Re-encuentro (cuento).

in cervantes •  7 years ago 

No me había imaginado cuán difícil sería volver ahí. Aunque, ahora que me sentaba bajo un árbol y escuchaba las hojas bailotear con el viento, me daba cuenta de que era más que obvio. Debía haberlo visto venir.

Solía ir a ese lugar a despejar mi mente. A pensar. Tal vez pasar un rato agradable e, incluso, romántico. Otras veces iba a escribir.

Siempre que cerraba los ojos y me detenía y me detenía a escuchar mi alrededor o simplemente mi limitaba a observar el cielo encapotado por pequeñas hojas y ramas, no podía pensar en nada más. Mi mente siempre era un cúmulo de pensamientos, ocurrencias, preguntas o momentos inventados desde mi propia y tortuosa imaginación; pero todo quedaba en silencio cada vez que estaba ahí. Simplemente me limité a ver y sentir mi entorno.

Pero ya no era así.

Ese había sido mi lugar preferido en Caracas -y, tal vez, aun lo era-, pero mi mente estaba inquieta y no podía calmar mis pensamientos y recuerdos. Mis ojos se dirigieron a las pequeñas bancas decoradas con cerámica de muchos colores. Habían dos: una frente a la otra. Pero mis ojos observaban aquella que le daba la espalda a la entrada del parque. Justo ahora había una señora con su hijo jugueteando en el asiento, pero yo solo recordaba.

Habían demasiados recuerdos en cada espacio de este lugar.

Sabía que más allá habían más árboles donde nos habíamos reclinado y besado. Y que detrás de la casa antigua -dónde una vez visitamos una exposición de cultura japonesa- estaban dos bancos de madera, como los de las iglesias, en donde una vez me regaló un dibujo que hizo representándome.

Más allá de las esculturas, un asiento detrás de un muro de ladrillos.

También recordé que, una vez hacía varios años, habíamos ido dentro de la casa jugar con varios juegos antiguos y él me había ganado en todos. Nunca fui buena en nada que involucrase puntería y a él le había divertido eso.

Aquí también me había regalado lo que en ese entonces era mi libro favorito. Yo estaba cumpliendo quince años.

Mis ojos se tornaron vidriosos y me levanté, cerrando el libro que había fingido leer mientras observaba el recinto. Entonces, me dirigí al baño.

No habían demasiadas personas porque estábamos a mitad de semana. Solo unas cuantas parejas jóvenes besuqueándose por ahí, la señora jugando con su hijo en los asientos de cerámica, un par de trabajadores y un grupo de chicos charlando cerca del espacio donde suelen hacer actividades musicales y teatrales. Apenas les presté atención al pasar.

El baño estaba vacío, pero de todas formas me encerré en un cubículo y dejé que las lágrimas corrieran hacia mi mentón y bajasen por mi cuello. Lloré con cuidado, procurando respirar profundamente para que mi rostro no se pusiera rojo y me delatase. Luego saqué un pañuelo de mi bolso y sequé mis lágrimas, lo tiré en el váter y bajé la palanca. 

Observé como el agua se llevaba el papel y me quedé ahí durante un par de segundos. El nudo en mi pecho se había instalado un par de meses atrás y no parecía querer deshacerse. Tuve que aprender a convivir con ello.

No era la primera vez que me escondía para llorar un par de lágrimas y luego aguantaba hasta llegar a casa y estar sola. Era como liberar poco a poco una olla a presión por medio de una válvula de escape, pero yo nunca me aliviaba del todo.

Salí del cubículo y una chica, tal vez un par de años mayor que yo, estaba arreglándose su cabello largo frente al espejo. Me paré a su lado y lavé mis manos en el grifo.

Por el rabillo del ojo, noté que me observó de arriba a abajo. Arqueé una ceja con aire de suficiencia y la repasé a ella también. Era un par de centímetros más baja pero más voluptuosa, vestía unos jeans y una franela de líneas. Una mochila descansaba al lado de nuestros lavamanos, justo entre las dos. Desvió la mirada de mí y rebuscó algo en su bolso.

Me observé frente al espejo y mi reflejo me devolvió la mirada. Tenía una camisa cuello tortuga que, de alguna manera, me hacía ver mayor de dieciocho años y mi cabello en un moño comenzaba a soltarse, así que lo liberé haciendo que cayese sobre mis hombros y espalda. Sabía que ese era mi mejor -y único- atributo. Saqué mi lápiz de ojos y comencé a delinear lo que las lágrimas habían borrado. 

Extrañamente, tenía un mejor aspecto luego de llorar. Mis mejillas estaban rosadas y mis labios también, eso distraía la atención de mis cejas gruesas y mis ojos terriblemente expresivos. 

La chica a mi lado estaba maquillándose pero me lanzaba un par de miradas a través del espejo. Usualmente habría hecho lo mismo, pero no le presté atención. Las chicas éramos así cuando estábamos en un baño: se sentía ese ambiente de competencia en el que yo-me-veo-mejor-que-tú y usualmente las mujeres se lanzaban miradas de superioridad entre ellas. Antes ese tipo de comportamiento me había intimidado, pero ahora conocía lo suficientemente bien el juego como para entrar en él. Odiaba esa actitud, pero me había acostumbrado tanto a ello -al aire de egocentrismo- que simplemente parecía se había vuelto una parte de mi.

