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Una carrera contra el tiempo para salvar la vida de la única persona que puede detener todo esto, una mujer que es la concubina del jefe de los sicarios. Ella ha dicho que está embarazada, como llamado de alguien que no puede defenderse y que además lleva una vida que no ha nacido, así que se sienten responsabilizados por las vidas de los caídos, de los vivos y de los que no han nacido.
Pisan a fondo el acelerador y casi chocan varias veces, llegan a la casa donde está la muchacha esperando. Los policías toman el lugar, armas a punto, sacan a la muchacha, la montan en la camioneta y arrancan. No tardan ni quince segundos.
En las calles estrechas de aquel barrio corren con el riesgo de atropellar a alguien o de ser emboscados, pero tienen que arriesgarse. La patrulla frente a ellos y la que va detrás llaman la atención pero no tienen demasiadas opciones. Y en estos casos, entrar y salir rápidamente es mejor que cualquier enfrentamiento.
Rivera empieza a hablar con la chica, mientras Gallegos llama al jefe, le informa que tiene una testigo que rebelará la identidad de los asesinos y necesitan protegerla. Kimberly Andreína habla y cuenta todo. Dice que Yonkerson mató a Kelman porque ella tuvo un desliz con éste último y quedó embarazada. Ahora, ella se siente un poco responsable por la muerte de ese muchacho y Yonkerson la amenazó con matarla si volvía a mencionar el asunto.
De paso, cuenta que se trajo el celular que le dio su novio, según cuenta ella. Al verificar los números, varios de ellos coinciden con líneas clonadas. Pasan los números al sistema de rastreo y en breves minutos los localizan.
Los agentes están estacionados en una calle donde hay tres patrullas que están avisadas. Llega una comisión que recoge a la muchacha y la lleva a la delegación. “Esta chica ya dañó su vida” piensa Rivera. Ha visto el patrón: la chica se embaraza, vive entre malandros, los matan, ella debe hacer lo que sea para salir adelante y termina prostituyéndose o delinquiendo. En ese ambiente, luego, el niño se convierte en delincuente. ¿Cómo la sociedad va a mejorar?
Ella identifica a varios de los implicados, pues el smartphone, tiene fotos y videos de la banda. Incluso grabaron uno de los ataques soviéticos. Pero todas estas buenas noticias quedan empañadas. Ocurre otro ataque soviético. Esta vez en La Herrereña, barrio que está en esa zona difusa y sin ley que va desde San Jacinto, la salida de Maracay, hasta Turmero. Cuando llegan Rivera y Gallegos son tres los caídos: Juan Sánchez, de 20 años. Robo y secuestro. Ricardo Tapias, 25, por los mismos delitos. César Aranguren, de 22, secuestro y se le imputan dos casos de violación. Formaban la banda Los Timotes, dedicada al secuestro y la extorsión.
Rivera entonces hace un comentario que llama la atención de su compañero:
—mira, todas estas bandas andaban en secuestros y justo este mes, hubo una escalada de ese delito. ¿No será que una de las víctimas haya mandado a matarlos? —Gallegos aprueba la observación; pero añade que quizá sean un grupo de víctimas con medios suficientes como para pagarle a una pandilla de sicarios. O una banda buscando acaparar ese ramo del negocio del crimen para ellos solos.
—¿un sindicato del crimen? —dice Rivera, pensando que su compañero está llegando a una buena y loca teoría.
—sí, algo así, pero en vez de cometer crímenes, se dedican a eliminar criminales. —dice Gallegos con convicción.
—entonces contratan sicarios, les pagan y así van. No son los mismos de siempre. Van rotando los contratados. —Piensa Rivera. Gallegos piensa en ir por los que ya han identificado. Esperan los datos que ubiquen los celulares que cargan.
Pero llega la noticia de los caídos en La Segundera. Lo de La Herrereña fue otra emboscada donde agarraron descuidadas a las víctimas. Estaban bebiendo cerveza en una bodega. Llegó un vehículo y se bajaron los asesinos y comenzaron a disparar gritando “ataque soviético” y luego, los remataron como acostumbraban. Nuevamente, los testigos no aportan mayores datos, el de la bodega dijo que tan pronto escuchó el primer disparo se lanzó contra el piso. Pensó que lo matarían a él también.
—no deben estar muy lejos —dice Rivera y arrancan. Cuando llega el rastreo de los celulares, detectan una llamada donde dicen que van rumbo a cambiar vehículos en Sorocaima. De la otro celular sale un mensaje que pide más plata por los que van en ese mismo barrio. Al parecer, allí ya están en guardia. Del otro lado de la línea dicen que pagarán, pero que ejecuten el trabajo y se pierdan porque ya la policía los tiene identificados.
