El pirata inglés
V.S. Naipaul nos lo presenta en la etapa final de su vida, durante su segunda expedición a Guayana, con la misión de encontrar para el rey Jacobo I la ciudad de El Dorado, la mítica Manoa, que Raleigh afirmó haber descubierto (dijo, en un inusitado arranque de humildad, no haberla visto en persona, pero dio su ubicación aproximada) durante su primera expedición en 1595 remontando el curso del Orinoco.
Las exploraciones y descubrimientos del aventurero inglés fueron recogidos en un libro de su autoría titulado El descubrimiento del extenso, rico y bello Imperio de Guayana y la Relación de la grande y Dorada Ciudad de Manoa, donde se mezclaron los más exactos datos sobre el golfo de Paria, las costas de Trinidad y los afluentes del Orinoco, en sus aspectos geográficos y antropológicos, con las más extravagantes fantasías sobre Amazonas que se cortaban un seno para disparar mejor el arco; los Ewaipanomas, hombres sin cabeza y con la cara en el pecho; y la misma ciudad de Manoa, en la que viven el Inca y su corte, luego de haber escapado de la conquista del Perú por los españoles.
Veintitrés años transcurren entre esta primera expedición de Raleigh y la segunda. En el intermedio hay catorce años de cárcel en Londres.
El Raleigh de Naipaul permanece inmóvil con sus naves en el golfo de Paria, esperando no se sabe qué, rememorando sus pasadas glorias y pesares. Atrás han quedado la toma de Trinidad y la captura del gobernador español, la liberación de los caciques indígenas de la isla, lo que le garantizó la amistad de estos, los acuerdos con las tribus del Orinoco, el difícil trayecto por el caño Manamo (el inglés es el primer europeo que realiza la travesía).
Es un anciano cojo al mando de una expedición gigantesca condenada al fracaso: sus antiguos aliados indígenas han muerto o no lo recuerdan, se ha quedado sin agua y sin comida, los hombres están enfermos. Envía cuatrocientos hombres a remontar el río hasta el poblado de Santo Tomé, esperando encontrar comida y oro, pero los pobladores han huido llevándose todas sus pertenencias. Solo los aguardan tres defensores que mueren en el primer intercambio de disparos. Del lado inglés hay una sola víctima: el hijo de Walter Raleigh.
Esta pérdida personal termina de derrumbarlo; pero Raleigh ya sabía, cuando inicia la expedición, que estaba condenado al fracaso y la muerte. Llega hasta el golfo de Paria para continuar su leyenda, pero no puede ir más allá.
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Que fascinante historia. Me imagino que no existirá placa conmemorativa en Paria o algún tipo de "marquero" turístico que de cuenta de la presencia de esta figura tan importante en nuestra geografía.
Definitivamente, hay que leer a Naipaul
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