Como construcción simbólica, en el lenguaje hay una relación entre pensamiento y lengua para nombrar, clasificar, ordenar, representar, categorizar y percibir la realidad. Desde mediados del siglo XX, la teoría de Sapir-Whorf postulaba, a grandes rasgos, que nuestra manera de pensar, entender y construir el mundo, de alguna manera configuraba nuestros pensamientos y acciones, los cuales se reflejan en la lengua, es decir que las palabras que utilizamos pueden moldear el pensamiento.
Diferentes investigadores alrededor del mundo (Daniel Cassasanto, Jonathan Winawer, Webb Phillips, Lera Boroditsky, María Sera, Edward Segel, Danielle Gaucher, Justin Friesen, entre otros), cada uno en sus respectivos campos hallaron que las personas que hablan diferentes lenguas también piensan de diferente manera, y que incluso las cuestiones gramaticales pueden afectar profundamente cómo vemos el mundo (Minoldo y Cruz, 2018).
Androcentrismo lingüístico: dominación y desigualdad
En la evolución de la sociedad actual se ha venido planteando principalmente por parte de movimientos feministas el androcentrismo como desigualdad. Esto deviene de la preponderancia de lo masculino sobre lo femenino, con la consiguiente invisibilidad de las mujeres (y otros géneros) en lo social y su reflejo en el discurso en tanto lo lingüístico, léxico, conceptual y semántico. El feminismo puede entenderse como una corriente que busca contraponer las estructuras de representación cultural de la sexualidad frente a la identidad masculina como estructura de poder y privilegios asociados al machismo en términos biológicos, vistos como explotación histórica.
Desde el punto de vista histórico puede afirmarse que el habla de la mujer ha sido objeto de valoración explícita desde los comienzos mismos de la cultura occidental. Por lo general, los juicios que ha merecido, negativos casi siempre, se han sustentado en un prejuicio androcéntrico: el carácter neutro o no marcado del comportamiento lingüístico del varón. Se trata, por lo tanto, de una manifestación del prejuicio que ha servido como rasero para enjuiciar, de modo desfavorable por lo general, cualquier rasgo o actitud considerados propios de las mujeres.
(Aliaga Jiménez, J. L. 2018).
Sin embargo, dentro del feminismo también se promueven exclusiones, dominaciones y aun injusticias, como en el caso de feministas blancas frente a negras. Lo que se plantea, en este caso frente a lo lingüístico y social, sería la instauración de una manera efectiva de hacer posible un modo de hablar de forma inclusiva, es decir que tanto hombres como mujeres se muestren neutralmente, sin preponderancia de unos o sobre otros.
Todos los hispanohablantes tenemos la convicción “intuitiva” de que conocemos el idioma y su funcionamiento, porque lo aprendimos desde edades muy tempranas. En este sentido, se valida el hecho de que la lengua española nos pertenece a todos los hispanohablantes y como fenómeno social que es, nos coloca en relación con los otros hablantes del mismo idioma, con los que fijamos ciertas convenciones de uso en cuanto al significado y uso de las palabras.
Categorías gramaticales de género
Lingüísticamente hablando, en función de las características anatómicas, la primera categoría simbólica de carácter binario en cuanto a sexo es macho/hembra y en cuanto a género se remite al rol masculino/ femenino. En el caso de la categoría gramatical de género, por ejemplo, aunque una palabra pueda ser masculina o femenina, no necesariamente ha de remitir y diferenciar el sexo. La categoría gramatical de género en idioma español funciona de muchas maneras, aunque siempre tenga una carga sexuada. Por ejemplo, en cuchillo y cuchilla lo que se diferencia es el tamaño. En otros casos se utiliza para diferenciar el fruto y la planta, como en cerezo y cereza. Hay palabras que tienen una sola forma en masculino y no existe en femenino, como en corazón, tesoro o teléfono (no hay corazona, tesora, teléfona) por lo que la palabra funciona de acuerdo con el contexto utilizado.