Este dato, según Rivera y Gallegos, les da cierta ventaja, pues aunque saben que están pillados, siguen a su siguiente objetivo. Alguien que investiga las bandas, se da cuenta de que hay una que es sospechosa de robo y secuestro, tienen varios muertos encima, incluyendo dos policías.
—esos son —dice Rivera y le piden al comando de acciones especiales que cubran el sector. Ellos llegan al sector, alertados de lo que estaba pasando. Se dieron cuenta que la zona estaba llena de delincuentes pendientes de una plomazón. si llegaban los sicarios y ellos, se formaría una locura de sangre y fuego. Entonces, valdría dejar que esos delincuentes se maten entre ellos. Y luego, matan a los que queden vivos, que no podrán responder a un nuevo asalto. Con el decreto del presidente trabajador, cualquier actuación al margen de la ley pasaría debajo de mesa.
—cada día que pasa las calles parecen más una guerra civil que cualquier vaina —le dice Gallegos a su compañero. Ellos pensaban que ese decreto no ayudaría en nada sino a desatar el caos y muerte en Venezuela. La destrucción final del país.
Llegan a la dirección. Los dos hombres se bajan, el comando está a distancia prudencial. Se acercan a la casa, donde hay unos muchachos en la puerta. Es decir tienen unos vigías.
Rivera hace un cuadre y compra cinco puntos de creepy, luego de dar la señal que indica a los delincuentes la recomendación. Gallegos habla con el jefe del comando, al tanto de que los otros no fueran a llegar y Rivera quedara atrapado.
—¡al carajo! Esos tipos están por llegar. —Rivera ya regresa, atento alrededor. No pasa nada, llega al carro y se marchan, bajo la mirada disimulada de los delincuentes.
Se alejan lo suficiente y ven un grupo de tres camionetas que vienen por otra calle, poco transitada. Cuando llegan a la cuadra donde está la casa, le disparan a los que estaban vigilando y desde otra camioneta, lanzan granadas. Una tercera se aproxima a toda velocidad. Desde el techo intentan repeler el ataque, pero los matan.
—hay que reconocerlo, estos tipos saben su vaina. —dice uno de los comandos, riéndose maliciosamente.
Asaltan la casa y se escuchan ráfagas y disparos de otros calibres. La otra camioneta se acerca. Ya es la hora de los comandos. Afuera se han quedado tres delincuentes, que son fulminados con disparos de precisión. El resto del comando asalta, entran a la casa que también tiene patio trasero y ya habían llevado allí a los que iban a ejecutar.
Aunque Rivera ha usado el Cheytac que ha liquidado a los tres sicarios de la retaguardia, no le dejan entrar al asalto final. No se molesta para nada. Sabe lo que va a pasar y a veces, es mejor no saber ciertas cosas.
Escuchan el grito de “ataque soviético” y luego la lluvia de plomo. Cuando se calma todo, los comandos asaltan, lanzando bombas cegadoras. Con el shock, los delincuentes no pueden responder y son fulminados en detalle. Menos Yonkerson.
—no te vamos a detener; pero de ti depende morir rápido y como un hombrecito o lento, llorando como mariquito. Te vamos a desgraciar. —Yonkerson se puso nervioso. Siempre imaginó que terminaría su vida en un enfrentamiento, eso no le importaba. Pero ser asesinado con un disparo de escopeta que se la han metido por el culo, es algo que no puede soportar. El jefe del comando ordena que le bajen los pantalones. El delincuente acepta colaborar.
—¿Quién está pagando toda esta operación? —preguntó el sargento. Yonkerson lamentó aquello. Dijo que sólo sabía que se hacen llamar el “Sindicato del crimen”. Los comandos toman los teléfonos de todos ellos y lo que tenían encima, ya están revisando los vehículos y a los muertos. Yonkerson dijo que siempre le pagaron en efectivo y dice dónde está la plata. Pero también dice que tomó fotos de los vehículos que le traían el dinero, trataron de seguirlos pero no pudieron, aquellos sujetos sabían sacarse la marca de encima. Aquel delincuente estaba en el piso, con dos disparos en la pierna y en la cadera. Por lo mínimo, no volvería a caminar.
Aquella información fue verificada, podría ser investigada. Pero ya nada más tendría que aportar aquel delincuente. Entonces, parte del comando se reunió alrededor de Yonkerson y al grito de “ataque soviético” acribillaron al delincuente. Pero con aquellas armas de guerra, aquel cuerpo quedó convertido en una piltrafa sanguinolenta.
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