento, él mismo se creerá ser uno de esos personajes.
Actuando como un personaje, el observador se sume en un sueño que tiene muchos visos de pesadilla. En la historia se ve como el personaje nace, se hace adulto y acaba muriendo en una historia que habitualmente tiene más sombras que luces. Es realmente una película larga y aburrida, pero la identificación con el personaje provoca reacciones en el observador y son estas reacciones las que provocan nuevas condiciones que se acumulan a las anteriores y en un acto de desdichada retroalimentación, el observador experimenta que lo que le pasa al personaje le pasa a él.
Y, repito, no es así.
Al personaje puede pasarle cualquier cosa. Que afecte al personaje no tiene por qué afectar al observador. Pero, si el observador reacciona a esa situación, es esa reacción la que sí le condiciona.
El tiempo pasa para el personaje según lo percibe el observador, y llega un momento en el que el personaje muere. Esto es porque hay condiciones que tienen consecuencias y el nacimiento tiene como consecuencia la muerte. No hay muerte sin nacimiento.
Pero la película no acaba, no tiene por qué, hasta que sea el observador el que deje de observar y se retire del foco del proyector. Y existe una condición subyacente que la vamos a definir como la de permanecer en la proyección. A esta condición la llamaremos “existencia”. Igual podríamos llamarla “permanencia”.
Cuando un personaje muere la proyección sigue y el observador vuelve a asociarse al personaje que en el momento aparece como el “protagonista”.
Imagina solo esas larguísimas series de TV en las que matan al “bueno” y al rato aparece otro “bueno” con el que el espectador se identifica. Es muy similar.
Cualquiera dirá, y con razón, que el personaje está muerto y ya jamás volverá a aparecer. Que se ha ido con toda la experiencia acumulada y no se qué más. Y es verdad. El observador ya no puede provocar la aparición de ese personaje simplemente porque su nivel de conciencia ya no lo permite.
Este es la definición de la “muerte”.
Y, después, si el observador mantiene la condición de permanencia (o existencia) volverá a “nacer”, con otro personaje.
Y ese nuevo personaje será cualquier cosa, desde un ser infernal hasta un deva divertido. O un perro, o un alacrán.
Nadie obliga al observador a continuar viendo una película que nunca acaba porque las posibilidades son infinitas.
Nunca las agotará. Nunca.
O se levanta, o que no espere que esto “acabe”.
Y no se podrá levantar si no es consciente de que no es ningún personaje. O sea, si no se “despierta”.
Hay quienes le llaman a despertar iluminación. Y también es una buena palabra.
Te iluminas cuando a tu cine particular le enciendes las luces.
Ves lo que hay.
Te levantas…
Y te vas.