Por alguna razón todos los niños del pueblo, terminaban jugando en la calle 4 de Santa Ana. Frente a la casa de mi abuela, se reunían todos los chamos de las calles vecinas. Jugaban pelotica de goma (hecha con papel periódico y cinta adhesiva ). Cuando tenían sed sin ningún reparo tocaban las puertas más cercanas para pedir agua. En ese entonces yo debía de tener 12 o 14 años. Aquella tarde toco un niño para pedir agua y detrás de él lo siguió toda la pandilla. Abrí la puerta y seguidamente fui por la jarra de agua para que todos pudieran beber. Hicieron una larga fila, pero me quedé abrumada cuando aquel niño de apenas unos 8 años alzó sus bracitos para agarrar el vaso; sus brazos llegaban al codo. Sólo tenía unos “Muñones” y cuando baje la vista, sus piernas sólo llegaban hasta las rodillas. Fue automático, me invadió la angustia y las ganas de ayudarlo, pero el muy arrogante se molesto y me dijo con una sonrisa irónica - tranquila mamita que yo puedo solo - , agarró con sus dos muñones el vaso y lo inclino hacia su boca y de ñapa repitió, luego me entregó el vaso y salió corriendo para seguir jugando. Me quedé observándolo un largo rato como corría, como bateaba, sin complejos... Ese día aprendí, que era la fuerza de voluntad.
Amanda Reverón