En mi transitar por la educación como profesora de matemática, he vivido un sin fin de experiencias con mis estudiantes que involucran todo tipo de emociones: divertidas, curiosas, intensas, fascinantes, tristes, locas, tiernas, dulces, pero sobre todo inolvidables.
Es así, como hoy les contare dos situaciones que han conmovido y marcado mi vida profesional y personal. Espero que estas anécdotas sirvan para la reflexión sobre la labor docente y el enorme compromiso moral, de maestros y profesores en esta Venezuela que hoy más que nunca, requiere que todos sus ciudadanos trabajen con la mayor pasión y empatía posible, a fin de que todos juntos podamos superar tanta adversidad.
Hace algunos años, mientras entrenaba un grupo de estudiantes que habían clasificado para la final regional de la olimpiada recreativa de matemática, uno de ellos se acercó a mí. Era un estudiante llamado Rafael, un niño muy alegre, curioso, aplicado y entre otras cosas le gustaba resolver problemas matemáticos. Rafael tenía dudas sobre un problema que estaba resolviendo y me dijo de manera un poco tímida
-Profe, ayúdeme a entender, tengo varias respuestas a este problema pero no sé cuál es la correcta.
Al ver las soluciones que tenía Rafael en su cuaderno le respondí:
-Lee de nuevo con mucho cuidado el problema y la pregunta, de seguro hallaras la respuesta correcta.
Mientras yo hablaba, Rafael leía su cuaderno. Luego, levanto sus hermosos ojos, seguidamente me miro, con una expresión única, sus ojos parecían irradiar luz, alegría, magia; era realmente maravilloso. Sus ojos me decían que había encontrado la respuesta, que lo comprendió, que estaba feliz. Sin embargo, de su boca solo salieron estas palabras:
-¡gracias profe, gracias! Lo voy a escribir.
Que podía decir yo en ese momento, simplemente:
-¡de nada!
En ese momento descubrí que lo importante no es lo que tú enseñas, sino, lo que ellos aprenden, lo que pueden descubrir por sus propios medios, que el conocimiento requiere de una buena carga de emoción. Ese momento fue mágico para mí, me inyecto el combustible suficiente para emocionarme cada día con lo que aprenden mis estudiantes y cuando me preguntan ¿Por qué sigo dando clase? Solo puedo responder – ¡Porque hay unos ojos que jamás olvidare!
Hasta hace algunos días creía que los ojos de Rafael eran insuperables, que sería muy difícil que otros ojos me volvieran a marcar, pero me equivoque. Este año me cambie de liceo, por lo que todo era nuevo para mí, nuevos compañeros de trabajo y nuevos estudiantes. La directora me asigno todas las secciones de matemática de 5° año. Así, hace unos meses dimos inicio a esta nueva aventura de mi vida profesional; una vez comencé a trabajar me encontré con un grupo de estudiantes que ha resultado bastante interesante, son jóvenes de escasos recursos económicos, pero jamás se quejan de ello, son muy alegres y particularmente maduros, (tal vez por la situación país) muy conscientes de no tener un buen nivel académico, pero con un marcado interés por superar esas debilidades.
En uno de estos grupos me encontré con un estudiante que llamó mi atención, su nombre es Manuel, un joven de 17 años, con una de las miradas más tristes que he visto en mi vida, con la particularidad de que nunca escribe o toma nota durante la clase. Y al preguntarle porque no trabaja ni usa cuaderno, el me respondió:
-tranquila profe, los muchachos me prestan los cuadernos después.
Como la situación era igual en todas y cada una de las clases le dije a sus compañeros que no debían facilitarle las cosas a Manuel, que todos eran iguales y que debían dejarlo hacer su trabajo. Sin embargo sus compañeros no parecían prestar atención a mis recomendaciones, hasta que un día Manuel decidió hablar conmigo, llegó muy temprano a clase y estando solos en el salón me miró con una expresión muy triste y me dijo:
-profe ayúdeme, por favor.
Yo estaba un poco extrañada y le conteste
-buen día Manuel en que quieres que te ayude
-es que no veo, realmente no veo casi nada, solo formas borrosas. Por eso no puedo escribir, pero si usted se sienta a mi lado y me explica poco a poco, seguro cuando tenga el examen saldré bien.
-y ¿por qué no usas lentes? Le pregunte
mi mamá no tiene dinero para comprarme unos lentes, y si reúne para comprarlos, entonces no tendremos comida.
-y ¿Por qué no acudes a u organismo público donde obsequian lentes a personas de pocos recursos?
-profe ya fui, pero ellos solo hacen fórmulas sencillas, mi problema es fuerte y sus lentes no me sirven.
En ese momento entendí todo lo que pasaba, porque no escribía y porque tanta tristeza en su mirada. Desde ese día, antes de terminar la clase y en los exámenes me siento con Manuel a revisar el tema y guiarle en lo que escribe. Sus compañeros y yo estamos reuniendo poco a poco para comprar los lentes. Aunque la mirada de Manuel ya no es tan triste, estos son ¡otros ojos que jamás olvidare!En mi transitar por la educación como profesora de matemática, he vivido un sin fin de experiencias con mis estudiantes que involucran todo tipo de emociones: divertidas, curiosas, intensas, fascinantes, tristes, locas, tiernas, dulces, pero sobre todo inolvidables.
