Cécile
Nos acecha el cristal. Si entre las cuatro
Paredes de la alcoba hay un espejo,
Ya no estoy solo. Hay otro. Hay el reflejo
Que arma en el alba un sigiloso teatro.
—Borges.
Si prestas suficiente atención, verás que el del espejo no eres tú realmente. Es otro pretendiendo ser tú.
De pequeña siempre tuve temor de los espejos. O más bien de esa otra que era mi reflejo.
Lo que más me asustaba de la otra era que me miraba tal como yo a ella, pero la mirada que me devolvía era diferente. Me veía como si supiera algo que yo no; algo que no me quería decir, pero de lo que seguramente me enteraría (temía que de la peor manera), por un azar del destino o por una imprudencia mía. Y es que con esa malicia y esa certeza me miraba, como quien espera un desenlace inevitable; porque conocía todo de mí. Comprendía todo y yo, nada.
El día que cumplí nueve, me atreví a hablarle en un sueño; esa sería la primera la primera vez.
—¿Cómo te llamas? —pregunté con aparente determinación.
Levantó el brazo con el dedo índice extendido y escribió con el dedo en el rocío del espejo empañado por el frío: “Cécile”. Y conforme lo escribía, lo pronunciaba —creo— en una voz inaudible. (Tuve que leerlo de derecha a izquierda.)
No me asusté tanto como esperaba. Tampoco me sorprendí. Sin embargo, no pude retomar el sueño. Eran las 3 a.m. cuando abrí los ojos. Esperé hasta el amanecer y cuando escuché a mamá levantarse, corrí a contárselo antes de que se me olvidara. Recuerdo que me dijo que Cécile era un nombre francés y que lo había considerado para mí, pero mi padre prefirió un nombre más conservador.
(“Cécile”. El nombre no se me salía de la cabeza.)
Después de aquel sueño, no volví a hablarle a Cécile. Esa fue la primera vez y también la última. Muchas veces volví a soñar con ella —aún hoy lo hago—, pero nunca me atreví a hacerle otra pregunta, ni en sueños ni despierta. Pasaron los años y con el tiempo me acostumbré a vivir con el recuerdo de aquella primera vez en aquel sueño sin que me perturbara demasiado.
Cuando se acercaban mis quince, les hice saber a mis padres que no me importaba la fiesta; sólo quería una cámara filmadora y sabía que no podrían comprármela si el dinero se iba en una fiesta inútil. Así que llegado el día de mi cumpleaños, recibí lo que había pedido.
Horas antes, ese mismo día, pude disfrutar una celebración muy modesta a la hora del almuerzo. Sólo los familiares más cercanos. Y cuando hubo terminado, papá al fin me entregó el ansiado regalo. —“Cécile” —pensé con ansia y agitación.
Ese mismo día en la tarde, e ignorando las recomendaciones supersticiosas que alguna vez me diera abuela, fijé el espejo a la pared en frente de mi cama. Era un espejo bastante ordinario, rectangular y de un poco más de un metro de alto por sesenta centímetros de ancho, con un marco de madera de pino sin pulir. Con la ayuda de unas trenzas de zapato que amarré a los clavos en la pared, logré inclinarlo unos treinta grados hacia abajo para que pudiera capturar mi persona en la cama. Acto seguido, acomodé la filmadora sobre el escaparate a la derecha de mi cama, de manera tal que la toma nos abarcara a ambas, mientras nuestras figuras reposaban en las camas.
Apenas hube terminado de comprobar que la toma sería perfecta, bajé a la sala y comenté que me iría a dormir temprano a causa de una migraña. A pesar de que no eran siquiera las siete de la noche, nadie hizo preguntas; mis dolores de cabeza eran cosa común. Mamá me preguntó si ya me había tomado la pastilla, a lo cual respondí con el ceño fruncido y un sí que fue más un quejido. Papá me preguntó por la cámara para ver lo que había filmado y le dije que se lo mostraría por la mañana. Con el acostumbrado beso, me despedí de ella y de papá hasta el otro día. Hondeé la mano en una despedida floja a los presentes. (Ya casi todos se habían marchado.)
Esa noche, ya en la habitación, me invadía un sentimiento de aprensión. Durante varias horas consideré cancelar el experimento. Pero mi curiosidad fue más fuerte. Tardé mucho en dormirme; no había previsto lo molesto que sería tratar de conciliar el sueño con la luz encendida, la incertidumbre y aquella multitud de expectativas.
Yo la miraba y ella me devolvía impávida una mirada hueca. Definitivamente estábamos en la misma habitación y sobre la misma cama; tenía mi misma ropa y mis gestos y mis mismos ojos entrecerrados pero lo que se dejaba ver dentro por mucho tiempo no logré descifrar, no hasta que fue muy tarde.
Eran pasadas las once cuando comencé a relajarme. Incluso, llegué a sentir pena por ella, del tipo que se puede sentir por la presa de un experimento licencioso; la creí, acaso, víctima de consecuencias insospechadas e inevitables. Por primera vez la tenía en mis manos, o así lo creí.
