Consideraciones entorno al suicidio (ensayo)

in cervantes •  7 years ago 

«Hablarán de mí en pasado.
Dirán de mí “era tal cosa”, y
“realizo tales hazañas”.
Eso es la muerte»
Squall Leonheart

«Adiós, donde quiera que estés, mi dulce vida, mi amor, mi alegría.
¿Cómo estamos entre nosotros?
Te quiero y tú estás lejos»
Marco Aurelio


El filósofo —y no la filosofía como tal—, tiene la misión propia como peregrino de la ignominia el encontrar algún tipo de problemática en cualquier partícula del universo. Es una pulsión la que lo lleva a realizarse preguntas cada vez más intrincadas en forma de circunloquios sobre un tema deliberado.

Ciertamente es difícil comprender a la vida sin caer en inmadureces, altruismos y fallos garrafales productos de nuestra inconcreción peligrosamente sesgada de las cosas debido a diferentes factores.

El universo es en sí mismo un concepto meramente humano. No conocemos ni al mundo ni a la inmensidad tan atractiva como apasionante de la bóveda celeste a través de los ojos de otra especie. La ardilla y el perro ignoran que existe la gravedad sí estén sujeta a ella, pero no necesitan de dicho concepto para vivir.

La mejor respuesta que podemos darnos a nosotros mismos debido a nuestra propia soledad es el sublime silencio de la nada (o vacío). Esto como un hecho para afirmar en un axioma la sencilla imperfección humana. He ahí la misión del filósofo en su reflexión: encontrar la verdad en el sentido más elevado de la palabra. ¿Pero realmente qué hemos encontrado? Es un axioma (que nace de hecho de la misma característica de competitividad del ser humano) el que aún no damos con los avances tecnológicos y científicos finales que garanticen una vida completamente óptima, alejada de las debilidades del cuerpo; menos aún, hemos escrito el poema más sensible si a poesía y letras nos referimos. No se ha trazado tampoco el cuadro que armonice con la belleza espectral del cosmos, ni se ha escrito la pieza musical más sublime de todos los tiempos. Incluso la belleza femenina (la más aclamada de las bellezas desde los albores de la humanidad), ha tenido sus propias contradicciones. Entonces, ¿qué nos queda en verdad? Quizá una búsqueda eterna, un eterno retorno hacia la pregunta inicial: «¿QUÉ?». De momento, el silencio lo responde todo, pero no por ignorancia, sino porque es lo mejor.

Dicho esto, procedo a hablar sobre mis consideraciones personales sobre la vida y la muerte. Y así mismo, a conmemorar el «Memento Mori» de cada quien, o el que esté dogmatizado en cualquiera al que lleguen estas palabras. Albert Camus una vez lo planteó como la pregunta más importante de toda la filosofía: «¿vale la pena vivir?».

Indudablemente todas las vidas humanas son muy diferentes entre sí, la sociedad busca crear una identidad colectiva la cual lucha intensamente con la identidad individual de cada sujeto. Esta lucha interna como constante, crean entre sí el sentimiento de soledad que yace en el seno de todo individuo. Por su parte, hay personas que tienen mayor suerte por haber nacido en países o sociedades que brindan mayores posibilidades en cuanto a lo que calidad de vida se refiere, y así mismo, un carácter de libertad más amplio, esto es la máxima de las mayorías de las naciones de la cultura occidental.

