Novela: La noche transparente. Cap.36

— ¿Bueno, sabes? Julia se va a Barcelona y Miami, bueno… —Ella me interrumpe solo para indicar que anda molesta:

—sí ya sé, al revés… —yo no le paro y continúo, a duras penas porque estoy a punto de cuajarme de la risa:

—Bueno, lo cierto es que julia participó en una subasta pro fondos para una ONG que lucha por los derechos políticos del pueblo; pero que están reseñados como conspiradores. —ella me estaba viendo bien seria. Con una mirada así de: “¿Qué mierda has hecho?”. Julia seguía sin salir.

— Dean, no me has dicho… —pero la interrumpí antes de que comenzara.

— Mira, la cuestión es que subastaron a Julia. Y yo la compré. Qué de pinga… ¡Maldita sea!

—ella sabía lo que implicaba todo eso, aunque también sabía que debía hacerlo.

— ¡Dean, se acabó la vaina! Lo vuelves a repetir y te jodo. —Ahora sí que Karen estaba arrecha. Seguí explicando, para calmarla:

— bueno, me metí en la puja, porque habían demasiados bichos chimbos, puros-pata-en-el-suelo y la iban a maltratar, prefiero que esté conmigo. —le expliqué, aunque en realidad, parte de mi misión consiste en sabotear el proceso político venezolano, además de capturar a terroristas. Y una cosa lleva a la otra.

—Bueno, Julia es una perra, esto era inevitable. Pégatela como quieras. —la voz de Karen, entre la rabia y la condena. Esta vez el del silencio fui yo. —Por cierto, ¿cuánto pagaste? —Lo dijo como para matar el golpe de la vaina, preguntando con cierto tono de ironía. No ella se puede molestar todo lo que quiera, pero no me va a dejar.

“Coño de la madre” estaba pensado, estaba media borracha, a fuerza de tanto champagne. Pensé que Dean debe sentir algo muy fuerte por mí para que haya hecho esto.

Dean hace las cosas como si no le importara poner todo como una zona de guerra, sólo que una o cualquiera le agarra gusto a la jodedera, a la mierda, a la carnicería. Pero sólo tengo cabeza para la exposición más polémica de la historia, y una de las de mayor cantidad de piezas maestras.

“Pagué veinte mil dólares… bueno la usé en New York como quise. Julia no se dio cuenta y gasté como quince mil dólares… Treinta y cinco en total.” Pensé yo. Y calculé con la cantidad que había gastado antes, ya había despilfarrado una buena cantidad de lo de la CIA, dinero que iba a manos de capitales dudosos. Julia se metió en este juego solo para divertirse y pero no es tan fuerte como para aguantar estas peleas. Karen tiene lo del museo, yo tengo que pagar los platos de Marú y Patty, además, debo limpiar estos rastros. Debo matar más gente.

Fui a un vestíbulo, donde había comida, bebidas y demás, pedí dos cafés y esperé que anocheciera, pese a que tenía ganas de buscar a Julia e irme al carajo. Eran las seis y media de la tarde y sonó el celular y recuperé la noción de todo. Al preguntar quién era, oí una voz frágil y alegre que decía:

— soy yo. Ven porfa, ¿no quieres una mamadita? —Para ser justo, tal vez quería hacer algo inmoral en esa fiesta, pero no sabía si lo que iba a hacer lo haría con Julia o lo haría con Karen o ambas o con alguna desconocida.

— Dean, ¿me escuchas? ¿Hey? —Decía ella, como desconcertada ante mi falta de respuesta:

— Bueno, ¿dónde estás? —Le dije y sentí que se quedó tranquila. Me dijo a dónde ir. Subí las escaleras y fui a un cuarto, me tomaba la segunda taza de café y vi las modelos y de repente, estaba Julia, peinándose frente a un espejo.

Me vio desde la imagen reflejada. Se sonrió, con picardía. Me dijo algunas cosas que ni he podido recordar; pero vi una puerta y Julia me dijo que allí estaba el vestidor, que no me preocupara, no iba a venir nadie. “¡Ah, sí!” pensé y la tomé delicadamente de la mano y nos metimos en el vestidor, que en realidad era un closet que habilitaron para tal uso.

Le di un beso, de esos que son especialmente provocadores y ella se sonreía, estaba excitada y yo me di cuenta de que tenía mi sonrisa, puse mi mano detrás de su cabeza (cómo se siente de rico el cabello de Julia) y la empujé un poco hacia abajo, en dirección de mi pubis, indicándole así que tenía que cumplir lo que había prometido. Ella dejó de verme a los ojos y se fue agachando, bajó el cierre, sacó mi pene y empezó a besarlo y luego a succionarlo.

Estuvo mamándome un rato, intensamente. Esta chica tiene resistencia. Ella cerró los ojos y los abrió cuando sintió mi semen en su boca. Escuchó el sonido de las modelos que se cambiaban y volvió a la habitación, limpiándose la boca y la lengua con una camisa MOCKBA que estaba guindada en la puerta. Julia se cambiaba de ropa, bebiendo sorbos de una botella de Moet que había llegado. Al parecer, nadie se dio cuenta de que había salido del closet; pero una amiga de ella que se llama Keyla y que me tiene soberana arrechera, parecía que se había pillado todo:

— ¿Qué fue eso? —Le preguntó a una Julia dispuesta a ignorar cualquier interrogatorio:

— ¿Con quién estabas dentro del closet y porqué te limpiaste así la boca? —Esta vez preguntaba con una sonrisita de esas de “no le gusta; pero la entretiene”.
No sé, no entendía la situación, yo me quedé allí dentro, cuando en otro momento hubiera salido caminando tranquilito, como cuando Karen y yo lo hicimos en uno de los baños de la abadía Westminster. Creo que esta vez es diferente. Julia se hacía la loca.

