Originalmente publicado en El Otro Cine.
Si no creemos en nosotros mismos, no tenemos nada más en qué creer en el mundo. Esta máxima recorre la película ‘Ed Wood’ (1994) de principio a fin. En las palabras de Orson Welles, retratado como el héroe de Ed Wood en la película, “vale la pena luchar por las visiones”. El uso de “visiones” hace parecer, no obstante, que la misma escena en que dice esto es una visión onírica del protagonista. La película completa parece formar parte de un sueño más que retratar parte de la carrera de Edward D Wood Jr. con su uso del blanco y negro en lugar del color y la candidez e impresionabilidad del protagonista. Este juicio resulta pesimista, por cierto, pero no le quita fuerza al mensaje central: que los sueños personales son dignos de ocupar el centro de nuestras vidas. De hecho, el carácter onírico que envuelve la obra parece darle un contexto apropiado, si bien redundante o hasta irónico, al mensaje central.
El protagonista de ‘Ed Wood’ ve algo maravilloso y genial, digno de ser rescatado y mostrado, allí donde todos ven algo no sólo corriente, sino repugnante: tanto sus historias cuanto sus colaboradores brindan ejemplos de esta tendencia. Un hombre (blanco y heterosexual) que disfruta de transvestirse, un monstruo que sirve a un científico malvado y se enamora de una chiquilla secuestrada por su amo, unos extraterrestres que convierten a los humanos muertos en zombies para evitar la destrucción de la galaxia. Estas historias, ciertamente extravagantes, no parecen cuajar como para llegar a convertirse en películas. Pero tienen algo que seduce al impetuoso Ed Wood y lo impulsa de forma irremisible a conseguir los fondos para filmarlas.
Su séquito de actores y ayudantes está compuesto por “fenómenos” que se suman lentamente al grupo, tal como ocurre en un videojuego del tipo RPG: un transvestido que quiere ser transexual y fracasa en su intento (Bunny Breckinridge), un luchador sueco (Tor Johnson), el legendario actor húngaro Béla Lugosi, un charlatán que hace las veces de adivino en televisión (Criswell), una chiquilla que lo dejó todo para cumplir su sueño cinematográfico en Hollywood (Kathy O’Hara), la exanimadora de un programa televisivo dedicado a películas de terror (Vampira). No solo sus ocupaciones o historias resultan excéntricos, sino también la apariencia de cada uno. Como le dice Kathy a Vampira, “Eddie es el único tipo del pueblo que no se pasa juzgando a la gente”: solo así se explica su tolerancia con ellos. Pero lo que siente Ed va más allá: se trata de admiración por la personalidad o las cualidades únicas de cada una de las personas que elige como sus actores. No le resulta fácil convencer a cada uno para que trabaje con él, pero esta fascinación honesta de él por ellos los atrapa más allá de la mera relación contractual.
La única persona que abandona a Ed es su novia Dolores Fuller: ella no pudo comprender la excentricidad de Ed y de quienes lo comenzaron a rodear en su camino por la industria cinematográfica. Su salida, no obstante, significará la completa liberación de Ed en cuanto a su personalidad y a su proceso creativo: ya no sentirá vergüenza por usar ropa de mujer ni deberá asegurarle un rol protagónico a Dolores en sus películas. Él evitaba ser honesto con ella en un principio — en dos ocasiones le dio la espalda para esconder su propia reacción ante ella — y, aunque fue capaz de confesarle su gusto por transvestirse, ella no fue capaz de aceptarlo.
La première de ‘Bride of the Monster’, la segunda de las tres películas dirigidas por Ed en la trama, nos muestra un público desbordado y agresivo que termina haciendo huir a Ed y su equipo. Este episodio refleja cuál es la opinión que el público tiene acerca del trabajo de Ed, acerca de sus gustos y acerca de él mismo: lo desprecian con una repugnancia abierta y hasta violenta. Ed, no obstante, sigue creyendo en sí mismo y muestra un entusiasmo irracional por aquello que inspira su admiración. Su espíritu es verdaderamente indoblegable, pero no su cuerpo: así que igualmente huye con sus acompañantes, por quienes expresa una devoción genuina (y sabe que es retribuido).
Ed tiene en contra el buen gusto y el destino; pero lucha enconadamente contra ellos porque sabe que, si no lo hace, se estaría traicionando a sí mismo y autodestruyendo. Él admite que sus sueños, así de repulsivos como le parecen al resto del mundo, son un reflejo de su veradero yo y no puede, por ende, renunciar a ellos: tienen que ser así o no ser de ninguna manera. Ed Wood es el hombre que no solamente se ajusta al mundo, sino que lo forja para el futuro: su forma no coincide, así que entra a la fuerza y opera una transformación permanente del molde en el que se acomodó. Esta es la visión transmitida en la película de Burton: la de un hombre que se atreve a usar ropa de mujer, trabajar con personas rechazadas y hacer películas que son fracasos reconocidos porque este es el reflejo de lo que él es.