El Caballero y el Espíritu Dorado
Érase una vez, un caballero que habitaba en una cabaña escondida en el bosque, recluido de su reino. Había pasado gran parte de su vida luchando por su Rey, y, una vez que se acabaron las guerras, se encontró a sí mismo sin propósito para continuar existiendo.
Estaba solo, pues, debido a que gran parte de sus amigos habían muerto en batalla, y la otra parte se había dejado llevar por la buena vida que ganaron a costa de la miseria de los demás. De vez en cuando, algún niño del reino se aventuraba hasta su hogar, pero eran rápidamente ahuyentados por su enorme tamaño, y mirada atormentada.
Sus días se habían vuelto repetitivos, girando en torno a la pequeña granja que había construido, y a esperar el momento en que los Dioses se apiadasen de su alma y le llevasen. El caballero no era, de ninguna forma, un hombre viejo en físico; es más, de haber sido como sus compañeros, tal vez hubiera tardado poco en conseguirse una buena esposa, que le diera hijos hermosos.
Lamentablemente, las batallas afectaban más a unos que a otros, y aun cuando había logrado levantarse de la tierra sin heridas físicas, su cabeza se sentía perdida.
Un día, sin embargo, algo pasó, y su mundo cambió.
Estaba ordeñando a sus cabras cuando lo vio por primera vez; una especie de brillo que resaltaba entre los rayos dorados del sol. Alarmado, sacó su espada, de la cual nunca se separaba, y marchó en dirección a lo desconocido.
Ahí, en medio del huerto trasero de su casa, estaba de pie un espíritu del bosque (o, por lo menos, eso era lo que creía que era).
El espíritu tenía la forma de un hombre joven, apenas en sus veinte, de piel, ojos, ropas, y cabellos dorados. Era increíble a la vista, y tenía una sonrisa suave en sus labios delgados.
Le miraba con eterna dulzura, pero con un toque de tristeza en su mirada, lo que hizo creer al caballero que estaba en presencia de aquel encargado de llevarle a la otra vida.
Sin embargo, cuando se fue a arrodillar, la criatura le sorprendió.
- Levántate – indicó el ser, estirando su mano para acariciar suavemente la mejilla del caballero – Nunca debes arrodillarte ante alguien, a menos que estés seguro de que debes hacerlo. Puede meterte en problemas -.
El caballero, avergonzado, se puso de pie, e intentó alejarse. No logró llegar demasiado lejos, sin embargo, pues la criatura le sujetó con delicadeza por la muñeca, para después tomar sus manos entre las suyas.
- Debes estar preguntándote quién soy – dijo el ser, mirándole a los ojos, y el caballero sintió que su alma se estremecía ante la profundidad de su mirada – Soy un guardián, encargado de velar por el bienestar de una princesa cautiva en las tierras lejanas; la pobre lleva ya más de cien años dormida, esperando a que un valiente señor vaya a rescatarla. Debido a la antigüedad del hechizo que confina nuestras tierras, he sido capaz de liberarme, con el objetivo de buscar quien la socorra; y el viento me trajo hasta ti, me ha contado de tus grandes hazañas y de la nobleza en tu corazón ¿Estarías dispuesto a ayudarme? -.
El caballero escuchó las palabras del espíritu con sorpresa; y cuando las asimiló, un profundo pesar llenó su alma.
- Me temo no ser capaz de ayudarte, Ser Hermoso – se lamentó – dices que el viento te ha traído hacia mí por la nobleza en mi corazón, pero la vedad es que yo no soy nada noble. No soy más que un hombre sin propósito, que se dedica a pasar cada día a la espera del último -.
Sus palabras, por otro lado, no parecieron amedrentar al espíritu, cuya sonrisa se hizo más cálida.
- Caballero, tu corazón se ha endurecido con los años – declaró – Sin embargo, puedo asegurarte que, sin importar cuan bajo pienses de ti mismo, eres, en estos momentos, justo lo que necesito -.
El ser probablemente no lo sabía, pero esas simples palabras habían devuelto parte de las ganas de vivir del caballero.