En Segovia nadie se muere. Mucho menos en invierno.
Lo comprobamos Juan Tomás, Canica y yo varias veces.
En Segovia el frío es extraño. El frío te arropa más que el abrigo.
En la plaza del Azoguejo el acueducto se descubre frente a nosotros después de tantos siglos.
El ingenio romano ha dejado una hermosa huella histórica que se cuela imponente en los ojos del visitante
al ser bienvenido y se mezcla con el aroma a cochinillo.
Tapas, vino, calles angostas, subidas y bajadas. Tanta gente amable.
El Alcázar vigilante muestra la cara real de la España milenaria.
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Siento el abrazo del antepasado. Viendo su retrato acortamos eras
y llegamos prestos al presente.
En Segovia nadie se muere. Todos siguen ahí.