— ¿Te vas a despedir cuando te vayas, loquita? —Dijo Keyla, tenía ganas de pegarle un tiro, odio a la gente hipócrita que se mete en lo que no le importa. Julia levantó la mirada y le contestó con un leve gesto afirmativo. Sus ojos verdes estaban enmarcados por unas ojeras profundas.

Yo me estaba pudriendo dentro de aquella habitación y para ironías de la vida, o por acción de algún demonio burlón enfermo, comenzó a sonar la aberración que dice “Atrevetete te salte del closet / destapate quitate el esmalte / deja de taparte que nadie va a retratarte /levantate ponte haiper” y Julia se empezó a reír y luego las chicas se fueron, al parecer, a bailar; pero se quedó Keyla.

Comenzaron y que a bailar, en realidad eso del perreo es sadiquearse; pero vestidos, es decir, falsedad, simulación, pose. A los tres minutos ya estaban en una vaina; pero como sé que a Julia le gusta inventar, me quedé tranquilo. Además, creo que Keyla estaba buscando pelea, dedujo que yo estaba dentro de esa jugada. Después sonó dos veces el timbre de la casa y fueron a abrir.

“¡Quieto, mamaguevo!” Y sonaron par de disparos, bang bang, y una mujer salió llorando, pidiendo que no la maten, y sonaron las sirenas. La gente se movía y se iban pegando contra la pared y los agentes empezaron su trabajo. Una mujer muy pequeña, de no más de un metro cincuenta de altura; pero que estaba armada con tremenda HK, pasó junto a las personas retenidas y después comenzó a subir las escaleras y se dirigió a los cuartos, donde ya habían algunos agentes, cacheando a los que allí estaban.

Se dirigió directo a la habitación, con el arma apuntando al frente y llegó a la puerta y entró y no encontró nada y fue de habitación en habitación y tampoco nada, se dirigió directamente a la cocina, como si conociera lo que allí había, mejor que los mismos organizadores.

Cuando ellos volvieron a la cocina con varios agentes, la tipa hizo un gesto negativo. Se fijó en la cara de cagados que tenían los tipos, los sabía culpables. Luego llegó un agente y llamó aparte al inspector Olarra y le mostró un celular dejado en el suelo junto a un pipote de basura a cuadra y media de allí.

Escuché dos detonaciones y salí corriendo de la habitación, tomé a las chicas por el brazo y salimos corriendo de allí. Keyla se quedó quieta. Conozco esa actitud: ella es la delatora. Salimos por una ventana que daba con el techo y de ahí pudimos saltar a otra casa, de donde salimos caminando y boté el celular en un pipote de basura, aunque luego sopesé que me habían localizado por el cel, me tenían intervenido y cuando oyeron mi conversa con Karen, actuaron. Lo mejor de todo fue que reconocí cierto Lexus, como a cuadra y media y fuimos hacia allá, Julia estaba más que sorprendida y corría como la propia fugitiva; aunque dudo que supiera lo que estaba pasando.

Llegamos al carro y al secretaria de Karen abrió el seguro de las puertas y nos montamos y ella empezó a darle pedal a la máquina. Karen movió la cabeza de un lado a otro y luego dijo que no teníamos tiempo, que lo mejor era ponerse en movimiento pues dentro de poco los caminos de salida de Maracay estarían bloqueados por la policía política. Pisó el pedal rumbo al peaje de Tapa-Tapa. Tenía sed. Miraba desconcertado el cabello de Julia. El aire dentro del carro era pesado; aunque era preferible al aire caliente de la calle. David Bowie sonaba y me tranquilicé.

Unas horas después, estábamos cerca de Morrocoy. Me había quedado dormido. En el reproductor sonaba Radiohead ahora. El viaje pronto se convertiría en una suerte de escape-entre-trabajo.

—Durante los próximos dos días, —decía Karen —estaremos en la playa, luego iremos al hotel y empezaremos a pensar a dónde nos vamos. —Poco después habló Julia y no quiso explicarme de qué estaba hablando, diciendo que las estaba tratando mal y que las había expuesto a situaciones peligrosas.

Me quedé en silencio y comenzó a discutir y luego se pegó Karen, por lo que la vaina se puso ladilla, me ahogué en mis pensamientos, tratando de encontrar la forma de salirme de este pánico donde estaba metido. La cuestión es que según algunos estoy muerto; para otros estoy como un veterano retirado, para otros soy un rebelde y activista; quienes me conocen saben simplemente que estoy en la jugada y es cosa de no poder sacarme de la mente la idea de que me gusta matar a los lobos que andan por allí pendiente de cazar a las ovejas, o a las conejas o a las perras; o a quienes no se pueden defender; matar siempre será malo, pero tienes que hacerlo sino, el mal lo invadirá todo, va a destruir lo que toque. Y para quien pregunte, como en el sexo, la primera vez, ésa siempre vas recordar.