La libertad se traduce también en dos conceptos importantes que se tienden a confundir como la misma cosa pero no lo son: libertad de pensamiento y libertad de expresión. Ser libre es a su vez sinónimo de poder pensar, y pensar a su vez es en la práctica, la búsqueda de la libertad a los pensamientos y doctrinas hegemónicas implantadas en la consciencia colectiva. Y sí, pensar en soledad permite ver reflejada las dificultades banales de la vida y de la sociedad, y más todavía, a la fugacidad de todos los momentos que integran el tiempo en que ser humano transita por la tierra. Es todo tan efímero y tan pequeño, pero se le enaltece a través del arte que busca sublimizar a la vida misma a través de las proyecciones estéticas, representadas en tragedias y comidas. Pero no se puede afirmar que el arte haya rozado todos y cada uno de los rincones de la existencia colectiva. Habrá pues, a lo sumo, acariciado una ínfima parte de los problemas misceláneos que diferentes sujetos habrán experimentado en su paso por la Tierra. Aquellos que son representados y que han quedado por ende en la historia, es porque fueron entretenidos, ergo, merecedores de ser conocidos. Pero esto no quita que todos los seres humanos sean en sí un Sísifo. Hay de hecho, Sísifos contemporáneos. Y este personaje tragicómico en la modernidad no debe cargar piedra alguna, sin embargo, se debe cargar a sí mismo. Sísifo, al menos, tiene todo claro.

Los creyentes presumen que la vida es el regalo de Dios para todos nosotros. Que de forma idealista, existe una variedad de sucesos predeterminados por azares del destino, dirigidos a su vez por el creador del universo, los cuales nos guiarán a través de nuestro tiempo en la Tierra hasta llegar a nuestro final terrenal para que así, nuestra alma humana, se dirija al cielo o al infierno. Esto es un absurdo determinismo que a la vez niega la importancia, el valor y todo lo bello como sustancial en un carácter romántico que se le pueda endilgar al hecho de vivir. ¿No es acaso en una reflexión profunda el hecho de decir que existe algo más elevado —en el sentido más estricto de la palabra—que la vida con todas las anécdotas, gozos, dolor y sufrimientos? Es sin duda una forma de menospreciar a todo lo que existe y “vive”.

Dios pretende ser un juez ético de cómo vives tu vida en cada instante que transcurre durante cada uno de tus días. Pero hagamos una pausa antes de continuar y partamos entonces desde una reflexión sobre el Memento Mori ético-estoico de lo que haces con tu vida en cada instante. Epicteto, de la escuela estoica diría: «¿te gustaría morir haciendo lo que estás haciendo? ¿Te ha tomado la muerte con dignidad?» Y «Si ahora te sobreviniera la muerte ¿estarías satisfecho con lo que haces en el momento en que te sobrevenga? ¿No? ¿Entonces qué esperas?». Esto lo podemos traducir en palabras que sonarán triviales pero tienen una raíz más profunda como he tratado de demostrar «hay que vivir cada día de la vida como si fuese el último. Cada día de la vida como si fuese la última estación del año», Séneca.

Ahora bien, regresando al dios cristiano, el Memento Mori del cristianismo por su lado se traduce como un término de juicio en el más allá posterior a la muerte del cuerpo; planteando entonces: «¿vives y obras de acuerdo a un dogma y enseñanzas que de tal manera que si mueres podrás entrar al reino de los cielos después del juicio divino, o de lo contrario irás a parar al infierno?» En todo caso, el cristianismo plantea un modelo de vida y muerte ético, teológico, judicial y metafísico en la promesa de un más allá infinito. En todo caso, esta premisa no hace más que banalizar a la vida. Y como acusaría Friedich Nietszche: «el cristianismo no es más que un culto hacia la muerte». Mucha maldad y mucho daño se puede hacer a la vida partiendo de la promesa de una recompensa. Recordemos que los terroristas-extremistas musulmanes cometen suicidios empleando bombas con la misión de acabar con personas inocentes, y que además, mueren creyendo que en el cielo recibirán como premio a mujeres vírgenes, lujos, entre tantas cosas terrenales que niegan todo principio metafísico del platonismo.

