Don Quijote y las nuevas narrativas (1 de 2)

in critica •  5 years ago  (edited)

Amigos y amigas: este texto lo escribí hace algunos años, y luego lo extravié. Recién lo encontré y decidí publicarlo en esta plataforma, sin cambios, a pesar de que noto sus deficiencias. Lo que deseo es poder volver sobre él más adelante y desarrollar algunos de los aspectos que aquí apenas están esbozados.
Espero que lo disfruten.

Ilustración de una edición de siglo XIX
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Después de más de 400 años de aventura editorial es poco lo novedoso que se puede decir sobre Don Quijote de la Mancha, aun vinculándolo con las “nuevas narrativas” –signifique esto lo que signifique. Entendamos, así sea para hablar un lenguaje común, por nuevas narrativas aquellas que consideramos más contemporáneas, más cercanas a nuestra sensibilidad y, también, distintas, sin que pueda precisar exactamente en qué medida a otras narrativas que no me atrevo a llamar anticuadas. Debo declarar que desconfío un poco de estas clasificaciones y es precisamente el Quijote y su presencia en la actualidad lo que me lleva a desconfiar de declaraciones tan tajantes.
Dicho de otra manera: ¿tenemos derecho a considerar “nueva” una narrativa que bebe en la fuente de una obra de cuatrocientos años de antigüedad? Este es un asunto sobre el que podremos volver luego, pero lo que sí hay que decir ahora, y ya en cierta forma ha quedado implícito, es que en la obra de Cervantes se encuentra casi todo lo que vamos a encontrar en las novelas posteriores, no sólo la de los años –y siglos– inmediatos, sino de la actualidad.
Hablando de novelas, somos más cervantinos que el siglo XIX, más cercano cronológicamente a Cervantes, pero menos en su práctica novelística, aunque el XIX haya sido un siglo importante para la consolidación crítica de Don Quijote.
El XIX fue un siglo de grandes novelas, nadie puede dudarlo, pero las narraciones de esa época significaron el triunfo de las novelas realistas –y naturalistas–, lo que implicaba el triunfo de una estética casi opuesta a la de Cervantes. El ideal novelístico del XIX quería reflejar la vida con la mayor exactitud posible, en grandes relatos que avanzaban caudalosamente como ríos de un solo cauce, desde su nacimiento hasta desembocar al mar.
La escritura del Quijote, comparada con las novelas del siglo XIX o comienzos del XX, produce una impresión de caos, de torbellino, de desorden expositivo. Para continuar con la metáfora fluvial, diría que es como las ramificaciones de un gran delta: también llega finalmente al mar, pero corriendo en múltiples direcciones al mismo tiempo.
Veamos algunos de esos brazos acuáticos, algunos de esos fragmentos de un gran curso de agua, que conectan, un poco misteriosamente, con nuestra sensibilidad contemporánea. A riesgo de ser demasiado obvio –pero ya advertí que nada nuevo diría hoy– señalaré cómo uno de los aspectos más destacados el de los narradores del Quijote. No basta con decir que son dos los narradores; hay que destacar la relación entre ellos.
El primer narrador de las aventuras de Don Quijote es el moro Cide Hamete Benengeli, que escribe la obra en árabe, y cuyo texto en definitiva permanece oculto. Es, de alguna manera, un texto secreto, conjetural. El segundo narrador, sin nombre, se presenta como traductor de Cide Hamete Benengeli, pero si su labor fuera la de simple traductor no merecería llamarse narrador: en realidad su labor es la de ofrecer una versión de la obra del moro, permitiéndose dudar, refutar, corregir y desconfiar de las palabras del primero. Con lo que todo el texto –o al menos significativos pasajes de él– queda bajo la sombra de la duda. Esa falta de certezas que consideramos tan moderna –o postmoderna– ya está instituida en el Quijote por medio de una gran destreza textual.
Esta incertidumbre no alcanza sólo a la veracidad de lo narrado en la novela, sino que se expresa como duda de la realidad extraliteraria, o cuando menos, como “contaminación” de ésta. Uno de los primeros capítulos de la segunda parte de la obra suministra un buen ejemplo. En él el bachiller Sansón Carrasco, Don Quijote y Sancho conversan sobre la aparición del libro que recoge las aventuras de Don Quijote –el mismo Don Quijote de la Mancha– y éste se admira de que ya estén en letra impresa cuando apenas ha tenido tiempo la sangre de sus enemigos de secarse en su espada. Luego siguen comentando el libro, al que Carrasco presenta como una crónica verdadera y por lo tanto no sometida a los rigores de las composiciones poéticas, aunque sí a los de la verdad. Dice el bachiller Carrasco:

uno es escribir como poeta, y otro como historiador; el poeta puede contar o cantar las cosas, no como fueron, sino como debían ser; y el historiador las ha de escribir, no como debían ser, sino como fueron, sin añadir ni quitar a la verdad cosa alguna.

Este pasaje, que juega con la inversión paródica, resulta muy gracioso si consideramos que sirve para argumentar la veracidad de la historia del Quijote en una obra que sabemos de ficción, pero desde otro punto de vista es perfectamente lógico que los personajes se asuman como “personas” del mundo que habitan y al relato de sus aventuras como hechos del mundo “real”. Demuestra Cervantes una exacerbada autoconciencia narrativa.

Hay otros narradores en Don Quijote. Cada una de las historias enmarcadas que aparecen en la obra cuenta con su propio narrador que además lo hace en un estilo particular. Como el cuento de la pastora Marcela y sus amores, relatado, como debe ser, por pastores, en la primera parte, o la novela “El curioso impertinente”, que Antonio Muñoz Molina ha considerado una verdadera obra maestra dentro de otra. Y aún personajes incidentales cuentan pequeñas anécdotas que se van sumando al torrente común.


Gracias por la visita. Vuelvan cuando quieran.


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