Por supuesto, también llegué a pensar que todo aquello era una tontería. Después de todo, probablemente lo que vería por la mañana sería una aburrida filmación de dos cuerpos dormidos durante seis o siete horas. Y aunque ofendía un tanto mi intelecto, ese pensamiento de que mi curiosidad y mis temores eran infundados me brindó el sosiego que finalmente me llevó a dormirme.
A las 3 a.m. me despertó el sonido del picaporte de mi puerta girando; abrí los ojos, inmóvil. Un brazo blanco y delgado entró por la rendija y la mano lánguida de mi madre presionó el interruptor de la luz, dejándolo todo en penumbra. Por segundos no recordé la filmadora, ni el espejo, ni a Cécile; me dejé acurrucar por el sopor del sueño de la madrugada, la comodidad de mi almohada y el aroma familiar de las sábanas. Pero no tardó en que me sacudiera un golpe de conciencia.
Estiré el brazo y encendí la luz. Me incorporé. Descalza y sobre el piso helado, sentí ganas de llorar y reír al mismo tiempo; también sentí ganas de gritar y quise ir detrás de mamá, pero ¿qué le iba a decir? Fui directo al escaparate, como llevada de la mano por la inercia peligrosa de mi propio deseo. Justo antes de tomar la cámara, volteé a verla y fue entonces cuando el pánico me heló la sangre. Cécile no estaba.
Me acerqué al espejo para encontrarme en el cristal, pero no había nadie, sólo un espacio de oscuridad.
—¡Cécile! —llamé. Y escuché un estrépito en la cocina, como el sonido metálico que hace una olla cuando cae al suelo.
—¡Cécile! —llamé por segunda vez, mientras corría escaleras abajo hacia la cocina.
Que mis gritos no hubieran hecho salir a mis padres de su habitación me trajo un presentimiento aterrador. Temí lo peor.
—¡Cécile! —llamé por tercera vez, con más fuerza. Entonces, escuché el portazo ensordecedor arriba. Corrí las escaleras de vuelta a mi cuarto, abrí la puerta y me apresuré hacia el espejo. Allí estaba ella, viéndome como si me conociera. Pero yo nunca la había visto.
Detrás de ella, se acercaban mis padres. Ni bien pude consolarme con la idea de que todos estábamos bien, cuando la extraña se volvió para abrazarlos. Fue entonces cuando me di cuenta.
Yo estaba descalza sobre el cristal, mientras del otro lado mis padres confortaban a la extraña. Ninguno pareció notar la diferencia.
—Fue sólo una pesadilla —decía papá, mientras finalmente dejaba la habitación junto con mamá.
Cécile caminó hacia el espejo y me sonrió; y yo tuve que sonreír. Luego lo descolgó y lo devolvió a donde estaba antes, desde donde no se reflejaba la cama, desde donde ya no podía verla.
Pasaron varios meses antes de que me resignara a las constantes y penosas pantomimas que me veo forzada a ejecutar a voluntad de los otros. Y cuando me ven a los ojos, lo veo todo; sé todo sobre ellos, lo comprendo todo; y ellos, nada.
Un mismo nombre se repite diferentes voces, a diferentes horas, día tras día, pero lo olvido al segundo de escucharlo. Mi nombre.
(Si pones atención, verás que el del espejo no eres tú realmente. Es otro pretendiendo ser tú, ansioso por tomar tu lugar mientras duermes.)
(Una ilustración de @franciscomarval en los comentarios)
Interesante cuento: "Cécile", recuerdo haberlo leído y tuve la grandiosa experiencia de ilustrarlo. Será genial mostrarlo aquí.
vínculo
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¡Hola! Caramba, hasta que tengo el placer de ver esta ilustración. Editaré el post para hacer mención de esto. Me gustaría vincularlo en el texto, si me lo permitieras.
Visitaré tu blog y te seguiré. ¡Un millón de gracias!
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Hola, encantado, si lo pinté fue para eso. Al parecer, el equipo de la editorial que se iba a encargar de esa tarea no logró su objetivo. Que sea en #steemit que se haga realidad tan maravillosa fusión. También comencé a seguir sus publicaciones, éxitos y muchas gracias.
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Buenos días @marlyncabrera
Me ha puesto el vello de punta con su espectacular relato; Cécile era una experta en darle giros a la historia, parece ser.
Saludos.
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Saludos. Agradezco enormemente que se haya tomado el tiempo de leerlo. Cécile es parte de un proyecto cultural de mi ciudad hace algunos años, que nunca se concretó. Me emociona que un relato mío encuentre lectores complacidos (porque sé lo que se siente y, así, el valor que tiene). Muchas gracias por votar y comentar.
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Excelente cuento. Tiene algo de Alicia a través del Espejo.
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Gracias. Alicia está en todos mis espejos.
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Efectivamente, un muy buen cuento, hermanas. Bienvenida a Steemit. Sé que traerás mucho material de calidad.
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Gracias, hermana. Trabajo en eso.
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Muy buen cuento de terror.
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Excelente tu cuento. Pobre de esos atrapados en los espejos.
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Gracias por tomarte el tiempo de leerlo y votar. Es un gusto para mí que te haya gustado; te seguiré y estaré pendiente de tus posts.
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Hola @marlyncabrera. Alumna querida. Aprecio leerte y disfrutar de tus imágenes a media luz y de cómo se enfrentan los terrores. Un abrazo.
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