Si examinamos algunos otros idiomas, se observa que el género gramatical de algunas palabras que designan objetos puede ser femenino en alemán, por ejemplo, en contraposición al español que es masculino. El árabe clásico utiliza el género femenino para los sustantivos en plural, sin importar el género en singular, siendo esta lengua una de las más habladas en países donde se puede afirmar que no hay igualdad de derechos entre hombres y mujeres. El idioma japonés no tiene género gramatical y se pudiera pensar que existe una gramática inclusiva, teniendo en cuenta que Japón detenta una de las culturas característicamente cargada de cariz machista. Con estos ejemplos, podemos ver que el sexismo de las lenguas no pareciera ir al mismo paso de la inequidad de género.
Mucho se ha ensayado en tiempos recientes, con el fin de implementar usos más inclusivos y neutrales en la lengua española, tales como el uso de barra inclinada (/) para indicar amigo/a, compañeros/as, chicos/as; también en el uso de la x o el signo @, soluciones estas que intentaban sustituir la vocal marcadora de género en lo escrito, pero que en la oralidad se tropieza con dificultades de tipo fonético y gráfico, pues el signo @ no forma parte de las grafías del abecedario y la x afecta a la pronunciación de la palabra. Hoy se plantea como una solución incorporar el uso de la letra e para indicar el género neutro, es decir para referirnos a personas y seres animados a los que se le atribuyen diferencias de género: todes, amigues, compañeres, querides, entre tantas otras (Minoldo y Cruz, 2018).
Lo interesante es que no se utiliza esta propuesta para referirnos a todo lo que se habla a diestra y siniestra, es decir no vamos a cambiar toda palabra que termina en a o en o indiscriminadamente para referirnos a todo: no vamos a “empezar a sentarnos en silles ni a tomarnos le colective cada mañane” (Minoldo y Cruz, op. cit. 2018).
¿Será esta una manera efectiva de hacer posible un modo de hablar de forma inclusiva, al menos en lengua castellana?
De todas maneras, dentro de los usos acomodaticios de las categorías género/sexo se puede recurrir al uso de los llamados sustantivos epicenos, como persona o individuo, o los falsos genéricos, que se utilizan de acuerdo con las circunstancias para nombrar tanto a hombres como mujeres, como en les científiques, pudiendo decir “los científicos” si nos referimos solo a los hombres o “las científicas” si son todas mujeres. En el caso de caballerosidad, no hay correlato en referencia a la mujer. Se hablaría de “cortesía”, “educación”, “nobleza”, de acuerdo con el contexto. (#RAEconsultas).
¿Y entonces en qué quedamos?
La lengua es cambiante y la decisión de trasformar el estado de cosas en cuanto a los derechos negados a las féminas no ha de partir de lo lingüístico, sino de lo político, aunque la lengua no deja de ser un espacio que a larga ejerza influencias sobre tales asuntos. De acuerdo con Pérez (2018), la sociedad actual tiene el reto de activarse frente a todo tipo de exclusión, bien sea ideológica, sexual, racial, económica, social, religiosa o cultural, por lo que la inclusión en el lenguaje se mostrará de forma auténtica y no forzada cuando todo tipo de discriminación desaparezca de la vida social de los humanos de este siglo y de los siguientes.
REFERENCIAS
Aliaga Jiménez José Luis. Nociones básicas en torno a las relaciones entre lengua, identidad de género y género gramatical. [Documento en línea] Disponible: https://observatorioigualdad.unizar.es/sites/observatorioigualdad.unizar.es/files/users/obsigu/Nociones%20b%C3%A1sicas%20en%20torno%20a%20las%20relaciones%20entre.pdf Consulta: 20/09/2018)
Pérez, Francisco J. (2018). La inclusión no se ordena ni se decreta. El Nacional, julio 23 de 2018. Entrevista a Francisco Javier Pérez, Secretario General de Asale, por Hilda Lugo Conde.
Real Academia Española #RAEconsultas. [Documento en línea) Disponible: https://twitter.com/raeinforma
Sol Minoldo, Juan Cruz Balián. La lengua degenerada. [Documento en línea] Disponible: https://elgatoylacaja.com.ar/la-lengua-degenerada/ Consulta: 04/09/2018)