Dios otorgó a las personas un libre albedrío, pero se afirma que cometer suicidio es pecado porque estás atentando contra tu propia vida, estás quitándotela antes del tiempo programado por Dios en el cual tu existencia debía llegar a su fin. Podría decirse en este punto que es una manera de violentar al sistema del creador, esto al más puro estilo de un disidente. ¿Por qué cometer o no cometer suicidio? Camus decía que la vida no posee significado alguno. También el filósofo francés afirmó que algo mucho peor que el juicio de Dios, era el juicio de nuestros propios semejantes en su obra “La caída” «Dios no es necesario para crear la culpabilidad ni para castigar. Nuestros semejantes, ayudados por nosotros mismos, bastan para ello. El otro día hablaba usted del Juicio Final. Permítame que me ría respetuosamente de él. Lo espero a pie firme. Conocí algo peor: el juicio de los hombres»

Opino entonces que atribuirle un significado personal a la vida resultaría en buscar la manera de darle una definición hermética que todos deberíamos compartir, y esto es básicamente lo que sucede con las religiones. Afirmo pues, que la vida posee el significado que cada quien desee otorgarle o endilgarle, así sin más. Así mismo, las acciones que realicemos no están sujetas a intenciones deterministas ligadas a ningún ser superior, son simplemente el resultado de nuestra moral puesta en práctica, ora siguiendo patrones de conducta impuestos por la sociedad, o contradiciéndolos desde un sentido anarquista y liberal de los mismos como siempre ha sucedido.

¿Pero es el suicidio el camino más fácil? Por supuesto que no. Afirmar algo semejante, no es más que un acto de fantochería moral, que solo sirve para la persona que vocifere de dichas palabras, enaltecerse de una falaz superioridad ilusoria en evidencia de sus prejuicios. Ahora bien, la muerte aterra a todo aquel que no ha podido aceptarla, lo cual a su vez se traduce en casi toda la población mundial. Se vive y obra en el mundo de tal forma en que se ignora que en algún momento la parca tocará a nuestra puerta reclamando lo que le pertenece, aunque claro está, esto no significa que no hayan existido, o que no existan personas que estén dispuestas a aceptar solemnemente como cosa de convicción que en algún momento van a perecer. Oscar Wilde nos diría esto: «Todos los hombres matan lo que aman...Unos matan su amor cuando son jóvenes y otros cuando son viejos; unos lo ahogan con manos de lujuria, otros con manos de oro... Unos aman muy poco, otros demasiado, algunos venden y otros compran; unos dan muerte con muchas lágrimas y otros sin un suspiro; pero aunque todos los hombres matan lo que aman, no todos deben morir por ello».

Todo el mundo siente lástima e incluso la necesidad de ayudar a alguien que quiere despedirse de la vida de manera prematura, o una que involucre perderla por cuenta propia, sin ser ésta a través de vías naturales o un homicidio. Sí. Nadie quiere cargar con en la conciencia la muerte de otra persona, menos de un ser querido. Pero los suicidios no se cometen haciendo alarmes. Alguien que vaya a realizar dicho acto lo hará en solemne silencio, siendo el único eco audible de su muerte los huesos al romperse después de una caída desde muchos pisos de altura, o del cráneo siendo molido por una bala que lo penetra.

Ha habido hombres y mujeres que han cometido suicidio después de escribir ensayos y consideraciones personales acerca de lo absurda que es la vida y la existencia. Esto puede significar entonces que el suicida no muere al instante en que su cuerpo deja de funcionar por las vicisitudes anteriormente mencionadas, sino que al contrario, el suicida muere de forma lenta, dolorosa y ácida por una prolongación de años. Los mismos años en que comienza a planificar su propio deceso. Se convence a sí mismo a través de su reflexión acerca de lo angustiosa carga que significa vivir. El suicida añeja el pensamiento, luego desea desde una perspectiva poética su propia muerte; deja que esta idea se cuaje y se fermente como si fuese un vino muy amargo y dolorosamente espeso, que con el tiempo se va bebiendo trago por trago, quizá lastimando su paladar con su consistencia tan áspera, la cual retuerce la boca misma de quien lo sorbe y la garganta se la convierte en un nudo asfixiante. Pero cuando realiza finalmente que éste singular vino está terminado, que de hecho es el fruto último de su propia cosecha, entonces no sentirá más nunca esto. Estará pues, muerto completamente en vida. Ya será en ese caso la muerte física el menor de sus problemas.

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buen trabajo amigo.. sigue asi un saludo