Muchos dicen que no tiene precio.
Tener amigos es algo muy hermoso, la amistad siempre es un tesoro, es un afecto que nace entre dos seres... sin explicación. Definitivamente, la amistad se siente como algo de un incalculable valor.
Y ser amigo de una reina, imagínense, es algo muy difícil de explicar. Más aún, cuando ella habla un lenguaje diferente al tuyo y no sabes lo que ella piensa...
¿Pero?
Lo sientes.
En esas circunstancias es que llegamos a entender, su profundidad, su alcance, lo maravillosa qué ella es, le da otra dimensión a lo lindo y hermoso y lo más importante, lo que genera como satisfacción y beneficios.
A mi amiga Apis la conocí en el bosque, andaba con mi padre, y persiguiendo unas perdices me aparté de él, cuando me vine a dar cuenta estaba completamente perdido en esa maraña de árboles.
Empecé a dar gritos como un loco y a llamar a mi papá.
¡Papá...! ¡papá... papá! Grité, hasta quedar ronco.
Todo era inútil, todo culminó en una fatiga y una enorme angustia, realmente me sentía muy nervioso.
Estaba muy asustado, se podría decir que aterrorizado, escuchaba muchos ruidos que me ponían a temblar.
En verdad no hallaba qué hacer y empecé sencillamente a llorar. Pensaba en mi madre, mis hermanos y mi padre. Sentía mucho dolor al imaginarme que no los volvería a ver.
Al llegar la noche trepé sobre un árbol y pasé la noche allí, temblando de frío y miedo. Al amanecer bajé del árbol y empecé a caminar sin saber mi destino. Sentía mis propios pasos crujir cuando escuché un ruido diferente, orienté todos mis sentidos hacia él y me acerqué con sumo cuidado. Era algo impresionante, una abeja grande daba instrucciones a las demás abejas, yo veía lo que sucedía extasiado, era un espectáculo único y maravillosos; con sus sutiles alas les daba instrucciones.
Yo solo escuchaba “ yiiiiiyiii yiiiiiyiii”.
Quedé fascinado, vi como se agrupaban como en una multitudinaria asamblea y se dirigían en estampida aérea hacia el bosque. Luego ella, la gran abeja, la gran reina se desplazaba como haciendo dibujos en el aire.
Despertó mi curiosidad y la seguí, yo iba corriendo, persiguiéndola
De pronto creció mi alegría, a pesar de que estaba corriendo no me sentía fatigado.
Sin saber la razón mi júbilo era enorme, no me había percatado, pero ella, la reina, me conducía hacia el río.
Inmediatamente reconocí el lugar, los árboles, los troncos a la orilla de río, las piedras, todo me era conocido, yo siempre acudía allí a pescar con mi padre.
Me acerqué a la orilla en donde estaba Apis, la abeja reina estaba bebiendo agua y pude ver lo hermoso de sus alas y sus ojos, era grande y hermosa. Ella levantó su vuelo y se acercó a mí cara, por un momento me asusté. Ella aleteaba y aleteaba frente a mí y yo no hallaba qué hacer, ni que decir. Del susto pasé a estar maravillado, al ver tan de cerca a Apis.
De pronto caí de espalda y quedé acostado mirando a Apis. Ella se posó sobre mi pecho. No sentí temor alguno, Apis. era mi amiga, ella me había salvado.
Pronunciaba incesantemente su sonido yiyiiii yiiiii, esta vez su tono era como una melodía, como si cantara. Cuando se acercó más a mí cara, pude ver, muy, muy de cerca su cara, sus ojos…
¡Ojos color de cielo, su cara color de miel!
Yo le dije: ¡Gracias, gracias Apis…!
Suspiré profundamente y con un afecto inmenso le dije:
¡Gracias Reina por salvar mi vida!
Y ella, pasó sus corbículas sobre mis labios, dejándome un delicado y agradable sabor a polen y a lo dulce de su miel, esa sensación tan grata jamás la podré olvidar.
Ilustración realizada por compañera @belsaiyanez
Hermoso cuento!!! Te felicito.
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Gracias un inmenso saludo
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