Arrastrando sus cadenas con fruición, con religiosa adoración, su funesto herrumbre atávico; desde que en la patética escena de su mundo retorcido apareció el mítico, el ancestral, el todopoderoso Leviathan, transmutándolo todo sin clemencia. Se ignora por cual accidente proverbial de metonimia se fue acostumbrando, lentamente, al inútil e incómodo peso de su lastre; que cual fardo inexorable, acarrea desde el más remoto de los tiempos; y en razón de qué maléfico conjuro percibe, cual armonía celestial de las esferas, el desagradable ruido quejumbroso del infausto arrastrar de sus cadenas.
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