Sé de su existencia hace poco más de 7 años, pero nunca nos habíamos conocido en persona. Hacerlo fue lo mejor que pudo pasarme en mucho tiempo. Solo hablábamos por teléfono, y ya eso me prendía. Me considero sapiosexual, me atrae la inteligencia
Y él, él lo es. Decidimos conocernos, estaba nerviosa, supongo que él también. Me cambié tres veces de ropa, me maquillé sútilmente, y salí a verlo. Nos encontramos en un punto cercano a una estación del metro. Lo llamé, hasta que por fin lo vi. Cargaba un sueter gris manga larga. Amé como le quedaba ese sueter. Nos saludamos de manera sencilla, pero lo sentíamos, sobraba el deseo. Debíamos de buscar un sitio para poder saciarnos. Las miradas fueron cómplices, nos tomamos de la mano y nos dirigimos a “pasear”. Llegamos hasta su casa (estaba en el camino, mira qué casualidad). Entramos, y ya nos encontrábamos en nuestra propia burbuja. Yo cargaba un vestido corto, sabía a qué iba. Lo deseaba desde hace mucho. Los besos eran apasionados, parecíamos no necesitar respirar. Eramos nuestro propio oxígeno. Sus manos viajaron desde mi cara, hasta mis costados, llegando hasta mis nalgas, las que agarró con una dureza que me hizo gemir de placer. Una nalgada, dos nalgadas. Mordí sus labios, saboree su lengua, besé su cuello buscando puntos débiles. Metí mi mano entre su ropa, y poco a poco ya no existía. Ni la suya, ni la mía.
Me tomó por el cabello, puso su mano en mi cintura y podía sentirlo. Podía sentir que era suya.
El solo roce de sus labios me hacía humedecerme, sus dedos pasando por mi ropa interior para llegar a mi sexo, era la gloria. Su respiración cada vez más fuerte, sus labios y su lengua en mi cuello. Sus mordidas...
Ya estaba perdida. Me trepé a el, decidí estar arriba pues quería que me viera. Y quería ver como me veía. Quería moverme para él. Ya yo era suya, ahora quería hacerlo mío. Puse mis manos en su pecho, me movía suave, quería que el tiempo fuera eterno. Sentirlo dentro de mí era tocar el cielo. Sus manos viajaron desde mis senos hasta mis caderas. Quería más. Y yo deseaba darselo.
Me puse derecha, como una puta recatada. Quité los cabellos de mi cara, y de mi cuerpo y los eché para atrás, para que pudiese tocar más. Ver más. Sentir más. Me movía cada vez más rápido, el climax venía. Recorrí mi cuerpo con mis manos, mis dedos en mi boca, los mordía para evitar gritar mientras llegaba.
Fue lo necesario para verlo perder el control. De repente, estaba debajo de él. ¡Que divino es estar debajo de él! Mis piernas cruzadas enredadas a su cintura mientras él embestía cada vez con más fuerza. Recuerdo pedirle más. Recuerdo decirle que era suya. Pero él ya lo sabía.
Acabó dentro de mi, y sentirlo correrse fue tan excitante como sus labios en mi cuello. Era oficial, era adicta a él. Así que le dije, casi a súplica: "Quiero más". Y volvimos al ruedo con un "sus deseos son ordenes", mientras me besaba con pasión.
Tal para cual.