-¿Conoces a David?

Mi corazón se detuvo.

La chica me estaba observando a través del espejo.

-Conozco a varios Davids-contesté y no era mentira.

-David Sánchez.

Palidecí. Un hilo helado recorrió mi espalda y mi corazón empezó a latir desembocado. Fruncí el ceñó y fingí pensar durante unos segundos. Era buena mintiendo, pero estaba segura de que ella podía leer mi rostro.

-Eh, si -mi voz salió débil y carraspeé-. Sé quién es. 

El reconocimiento brilló en mi cerebro y ella pareció pensar durante unos segundos. Su cara vino a mi mente y supe de dónde la conocía: la había visto en varias fotografías con él. Era su amiga. Desvié la atención a la cinta que rodeaba mi muñeca, hacía unos meses yo le había dado una igual a él.

-¿Son amigos? -preguntó.

Realmente ambas estábamos bailando sobre el asunto. Yo no era estúpida, supe que sabía quién soy yo. Quien era yo.

-Conocidos -contesté-, es hermano de un amigo.

-Es que está allá afuera, te vio entrar y me dijo que te conoce.

Supe que ya no podía ocultar la sorpresa y el nerviosismo.

-Ya veo -respondí antes de guardar mi maquillaje.

Quise decir "salúdalo de mi parte" o preguntarle si estaba bien con ese tono casual  que la gente siempre pone para mostrar educación y poco interés, pero me pregunté si era muy obvio.

Quería que pareciese que no me importaba.

-Bueno, cuídate -le dije y sonreí forzada. Ella murmuró algo y sonrió levemente. Entonces tomé mi bolso y salí del baño.

Por una fracción de segundo pensé que haría lo que siempre hacía cuando me encontraba con alguien a quien no quería ver: mantendría mi vista al frente y mi paso normal mientras fingía estar ensimismada en mis pensamientos.

Pero salí y ahí estaba él, parado bajo el sol con un libro en la mano y por un segundo supuse que su amiga había estado demasiado tiempo en el baño como para hacerlo esperar mientras leía.

Una parte de mi -y me odié por ello- imaginó que estaba esperándome, pero mi lado racional calló ese pensamiento inmediatamente y me recordó que él era demasiado bueno fingiendo que yo no existía como para esperarme.

Todos esos pensamientos pasaron por mi mente en unos pocos segundos. David levantó su atención del libro y me miró. Estaba lo suficientemente cerca como para mirarlo a detalle pero aun así a un par de pasos de mi.

Eso pudo ser una analogía de nosotros, pensé con ironía.

Yo detuve mi caminar y le miré al rostro, él hizo lo mismo mientras fruncía los labios y supe que pensaba en algo. Rápidamente lo escaneé y me di cuenta que tenía unos jeans que siempre me habían gustado como le quedaban y una franela verde. En su muñeca derecha una dos cintas: una de tres colores y otra totalmente negra.

La observé por unos segundos y me di cuenta de que era la misma que yo le había dado hacía casi seis meses. Dirigí mi mirada nuevamente a sus ojos y supe que había mirado demasiado tiempo como para fingir que no pasaba nada. Mi mente trabajaba a toda velocidad y los pensamientos venían a mi cabeza rápidamente. él también continuó observándome aunque sus ojos se desviaron durante un momento para ver a su amiga salir del baño. Me dije a mi misma que, si se acercaba a hablarle, simplemente mi iría sin volver a dirigirle la mirada, pero ella nos vio y caminó al grupo de chicos que noté antes de ir al baño.

Nos volvimos a ver y miré levemente la cinta negra que descansaba en su muñeca, supe que mi rostro era totalmente inexpresivo, pero quería llorar.

Iba a llorar.

Me acerqué a él unos pasos. Lo iba a saludar casualmente, como si no pasara nada, como si fuese un amigo que me habia encontrado en la calle y ya. Pero los ojos comenzaron a picarme. Ni siquiera le iba a besar la mejilla al saludarlo, porque si lo tocaba me iba a romper. 

Aunque, supuse, ya lo estaba haciendo.

Por fuera, cualquiera que me apenas me conociera, pensaría que estaba molesta con el rostro inexpresivo y las cejas ligeramente fruncidas. Sin embargo, este no era el caso.

Me odié por querer que me abrazara y llorar todo lo que no me había permitido llorar en los últimos dos meses.

Terminé de acercarme a él y mi fachada ya estaba rompiéndose. Sentí mis ojos abrirse como si no quisiera que las lágrimas escapasen con un parpadeo, a estas alturas, ya era difícil de ocultar.

Me sonrió como si no pasara nada, pero supe que en su cabeza era otra historia. Entonces le devolví la sonrisa, le sonreí de verdad.

-Hola, Kat -saludó como si nos hubiésemos visto ayer y no hace seis meses.


Escrito el 04/09/17.


Kr


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<3 Este es un corazón, o un helado, tu eliges .

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