Inconsciente de su existencia, succiona con deliciosa ansiedad de aquel pecho que le alimenta, intentando pasar por alto la música alta y los comentarios al borde de lo cursi de quienes le rodean. Expulsada del vientre de una madre ansiosa, 7 meses después de nacida, se encontraba en aquella reunión de la cual no tendría recuerdos.
Tranquila y taciturna en apariencia, su interior empieza a contraerse de manera violenta, mostrando el primer indicio de una condición que atormenta a más seres de los que se piensa en la actualidad, y en medio de llantos, vómitos e histeria paternal es llevada al hospital más cercano.
Un médico tras otro la examina con delicadeza y atención, pero tras pasar las primeras cinco horas agonizantes de su vida, vomitando sin razón médica aparente, los especialistas desconcertados han agotado todo tipo de pruebas físicas. El padre se encuentra angustiado y frustrado cuando se le acerca un médico con mirada cautelosa, y con la voz muy baja le dice: - su niña tiene lo que se conoce como mal de ojo y eso mi buen hombre, no lo cura médico -.
El padre asiente con ojos ojerosos y al analizar rápidamente la inverosimilitud de aquellas palabras, se retira del sujeto sin disimulada prudencia. Horrorizado por el tipo de personal que estaba al cuidado de su hija, decide llevársela de esa sala de emergencias, ya que para ese momento las contracciones estomacales, del mismo modo inesperado en que surgieron, habían disminuido.
En el reconfortante calor del hogar ese primer ataque quedó olvidado por los padres. Finalmente dormida y sumergida en su mundo, no sabía que esta desagradable experiencia era tan sólo el inicio de una serie de acontecimientos que la afectarían con el paso de los años.