Es así, como hoy les contare dos situaciones que han conmovido y marcado mi vida profesional y personal. Espero que estas anécdotas sirvan para la reflexión sobre la labor docente y el enorme compromiso moral, de maestros y profesores en esta Venezuela que hoy más que nunca, requiere que todos sus ciudadanos trabajen con la mayor pasión y empatía posible, a fin de que todos juntos podamos superar tanta adversidad.
Hace algunos años, mientras entrenaba un grupo de estudiantes que habían clasificado para la final regional de la olimpiada recreativa de matemática, uno de ellos se acercó a mí. Era un estudiante llamado Rafael, un niño muy alegre, curioso, aplicado y entre otras cosas le gustaba resolver problemas matemáticos. Rafael tenía dudas sobre un problema que estaba resolviendo y me dijo de manera un poco tímida
-Profe, ayúdeme a entender, tengo varias respuestas a este problema pero no sé cuál es la correcta.
Al ver las soluciones que tenía Rafael en su cuaderno le respondí:
-Lee de nuevo con mucho cuidado el problema y la pregunta, de seguro hallaras la respuesta correcta.
Mientras yo hablaba, Rafael leía su cuaderno. Luego, levanto sus hermosos ojos, seguidamente me miro, con una expresión única, sus ojos parecían irradiar luz, alegría, magia; era realmente maravilloso. Sus ojos me decían que había encontrado la respuesta, que lo comprendió, que estaba feliz. Sin embargo, de su boca solo salieron estas palabras:
-¡gracias profe, gracias! Lo voy a escribir.
Que podía decir yo en ese momento, simplemente:
-¡de nada!
En ese momento descubrí que lo importante no es lo que tú enseñas, sino, lo que ellos aprenden, lo que pueden descubrir por sus propios medios, que el conocimiento requiere de una buena carga de emoción. Ese momento fue mágico para mí, me inyecto el combustible suficiente para emocionarme cada día con lo que aprenden mis estudiantes y cuando me preguntan ¿Por qué sigo dando clase? Solo puedo responder – ¡Porque hay unos ojos que jamás olvidare!
Hasta hace algunos días creía que los ojos de Rafael eran insuperables, que sería muy difícil que otros ojos me volvieran a marcar, pero me equivoque. Este año me cambie de liceo, por lo que todo era nuevo para mí, nuevos compañeros de trabajo y nuevos estudiantes. La directora me asigno todas las secciones de matemática de 5° año. Así, hace unos meses dimos inicio a esta nueva aventura de mi vida profesional; una vez comencé a trabajar me encontré con un grupo de estudiantes que ha resultado bastante interesante, son jóvenes de escasos recursos económicos, pero jamás se quejan de ello, son muy alegres y particularmente maduros, (tal vez por la situación país) muy conscientes de no tener un buen nivel académico, pero con un marcado interés por superar esas debilidades.
En uno de estos grupos me encontré con un estudiante que llamó mi atención, su nombre es Manuel, un joven de 17 años, con una de las miradas más tristes que he visto en mi vida, con la particularidad de que nunca escribe o toma nota durante la clase. Y al preguntarle porque no trabaja ni usa cuaderno, el me respondió:
-tranquila profe, los muchachos me prestan los cuadernos después.
Como la situación era igual en todas y cada una de las clases le dije a sus compañeros que no debían facilitarle las cosas a Manuel, que todos eran iguales y que debían dejarlo hacer su trabajo. Sin embargo sus compañeros no parecían prestar atención a mis recomendaciones, hasta que un día Manuel decidió hablar conmigo, llegó muy temprano a clase y estando solos en el salón me miró con una expresión muy triste y me dijo:
-profe ayúdeme, por favor.
Yo estaba un poco extrañada y le conteste
-buen día Manuel en que quieres que te ayude
-es que no veo, realmente no veo casi nada, solo formas borrosas. Por eso no puedo escribir, pero si usted se sienta a mi lado y me explica poco a poco, seguro cuando tenga el examen saldré bien.
-y ¿por qué no usas lentes? Le preguntemi mamá no tiene dinero para comprarme unos lentes, y si reúne para comprarlos, entonces no tendremos comida.
-y ¿Por qué no acudes a u organismo público donde obsequian lentes a personas de pocos recursos?
-profe ya fui, pero ellos solo hacen fórmulas sencillas, mi problema es fuerte y sus lentes no me sirven.
En ese momento entendí todo lo que pasaba, porque no escribía y porque tanta tristeza en su mirada. Desde ese día, antes de terminar la clase y en los exámenes me siento con Manuel a revisar el tema y guiarle en lo que escribe. Sus compañeros y yo estamos reuniendo poco a poco para comprar los lentes. Aunque la mirada de Manuel ya no es tan triste, estos son ¡otros ojos que jamás olvidare!
esta foto es de una agenda que me regalo un grupo de estudiantes que se preparaba para la olimpiada de matemática.
Que bonito @sonieta detrás de cada estudiante hay historias y formas de vida muy interesantes y algunas tan difíciles como las que nos cuentas hoy.
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Ese es el día a día de las docentes, no es solo enseñar, también se trata de comprender y dar amor.
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Hola @sonieta saludos... no sabía que eras matemática waoo¡ eso es genial
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hola amigo, los chicos me inspiran y la matemática es mi varita mágica.
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Hola @sonieta, upv0t3
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<3 Este es un corazón, o un helado, tu eliges .
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